“¿Imagináis que los profesionales de la salud saliéramos corriendo y no quisiéramos atender a pacientes contagiosos? ¿Qué pensaríais si esos pacientes fueráis vosotros o algún familiar vuestro?”, se pregunta Juan Carlos Fernández, un enfermero que atendió a Teresa Romero, la auxiliar sanitaria contagiada de ébola en España.
El enfermero denuncia así, en una carta enviada días atrás al diario español El Mundo, cómo se sintió discriminado después de que varios padres del colegio donde estudian sus hijos le recriminasen por seguir llevándolos al centro educativo por temor a un contagio.
La denuncia de Fernández no es la única.
Otros médicos y enfermeras que han atendido a Romero, la primera contagiada de ébola fuera de África que y ya curada, y a los dos misioneros españoles que llegaron a España con la enfermedad, han denunciado de forma anónima estar siendo estigmatizados.
Y es que, después de quitarse el traje con el que tratan de evitar contagiarse de esta enfermedad infecciosa y altamente letal, a algunos médicos, enfermeras y auxiliares sanitarios les toca enfrentarse al miedo de quienes les rodean.
“COMO LA LEPRA O EL SIDA EN LOS 80”Pese a que este tipo de denuncias, como la epidemia misma, resultan más mediáticas en Europa y EE.UU., en los países más afectados de África Occidental, médicos, enfermeras y asistentes sanitarios llevan meses sintiendo este rechazo.
De los más de 4.500 muertos por el ébola, más de 230 eran personal sanitario.
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Como quienes logran recuperarse, los que atienden a los afectados por ébola sienten a menudo la discriminación de su comunidad e incluso de su propia familia.
Muchas veces se debe al miedo, teme que quienes están en contacto directo con los enfermos puedan contagiarles.
“Allí cuando llegas a casa, no es como EE.UU. o Europa que llegas a tu apartamento y quizás no te conoce ni tu vecino, ahí conoces a todo el barrio y te conocen muy bien”, le dice a BBC Mundo el enfermero Luis Encinas, responsable de operaciones de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el Sahel y África Occidental.
Según Encinas, que pasó varias semanas entre marzo y abril en Guinea Conakry cuando se desató la epidemia, el hecho de que los vecinos vean al personal sanitario con sus trajes desplazarse en ambulancias de aldea en aldea para buscar enfermos crea mucho “espacio para la fantasía”.
Y de ahí surge el estigma y el rechazo.
“Conozco casos de gente que ha ido al mercado y, de un día para otro, sabían que había gente con ébola en su casa, y le habían subido el precio del arroz porque nadie quería venderle, nadie quería tocarle”, apunta el profesional.
“Era como la lepra o como el sida en los años 80”, añade.
MÁS DE 230 PROFESIONALES MUERTOSLa discriminación allí es tan grave que, en algunos países, incluso se han denunciado agresiones a personal sanitario que superó la enfermedad porque la gente de su comunidad no cree que la hayan superado.
El estigma hacia quienes se recuperan del ébola llevó al propio ministro de Salud de Liberia, Walter Gwenigale, a pedir a los ciudadanos que superen los prejuicios.
Pero la tragedia de los profesionales de salud en primera línea de la lucha contra el ébola va más allá del rechazo social.
De los más de 4.500 muertos confirmados por ébola en Guinea, Liberia y Sierra Leona, más de 230 eran médicos, enfermeros o auxiliares.
El dato no es extraño teniendo en cuenta que la principal vía de contagio de esta enfermedad altamente letal es el contacto directo con fluidos corporales de una persona enferma y que presenta los síntomas.
Sin embargo, según explica Luis Encinas, de MSF, la muerte de personal sanitario “marca un peso muy fuerte en el ambiente” como él pudo comprobar en Guinea, donde además de varios médicos, enfermeros y técnicos murió incluso el director de un hospital.
“Hay gente (personal sanitario) que está muriendo, gente que tiene miedo y no va a trabajar al centro de salud. Esto provoca que el sistema sanitario, ya frágil por sí mismo colapse totalmente”, explica.
Para Encinas, enfermedades como estas, que es altamente infecciosa y mortal y se transmite fácilmente, siempre van acompañadas de una epidemia de pánico que nace por la desinformación.
“Incluso en Madrid hubo vecinos (de la auxiliar infectada Teresa Romero) que tenían miedo porque había respirado el mismo aire o tocado el mismo botón”, recuerda el enfermero.
Por eso, la receta que propone para luchar contra estos estigmas es simple: “Información, educación, comunicación adecuada para todo el público y formación del personal sanitario”.
“Los medios políticos y de comunicación deben ofrecer información clara porque el estigma va a nutrir el miedo más y hay que ir para adelante y romper estos círculos muy viciosos”, concluye.