“El Tiempo” de Colombia (GDA)
Nada funcionaba. Ni la mayonesa, ni el vinagre, ni la ortiga ganaron la batalla contra ese insecto incrustado en sus cabezas. Las abuelas de la familia pensaron incluso que se trataba de brujería, porque Luisa y Sarita no paraban de rascarse. Se retorcían en las noches como endemoniadas.
Las niñas de la familia Guzmán estaban infestadas de piojos, igual que casi todas las alumnas de su colegio, uno de los planteles femeninos más antiguos en el corazón de Chapinero. “Era 1995 cuando se me enfermaron. Con mi esposa llorábamos de verlas”, dijo Jaír Guzmán, recordando el momento en el que raparlas parecía ser la única solución. No hubo champú ni poción mágica que funcionara.
Los jóvenes padres comenzaron entonces a sacar piojo por piojo de la cabeza de sus hijas. Enredaban hilos en peines de plástico y así cada día de ese mes infernal sacaron liendres y liendres hasta perder la cuenta. Al otro día los huevos volvían a aparecer en su cabellera. “En esa época no había internet, pero investigando supimos de un peine que se conseguía en La Guajira”, dijo Johanna, la madre de las niñas. Era de púas muy finas de bambú, un objeto divino que expulsó por primera vez a los intrusos insectos.
Ese lunes las niñas llegaron relucientes. En los pasillos del viejo colegio el murmullo se convirtió en eco y luego en noticia. Hasta doña Pepa Castro, la rectora del plantel, dijo que llamaran a su despacho a los salvadores de cabezas. “La mamá de una alumna, a quien ayudamos, extendió el cuento y fue así que un día mi esposa y yo le estábamos quitando los piojos a todo el colegio”, recordó Jaír.
Las manos de la pareja se hicieron hábiles. Niña tras niña llegaban a la sala de su casa hasta contar casi 1.200. Con unas tardaban 2 días y con otras, en 4 horas estaba hecha la tarea. Un jugo, una gaseosa, mil pesos, un roscón era el tipo de pago que recibían los ‘exterminadores’.
EMPRESAEran padres tan jóvenes que la curiosidad los llevó hacia una búsqueda histórica de estos seres diminutos. Así supieron que en Argentina fueron plaga, así como en casi todo el mundo, porque su origen es tan antiguo como la del mismo hombre, que a. de C. ya habían hecho historia, que eran tan astutos que habían creado una resistencia al químico y al veneno con el que muchos pensaron ponerle fin a su escasa vida de días y que amaban las cabezas limpias y no las desgreñadas, como se pensaba.
Del país gaucho, en donde habían conseguido tanta información, importaron un nuevo peine metálico. Este tenía mejor arrastre, así que su trabajo se hizo más fácil en Bogotá. Para el 2002, cuando apenas culminaban sus carreras, ya habían investigado lo suficiente como para pensar en empresa. “Le dije a mi esposo que estaba cansada de quitar piojos en mi casa”.
Jaír, que lo pensaba dos veces para renunciar a su trabajo, tomó la decisión, esa que le había ‘rascado’ por tanto tiempo en su cabeza. “Arrendamos un local en el barrio Santa Helena y, sí señor, así surgió todo. Dijimos que era para tratamientos capilares porque quitar piojos era tabú”. Cuentan que el máster de ‘matapiojos’ la hicieron con una niña rasta, a quien las burlas la tenían al borde de la locura. Luego, los clientes pululaban. Hasta los metaleros llegaban a buscar su ayuda. Supieron que estos huéspedes no saltaban sino que se enganchaban y que los liendres se aferraban al pelo con quinina, un pegamento propio de los insectos.
En el 2007, cansados de la tramitomanía de la importación, se las ingeniaron para fabricar su propio peine. Lo hicieron con acero quirúrgico después de pasearse todo Paloquemao. Así atendían hasta 25 personas por día, todas con un drama diferente.
Las clases altas prefieren pedir sus servicios a domicilio. “He tenido que llegar escoltada a varias casas. Es que los piojos no discriminan si son cabezas de políticos o actrices. Gracias a ellos surgió el servicio exprés”.
Otros casos son más críticos, como cuando tuvieron que atender a una niña que había sido roceada con Baygon o a otra a la que habían bañado con orines de caballo.
Los logros como empresarios son muchos, venta de franquicias, una loción que asfixia a los insectos, un champú que no tarda en salir al mercado, una especie de aspiradora que parece succionar a los intrusos y miles de peines vendidos. Todo se lo deben a su curiosidad incansable, a horas observando a los invasores hasta en pequeños tubos de laboratorio.
Luego de tantos años de intentar acabar con la especie, los Guzmán les sienten hasta cariño. Al fin de cuentas, gracias a los piojos sintieron un día la felicidad de tener casa propia.