El ajetreo es permanente: turistas extranjeros, grupos de estudiantes, obreros de la construcción, niños de los barrios aledaños, tránsito fluido en las dos direcciones… El Malecón de la Habana es la más cosmopolita de las avenidas habaneras.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Y hasta el 22 de junio, la ciudad acoge las exposiciones y performance de su Bienal, la más importante cita de las artes visuales en Cuba y muy probablemente en el área del Caribe.
Centenares de artistas de varios países —incluida una importante delegación de Estados Unidos— se unen a los más destacados artistas del panorama nacional y a creadores emergentes, que ofrecen desde sus piezas visiones disímiles del contexto.
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Las obras se insertan en el entrado urbano. Escultura de Rafael M. San Juan en una de las esquinas más famosas del Malecón. (Foto: Yuris Nórido)
Está claro, comparada con las grandes bienales del mundo, la de La Habana mueve mucho menos dinero e influencias. Su incidencia en el mercado internacional del arte es francamente menor.
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Estudiantes de un instituto politécnico fotografían la obra de Roberto Fabelo. (Foto: Yuris Nórido)
Pero algo distingue a la convocatoria habanera: el vínculo estrecho con un público amplio y casual, hombres y mujeres que rara vez visitan las galerías de arte y los espacios más o menos convencionales de exhibición.
Porque una parte importante de las propuestas de la Bienal de La Habana, obviamente, están en las galerías, museos y centros de arte (particularmente notables son las piezas del paisajista Tomás Sánchez en el Museo Nacional de Bellas Artes y la gran muestra de arte cubano Zona Franca, con sede en la Fortaleza de La Cabaña); pero en espacios abiertos se han emplazado obras muy interesantes, que sorprenden a los peatones.
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Muchas de las obras de la muestra Detrás del muro están emplazadas frente al mar, con la ciudad al fondo. Creación de Duvier del Dago. (Foto: Yuris Nórido)
Es el caso de la mega exposición “Detrás del muro”, ubicada a lo largo del célebre Malecón habanero. Medio centenar de artistas de más de una decena de países despliegan sus creaciones, en una sinfonía múltiple de discursos y concreciones formales.
Las implicaciones (o la aparente falta de implicaciones, en el arte todo es legítimo) están abiertas a la sensibilidad, el nivel de información o a la relación directa de las personas con las obras.
Pero los espectadores no son un público “especializado”: son la gente que camina todos los días por el Malecón, la más popular y emblemática de las avenidas habaneras.
“Yo no entiendo qué significa este cubo azul”, dice Yaumara, estudiante de una universidad médica, detenida frente a la pieza de Rachel Valdés; “pero me gusta mucho verlo. Es algo que no se supone que uno se encuentre en el camino. Y eso pasa con casi todas las esculturas que hay por aquí”.
Mario, jubilado de Centro Habana, viene todas las tardes a una playa artificial que el artista Arles del Río emplazó junto al muro.
“¿Tú sabes cuánto cuesta una tumbona como esta en una playa de verdad? ¡Dos dólares! Aquí puedo venir de gratis y sentarme a la sombra para disfrutar el aire fresco y tomarme mi traguito”.
Junto a Mario, decenas de personas pasan el rato debajo de las sombrillas, jugando con la arena, haciendo tertulias… La gente rompe las fronteras que suelen marcar las obras de arte.
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La gente rompe las fronteras entre el arte y la vida cotidiana. Resaca, instalación de Arles del Río. (Foto: Yuris Nórido)
De eso se trata, según los organizadores de la muestra. Una de las pretensiones principales es poner a dialogar a la comunidad con la producción artística, sin establecer mediaciones externas más o menos interesadas.
“¡Que cada quién saque sus propias conclusiones o que no saque ninguna!”, exclama Yunior, joven profesional.
“Aquí lo importante es disfrutar la obra de arte. Hay cosas que me parecen muy subversivas, otras son más plásticas, más bonitas. Por esta calle, el Malecón, pasa toda La Habana, la gente que vive aquí y los que vienen de visita. ¡Esta es la mejor galería de toda la ciudad!”.
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Los peatones se detienen frente a las obras, tratando de descubrir algunos de los “mensajes”. Pieza del estadounidense David Opdyke. (Foto: Yuris Nórido)
Y la más singular, sin dudas. El entorno no puede ser más sugerente: altos edificios, nuevos inmuebles residenciales, hoteles y restaurantes… junto a edificaciones casi en ruinas, muchas en proceso de demolición. Frente a la línea de la ciudad, el mar.
“Todo esto es muy lindo, es una maravilla lo que han hecho los artistas”, afirma Luisa, una anciana vecina de la zona. “Ojalá que dejaran las obras aquí para siempre”.
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Elementos de la cotidianidad (en este caso, muebles) asumidos con otro concepto. Secreter, de la colombiana Lina Lear. (Foto: Yuris Nórido)
Puede que a Julia se le escapen algunos de los “mensajes”; pero está claro que comprende una de las funciones posibles del arte: la de hacernos la vida más placentera.
La Bienal de La Habana no es una cita elitista, pensada solo para algunos escogidos. Es la fiesta de toda una ciudad. El arte como patrimonio compartido.
Yuris Nórido es periodista de medios oficiales como el diario Trabajadores y el sitio digital CubaSí. Es miembro del Partido Comunista de Cuba (PCC), “porque confío en que puede ser motor de cambios necesarios para este país”.