En Cuba últimamente todo el mundo quiere leyes... Esto choca contra el estereotipo del cubano desordenado y propenso al relajo en general, pero es la pura verdad: sobre todo en los últimos años se ha despertado un deseo intenso por la institucionalidad en determinados sectores sociales.
Así, por ejemplo, los periodistas quieren una Ley de Comunicación y los ecologistas una de Protección de Animales. Todo porque la realidad en la Cuba de ahora mismo tiene muy poco que ver con los textos que, en teoría, deberían regirla. Incluso la necesidad de una reforma constitucional —palabras mayores— ya fue planteada desde las altas esferas de dirección del país.
Al tiempo que hoy vivimos aquí unos lo conocen como “reformas de Raúl” y otros como “actualización del modelo económico”, pero como yo no tengo ningún interés de involucrarme en semejante drama bizantino, lo llamo como la gente en la calle: “cambios”. Esos cambios son identificados por algunos estudiosos de la política con el paso del liderazgo carismático al liderazgo institucional; y obviamente, para que exista institucionalidad deben existir leyes funcionales.
Entre los cubanos que quieren leyes, los cineastas son acaso los que más han presionado para que se tengan en cuenta sus urgencias y experiencias: desde el año pasado un grupo de ellos se reúnen, debaten y hacen propuestas para la futura Ley de Cine, pero hasta ahora ninguna información oficial da cuenta de avances concretos.
La ciudad donde vivo -Camagüey- es una importante plaza del audiovisual, de ahí que sea tierra fértil para el surgimiento de creadores y estudiosos del Séptimo Arte. Yaima Pardo y Eliecer Jiménez, por ejemplo, son dos jóvenes realizadores que han alcanzado popularidad gracias a la buena factura de sus trabajos, y porque se apropian a la vez de conceptos artísticos y rutinas periodísticas ausentes en la prensa nacional.
Ellos hacen documentales y cortometrajes en un estado de “a-legalidad” porque si bien no violan ninguna norma, tampoco hay otra que les reconozca como profesionales y les señale los mecanismos para acceder legítimamente a fondos de producción, o para obtener determinados permisos de filmación.
Uno de los trabajos más recientes de Yaima Pardo es “Off-Line”, documental que ilustra la desconexión a Internet que retrasa el desarrollo de la sociedad cubana. Aunque trabaja en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) ha logrado realizar sus materiales gracias también al apoyo de productoras independientes y de oficinas culturales de embajadas.
Yaima pone en la Ley de Cine gran parte de sus expectativas: “con ella se legalizarían las productoras independientes, aumentaría la profesionalización de técnicos y especialistas, se promovería las inversiones extranjeras si implementan impuestos atrayentes para estos capitales, se crearían oportunidades de nuevos y buenos empleos. Además sería un alivio para el Estado porque el propio cine estaría generando los capitales para fomentar las bases de una industria hoy desnutrida. Ser competentes y competitivos es lo que se está exigiendo. Y lo mejor que tiene (la ley) es que se está generando desde los propios cineastas”.
Eliecer Jiménez, sin embargo, es menos optimista: “quien hace la ley hace la trampa y habrá que esperar a que salga para ver el tamaño de la trampa”. Él no siente que la pelea por una ley objetiva y contemporánea sea iniciativa de los cineastas, sino del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), para sostener su exclusividad como única empresa productora y distribuidora del cine que se hace en la Isla reconocida por las autoridades.
En la XIII Muestra de Jóvenes Realizadores, un evento auspiciado por el ICAIC que finalizó en La Habana a inicios de abril, se presentaron 178 obras, más ficción que documentales. Entonces el Comité de Selección rechazó incluir el último documental de Eliecer, “Persona”, que se acerca a la intimidad de cinco seres humanos de poca “visibilidad social”. Una madre que sufre la desaparición de su hijo mientras emigraba por mar hacia los Estados Unidos, un anciano postrado y su cuidador (escritor con pensamiento político diferente al oficial), y un sepulturero exrecluso que no encuentra el perdón social, protagonizan el pentálogo de historias.
El realizador nunca supo los motivos de la exclusión, pero uno puede imaginarlos. Luego el documental fue presentado y recibió mención durante el pasado Festival de Cine Pobre de Gibara, y se exhibió también en el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica con sede en Camagüey.
Pero “las cosas no deben ser en la línea de que alguien se arriesgue a exhibir tu trabajo, o que la gente tenga que usar su nombre o prestigio para sortear las políticas institucionales; las instituciones deberían asumir con naturalidad la crítica y la diversidad de enfoques”, comenta Eliecer.
Al respecto el crítico de cine Juan Antonio García -también camagüeyano- ofrece una dimensión interesante: “siempre que alguien me habla de independencia creativa me activa el botón de la sospecha; he visto mucha producción realizada al margen del ICAIC que si le quitan los créditos se podría jurar que fue hecha institucionalmente, debido a la ausencia de riesgos y la abundancia de correcciones. En cambio, el ICAIC fue durante un tiempo un verdadero hervidero de herejías formales”.
“Los que están decidiendo los cambios más revolucionarios y radicales en los hábitos de consumo audiovisual del cubano del siglo XXI no son las instituciones -absolutamente superadas por la época y aquí incluyo al ICAIC, desde luego- sino todos esos dispositivos que aprovechando las abundantes herramientas que prodiga la actual revolución electrónica estimulan la aparición de nuevos productores y nuevos consumidores”.
Sobre el repentino interés en las leyes y la vanguardia de los cineastas, Juan Antonio entiende natural que otros intenten concederle el mismo nivel de institucionalización a sus intereses: “yo vería en esto la aspiración natural por lograr un verdadero Estado de derecho, una sociedad donde lo que se haga o se deje de hacer tenga más garantías legales que los simples cambios en el humor de los burócratas o ideólogos que rigen estas actividades”.
Mientras no se definan de una vez los marcos correspondientes, no sabremos qué rumbo tomará el cine cubano, particularmente el que hacen jóvenes como Yaima y Eliecer, o si será el caso de otra ley alejada de la vida cotidiana. El cine es una de las manifestaciones artísticas que más enaltece a la cultura de este país, y junto a la música, la que más entusiasma al cubano común.
Alejandro Rodríguez es un joven cubano emprendedor, que dejó el periodismo para dedicarse a su negocio privado. Vive en Camagüey, una provincial en el centro de la isla.