Tokio. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki acabaron de golpe la vida de cientos de miles de japoneses. Hoy, 70 años después, muchos estadounidenses creen en la versión oficial: la bomba lanzada el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima y la de Nagasaki, tres días después, evitaron una invasión, salvando cientos de miles de vidas de soldados estadounidenses y de civiles japoneses. ¿Es así? El hecho es que Japón ya estaba prácticamente vencido cuando cayeron las bombas.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Para varios historiadores renombrados, entre ellos Tsuyoshi Hasegawa, de la Universidad de California, no fue la bomba la que forzó la capitulación del Ejército del emperador Hirohito el 15 de agosto, sino más bien la declaración de guerra de la Unión Soviética contra Japón del 8 de agosto de 1945.
De hecho, la cúpula japonesa no parecía estar muy impresionada por el nivel de destrucción en Hiroshima. “No hubo una reunión de crisis (del Consejo Supremo de Guerra en Japón) después de Hiroshima”, recuerda el investigador estadounidense Ward Wilson.
Para el gobierno nipón sólo se trataba de la destrucción de una ciudad más con bombas incendiarias. Ya durante las semanas previas a Hiroshima, el Ejército de Estados Unidos había realizado los peores bombardeos durante la Segunda Guerra mundial contra 60 ciudades japonesas, entre ellas Tokio.
Para Japón estaba claro que ya no podía ganar la guerra. Una de las dos opciones que le quedaban consistía en terminar la guerra en las mejores condiciones posibles. “Para el gobierno japonés, el mayor problema era la insistencia en una capitulación incondicional, ya que esta equivalía a cuestionar el mantenimiento de la monarquía, equiparada con la nación japonesa”, escribió el experto Florian Coulmas.
De hecho, hubo intentos de parte de Japón de lograr una paz negociada. Desde mayo de 1945, Tokio estaba en negociaciones con la Unión Soviética, entonces un país neutral. Los japoneses esperaban que Moscú interviniera como mediador.
Otra opción era continuar la guerra contra los aliados hasta la última gota de sangre. Cuando la bomba atómica cayó sobre Hiroshima, a Japón todavía le quedaban ambas opciones. No fue hasta la invasión militar soviética en Manchuria cuando el gobierno nipón se dio cuenta de que ya no había solución. Solo entonces, en la mañana del 9 de agosto, el Consejo Supremo de Guerra comenzó a discutir sobre una capitulación incondicional.
El mismo día, Estados Unidos arrojó una segunda bomba nuclear sobre Nagasaki. Sin embargo, en el momento del lanzamiento ya estaba reunido el Consejo Supremo de Guerra. “De hecho, la entrada de la Unión Soviética en la guerra fue un factor más importante que las bombas atómicas para que Japón aceptara una capitulación”, concluye el profesor Hasegawa.
Para el presidente estadounidense Harry Truman, probablemente fue la decisión más difícil de su vida. Y es que había suficientes motivos para descartar el lanzamiento de una bomba atómica: ya a mediados de 1944 estaba claro para Estados Unidos que la capitulación de Japón solo era cuestión de tiempo.
Con la operación “Downfall” (Caída), planeada para octubre de 1945, Estados Unidos esperaba derrotar definitivamente a Japón. La invasión, que debería comenzar con un ataque a la isla Kyushu, seguía siendo hasta pocas semanas antes del lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima el plan vigente para Estados Unidos.
Al final, sin embargo, para Truman, que había asumido la presidencia de Estados Unidos en abril del mismo año, la mayor prioridad era ésta: poner fin a la guerra cuanto antes y con el menor número posible de víctimas norteamericanas y al menor coste posible. Este era el objetivo “global” cuando ya estaba fabricada la bomba atómica, explica el investigador Nathan Donohue, del Centro de Estudios Estratégicas e Internacionales (CSIS, en sus siglas en inglés).
Además, Truman se veía obligado a justificar los ingentes costes del programa para el desarrollo de armas nucleares: hasta finales de 1945, este programa había devorado no menos que 1.900 millones de dólares, cantidad que equivaldría hoy a casi 25.000 millones de dólares (22.300 millones de euros).
En opinión del historiador Samuel Walker, Estados Unidos también optó por el lanzamiento de la bomba atómica para exhibir su poder ante la Unión Soviética. En vista del control soviético sobre Europa del Este y el inminente fin de la guerra, Hiroshima se convirtió en un importante desafío lanzado contra Moscú.
Además, el bombardeo contra civiles se había convertido trágicamente en una práctica normal en 1945. Y no en último lugar, Washington estaba buscando una respuesta adecuada al ataque japonés a Pearl Harbor, en diciembre de 1941. Cuando un general cuestionó el uso de la bomba atómica, Truman le contestó: “Si tú debes acabar con una bestia, debes tratarla como una bestia”.
En Japón, la historia de las bombas atómicas inevitablemente está determinada por la perspectiva de las víctimas. Sólo pocos japoneses aceptan que Hiroshima fuese un “castigo justo” por la guerra de agresión de Japón. Aunque la mayoría de los japoneses admiten que su país cometió injusticias, opinan que el uso de las bombas atómicas fue un crimen contra civiles inocentes. ¿Podría haber evitado Japón esas bombas atómicas?
Muchos historiadores acusan al gobierno japonés de aquel entonces, dominado por el ejército, de haber impuesto la guerra a su propia población durante demasiado tiempo con su posición inflexible de no aceptar una capitulación incondicional. Según el historiador Herbert Blix, el emperador Hirohito, a quien los japoneses veneraban como Dios, tuvo una responsabilidad decisiva por esa posición. “Junto con los halcones militares en su gobierno, (Hirohito) fue corresponsable de los muertos de Hiroshima y Nagasaki”, concluye el experto Coulmas.
Fuente: DPA