Vernes 9 de enero. 9.30 de la mañana. Imprenta de Dammartin-en-Goële, a unos 40 kilómetros al noreste de París. El gerente, Michel Catalano, llegó agitado al primer piso, donde estaba Lilian Lepére, el diseñador gráfico del lugar, de 27 años. Le dijo que dos hombres cargados con kalashnikov y un lanzacohetes habían entrado al edificio y le sugirió -casi que le ordenó- que se escondiera. Lilian primero pensó que se trataba de un chiste. Por suerte, tuvo suficiente tiempo para esconderse cuando cayó en la cuenta que era verdad, aunque no sabía que esos dos sujetos eran los terroristas que habían matado a doce personas y que él se transformaría en una pieza clave para su ejecución.
Sin paralizarse ante el miedo, Lepére salió corriendo y se escondió en un mueble debajo del lavadero de la cocina, donde estuvo durante más de ocho horas. Mientras tanto, su jefe, en una escena insólita, les ofrecía café y les curaba las heridas a los hermanos Kouachi, los responsables de la masacre de Charlie Hebdo dos días antes, que finalmente decidieron liberarlo.
“Fue como de película”, dijo el diseñador en una entrevista al canal de televisión France 2, y se mostró absolutamente agradecido con su jefe, a quien considera su salvador. “Quiero decir gracias [a Michel Catalano]. Él me dio los segundos que necesité para esconderme. Es gracias a él que estoy aquí -dijo-. Si me llegaban a agarrar, las cosas hubieran sido diferente”.
Lepére relató cómo fueron esas ocho horas en que temió por su vida y en las que ofició de informante oculto a través de su celular.
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“Me metí en un armario de dos puertas, como el que cualquiera puede tener en su casa. Tuve suerte de que no teníamos productos de limpieza dentro, lo que me permitió acurrucarme. No era muy grande, debía de ser de en 70 centímetros por 80 y aproximadamente 50 centímetros de profundidad”, relató. “No podía hacer ningún movimiento porque por un lado tenía la puerta y por el otro la pared. Así estuve durante ocho horas y media”, continuó.
El diseñador contó que el momento más difícil fue cuando uno de los terroristas se acercó a la zona donde él estaba, abrió la el caño que estaba sobre él y comenzó a ver los interiores de los armarios.
“Escuché disparos y luego uno de ellos abrió la despensa a mi lado. Luego abrió el refrigerador que estaba a sólo 50 centímetros de aquí. Creí que iba a abrir cada despensa-contó-. Era como ves en las películas, a ese punto el cerebro deja de pensar, el corazón deja de latir, tú dejas de respirar”.
“Escuché el agua fluyendo por encima de mi cabeza, porque la tenía apoyada contra él, y vi una sombra a través del hueco de la puerta. Y como el tubo perdía, me empezó a caer agua encima”, continuó el relato.
SUS MENSAJESLepére contó además que tardó quince minutos en poder agarrar su celular y que en ese momento se debatió sobre su proceder.
“Todos los teléfonos de la empresa no dejaban de sonar, aproveché el ruido para moverme y con mucha paciencia y sin perder la esperanza, después de quince minutos tuve la oportunidad de llegar a mi celular”, explicó.
“Estoy escondido en el primer piso, creo que ellos han matado a todos, dile a la policía que intervenga”, le escribió a su padre, y dejó el celular en vibrador y en silencio, aunque eso también generaba un poco ruido, lo cual le despertaba pánico. Entonces, en uno de los tantos mensajes de preocupación que le habían llegado, estaba el de su cuñado, que le decía que estaba con la policía. Entonces comenzó a cumplir el rol de informante.
“Seguí sus instrucciones [de la policía]”, dijo. Gracias a sus mensajes, las fuerzas de élite francesas lograron irrumpir en la imprenta y terminar con la vida de los terroristas.
“En el momento del asalto al escuchar las detonaciones sentí una gran liberación porque tenía mucho dolor en las piernas, la espalda, las nalgas... en todas partes”, recordó.
Fuente: “La Nación” de Argentina / GDA