Desde pequeño, Freddie Gray estaba condenado a ser un “Don Nadie”. Nacido en uno de los barrios negros más pobres de Baltimore, envenenado por las malas condiciones de su vivienda social y muerto a los 25 años en custodia policial, nadie hubiese pensado que se convertiría en un símbolo.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
La vida en “Sandtown”, el barrio donde residía Gray, hace tiempo que es más de lo mismo: casas clausuradas con tablones, pobreza, desempleo, droga y la santísima trinidad de la familia desestructurada, la iglesia baptista de la esquina y las bandas callejeras.
Los policías se pasaban de vez en cuando para vérselas con las dos bandas del barrio, los Bloods y los Crips, perpetuando así la violencia, el recelo contra las autoridades y las constantes denuncias de abusos y brutalidad policial de los “olvidados”.
“La Policía nos trata como perros, lo que le pasó a Freddie Gray era su mensaje: si te rebelas acabarás en una jaula, no alces la voz”, lamenta Domic, afroamericano que asiente a cada frase que pronuncian dos importantes pastores baptistas, líderes en estas protestas pacíficas.
Domic dice estar harto de que a los negros no se les trate por igual, que se les “esconda” y se les pida “servidumbre”, no de manera directa, sino soslayada.
“Se deben cambiar las leyes para que la Policía sea responsable de sus actos...tenemos un presidente negro en la Casa Blanca, tenemos que darle la vuelta a esta injusticia”, asegura el reverendo Donte Hickman.
Desde la aprobación hace medio siglo de la ley de Derechos Civiles que equiparaba a los negros en Estados Unidos, la situación racial ha mejorado mucho, pero aún los afroamericanos sufren alto desempleo, alto índice de población reclusa y exclusión social.
EL CASO GRAYA Gray, hijo de una madre heroinómana y con dificultades de aprendizaje serias por haberse intoxicado con el plomo de la pintura de su vivienda social, lo detuvieron el pasado 12 de abril, sin haber cometido delito alguno, por la única razón de que echó a correr cuando vio a la Policía.
En los 45 minutos que pasan desde su detención y su traslado en el furgón policial, el joven negro sufre una lesión en la columna que lo deja en coma y le producirá la muerte una semana más tarde.
Este miércoles se conoció que el Departamento de Policía de Baltimore no va a revelar aún las conclusiones de la investigación sobre la muerte de Gray, algo que tiene a la ciudad a la espera y con la tensión amenazando con estallar de nuevo.
“Si no se hace justicia no saldremos de las calles. Los negros no estamos aquí para ser apartados, acumulados y morir como hasta ahora”, explicó Korey Johnson, líder estudiantil que participó en una protesta pacífica que reunió a miles de personas.
Baltimore es una ciudad con dos tercios de población negra, con un cuerpo de Policía con diversidad racial; con una alcaldesa, Stephanie Rawlings-Blake, y un comisario jefe, Anthony Batts, afroamericanos, pero con un problema que no se explica como simple racismo.
Es también la desconfianza en el negro pobre, de barrio pobre; es el desdén de los políticos por una comunidad que, o no puede votar porque tiene cuentas con la Justicia o porque no se ha registrado; es la prioridad que se ha dado a desarrollos urbanísticos para viviendas y tiendas de lujo y el acoso policial gratuito.
Según explica Alysshia Jacobs, oriunda de Baltimore y activista política en su juventud, es algo que se sufre a diario con paradas de tráfico injustificadas, pesquisas excesivas, desconfianza y la falta de diálogo.
“Se tiene que impartir justicia, no puede haber impunidad por la muerte de Gray, no se pueden justificar ya más esos abusos”, lamenta Jacobs.
Pero las autoridades, por el momento, no han respondido a la reciente crisis poniendo el acento en educación, trabajo y progreso, sino en la declaración de un toque de queda nocturno que se encargan de cumplir 2.000 miembros de la Guardia Nacional armados con fusiles, porras y que se desplazan en camiones o todoterrenos blindados.
“La alcaldesa lo único que ha dicho es que los estudiantes somos unos matones, no se ha dirigido a nosotros”, critican los líderes estudiantiles, que intentan corregir la imagen de los saqueos e incendios callejeros del lunes, atribuida a adolescentes de secundaria descontrolados.
“Lo que ha pasado esta semana no es una sorpresa era una bomba de relojería... La juventud (negra y pobre) no tiene nada que esperar, están cansados”, subraya Jacobs.
Mientras la ciudad (la pobre) espera impaciente que las autoridades depuren responsabilidades por la muerte de Gray, en la ciudad rica la Guardia Nacional se despliega frente a los centros comerciales del puerto como “protectores de la comida rápida”, la misión que se atribuyó con sorna uno de los uniformados.
Fuente: EFE