Alimentadas por los promedios y los buenos indicadores macroeconómicos, durante los últimos años la mayoría de las noticias económicas provenientes de Colombia habían sido predominantemente positivas.
Pero el paro agrario, que este lunes entró a su tercera semana, ha obligado a ponerle más atención a la Colombia que sufre a pesar del crecimiento económico sostenido, los niveles sin precedentes de inversión extranjera, el aumento del ingreso per cápita y la reducción de los índices de pobreza y desempleo, tantas veces destacados por las actuales autoridades colombianas.
Aunque más del 75% de la población colombiana vive en las ciudades, en el resto, la Colombia rural y campesina, los hogares todavía ingresan en promedio 3,4 veces menos que los de las 13 principales áreas metropolitanas de este país sudamericano. Es la Colombia de los pequeños y medianos productores agropecuarios, que se quejan de un abandono de décadas que los ha hecho particularmente vulnerables a la apertura comercial que tan bien parece funcionar para los consumidores de las zonas urbanas.
De hecho, el rechazo a los tratados de libre comercio ha sido una de las principales constantes de las protestas: una demanda que está en las mesas de negociación y en las consignas que se gritan en la calle. Una de las principales quejas de los pequeños productores en paro es que, en las actuales condiciones, no pueden competir con las importaciones baratas hechas al amparo de los TLC y otros acuerdos comerciales.
INUNDADOS La leche es, tal vez, el ejemplo más claro de lo mucho que ha aumentado la competencia para los productores colombianos. En los últimos seis años las importaciones de leche se han más que triplicado, pasando de 9.727 toneladas en 2006 a 33.728 el año pasado, según cifras de la Dirección Nacional de Estadísticas, DANE.
Y es de esperar que la cifra aumente todavía más con la reciente entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, el 1° de agosto pasado. De hecho, durante los últimos tres años han sido muchas las voces que se han levantado para hacer notar el abismo que existe entre los subsidios que benefician a la producción lechera en la UE –además altamente tecnificada y con todas las ventajas de una economía de escala– y la falta de apoyo que reciben los pequeños lecheros colombianos.
Pero tal vez nada hizo tomar conciencia de la amenaza como la imagen de los ganaderos de Boyacá derramando miles de litros en la carretera, hace dos semanas, mientras declaraban que preferían tirarla a seguirla vendiendo a menos de la mitad de lo que les estaba costando producirla.
Pronto cafeteros, arroceros, sembradores de cítricos y de otros productos también siguieron el ejemplo de los lecheros. Y es que según el economista Aurelio Suárez, son casi todos los sectores los que están sintiendo la competencia de las importaciones baratas.
En general todo el mundo sigue pensando que el problema (con los TLC) es la importación de trigo, de cebada, de soya, de sorgo y otros granos. Pero eso ya pasó, dijo a BBC Mundo. Lo nuevo es que los agricultores se resguardaron en una serie de productos que también se empezaron a importar: papa, leche, hortalizas, cacao, café, azúcar, explicó.
EL PROBLEMA DE LA MONEDA La avalancha de importaciones, sin embargo, no se explica solo por los recientes TLC. En cierta medida, el problema también está vinculado a la decidida apuesta de las autoridades por la explotación minera y petrolera, que son los sectores donde se ha concentrado la mayor parte de la inversión extranjera directa.
El país se volvió un país explotador intensivo de recursos naturales no renovables. Y eso trae una re-evaluación del peso que encarece las exportaciones y abarata las importaciones, indicó Suárez a BBC Mundo. Y eso tal vez vendría a explicar por qué cada vez llegan más alimentos baratos incluso de países con los que Colombia mantiene los mismos acuerdos comerciales desde hace 40 años, como Perú y Ecuador.
De hecho, los analistas coinciden en que el impacto de los TLC con Estados Unidos y la UE apenas se está empezando a sentir. Y eso, sumado a los elevados costos de producción y comercialización que enfrentan los campesinos colombianos, hace que estos enfrenten no sólo un presente difícil, sino también un futuro cada vez menos halagüeño.
Es imposible competir en el marco del libre comercio con países que incluso subsidian sus fertilizantes, afirmó Suárez. ¿Y cómo hacer más competitivos (a los campesinos colombianos), si tenemos el crédito más caro, los fertilizantes más caros, estructuras (de comercialización de productos y distribución de insumos) monopólicas y producciones campesinas de 3 y 5 hectáreas?. Ese milagro no la ha hecho nadie, precisó.
PRODUCCIÓN CARA Al final de cuentas, pues, son sobre todo los elevados costos de producción los que están estrangulando a los pequeños productores colombianos. Uno de sus principales problemas, por ejemplo, es que algunos de ellos pueden llegar a pagar por los fertilizantes hasta un 80% más que los precios internacionales y la mayoría lo hace a casi más de la mitad.
Y ese problema tiene que ver con la concentración de la importación de estos insumos en apenas cuatro empresas, pero también con los costos de transporte al interior del país, que también afectan a los campesinos al momento de comercializar sus cosechas.
Ese otro problema, a su vez, está vinculado al alto precio del combustible –uno de los más elevados del continente y también uno de los temas de la protesta– y a la pésima red de carreteras, que según la revista Semana hace que el transporte de un contenedor entre Bogotá y el puerto de Cartagena sea casi tres veces más caro que su transporte desde Cartagena a Shanghái (China), sólo por poner un ejemplo.
Y eso pone a los pequeños productores a merced de los grandes comercializadores, que son las que fijan los precios y se quedan con la mayor parte de las ganancias.
Con todo eso en mente, el presidente Juan Manuel Santos ha estado hablando de convertir el paro en una oportunidad y reconocido la necesidad de trabajar en un Gran Pacto Nacional para el Sector Agropecuario y el Desarrollo Rural.
Pero, luego de décadas de abandono, los campesinos colombianos quieren algo más que palabras.