Erbil, DPA
Muchos en el norte de Iraq respiraron con alivio cuando Estados Unidos empezó a realizar ataques aéreos contra la milicia islamista Estado Islámico (EI). Y sin embargo, la intervención de Washington podría tener también peligrosos efectos secundarios, advierten los expertos.
Durante dos meses, el Estado Islámico pareció invencible: tras la conquista de Mosul, la segunda ciudad del país, a mediados de junio, los yihadistas se acercaron peligrosamente a la capital, Bagdad. Solo dos semanas después proclamaron un califato islámico en todo el territorio que dominan en Siria y en Iraq, con su líder Abul Bakr al Bagdadi como califa.
Pero hace una semana llegó el punto de inflexión, paradójicamente provocado por los propios islamistas con su avance en la hasta entonces relativamente segura región autónoma del Kurdistán y la persecución de minorías religiosas como los cristianos y yazidíes. Y el jueves Estados Unidos dijo sí a la petición de ayuda que el Gobierno Iraquí ya había hecho oficialmente hacía varias semanas.
Los iraquíes llevaban desde junio pidiendo a Estados Unidos ataques aéreos contra los extremistas radicales, en base a un acuerdo de seguridad entre Bagdad y Washington. Esos ataques han presionado realmente por primera vez a la milicia del EI desde que intensificó su ofensiva.
Sin embargo, la intervención estadounidense también podría tener efectos secundarios de los que ya alertan algunos expertos de los servicios secretos. Así, el diario “The Washington Post” publicaba, citando a unidades de la lucha contra el terrorismo, que combatientes de las organizaciones Al Qaeda en Yemen y en África, enemistados con el EI, habrían comenzado a desertar para unirse a las filas del Estado Islámico.
La confrontación directa de Estados Unidos con el EI podría incluso reforzar a los yihadistas, porque esa lucha aumenta su fama y mejora su imagen, especialmente si logran victorias.
Charles Lister, del centro Brookings Doha en Qatar, comentó en un mensaje en Twitter que a raíz de los ataques estadounidenses el grupo “ha ganado mucha legitimidad”.
Quizá por ese motivo el presidente estadounidense, Barack Obama, ha dejado ya claro que no se dejará arrastrar a una guerra plena con la milicia terrorista. En su mensaje semanal del sábado subrayó que no volverá enviar tropas terrestres a Iraq. Su argumento: que Washington no puede solucionar la crisis en Iraq militarmente. Por eso exigió la formación de un gobierno en Iraq que refleje la pluralidad religiosa y social en el país.
Algo en lo que precisamente fracasaron los políticos de Bagdad en las últimas semanas.