Rinelle, una estudiante de 16 años, había estado tomándose unos tragos con unos amigos cuando dos jóvenes la llevaron a un lugar aislado bajo un puente. Ahí la atacaron física y sexualmente.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Recuerda estar en un río, pero no si fue porque logró escapar o porque la tiraron. Cuando pudo salir del agua, los hombres la atacaron otra vez hasta que creyeron que estaba muerta.
La encontraron medio desnuda e inconsciente en la ribera del río. No había muchas esperanzas de que sobreviviera.
“La temperatura era muy baja”, le dice a la BBC el detective encargado del caso, John O'Donovan.
“Estaba a punto de morir, pero el frío le salvó la vida”, explica, refiriéndose a que a temperaturas heladas, el metabolismo le permite al cuerpo empezar el proceso de sanación.
Rinelle vivió para contar lo que le ocurrió, una oportunidad que no tuvo una larga lista de mujeres y niñas que, como ella, han sido atacadas y desechadas por razones y personas desconocidas en esta ciudad fronteriza.
UN ESPEJO EN EL NORTE
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Si no fuera por la nieve, este homenaje a una de las víctimas podría estar en el sur. (Foto: BBC Mundo)
La historia se asemeja dolorosamente a la de Ciudad Juárez en México, donde desde 1993 cientos de mujeres han sufrido un destino similar, pero se trata de Winnipeg, la ciudad con la población más grande de indígenas en Canadá.
Y es de esa población de la que provienen la mayoría de las víctimas: las aborígenes tienen una posibilidad cuatro veces mayor a ser asesinadas o desaparecer que otras mujeres canadienses.
Entre 1980 y 2012, casi 1.200 mujeres y niñas indígenas fueron asesinadas o desaparecieron, según un informe publicado el año pasado por la Real Policía Montada de Canadá.
Hay quienes piensan que las cifras oficiales son incompletas, y que el total es más alto.
TINA ABRIÓ LOS OJOS
Un domingo de agosto del 2014, semanas antes de que encontraran a Rinelle Harper, O'Donovan había tenido que interrumpir su descanso para encargarse de otro caso: habían encontrado un cuerpo en una bolsa con pesas en el Río Rojo del Norte, el río que atraviesa la ciudad y es su alma.
El cadáver estaba en un estado tan avanzado de descomposición que tomó cuatro horas determinar que era una joven y otras cuatro para hacer una identificación tentativa.
Un tatuaje de unas alas de ángel en la espalda les indicó a los oficiales que se trataba de una chica que había abandonado su hogar, una colegiala de 15 años llamada Tina Fontaine.
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Nadie sabe qué le pasó a Tina durante las semanas previas a su muerte que pasó en la ciudad. (Foto: BBC Mundo)
El caso de Tina llegó a las primeras planas en todo Canadá no sólo por la horrible naturaleza del crimen sino también por lo que ella representaba.
Ella era parte de la población aborigen canadiense, compuesta por las Naciones Originarias, los inuit del norte y los metis, descendientes de los colonizadores y amerindios.
La indignación colectiva ante su muerte había marcado un momento decisivo para una ciudad que a menudo no le había prestado atención a la aparentemente sucesión sin fin de ataques violentos contra las indígenas.
LAS DESAPARECIDAS
En Winnipeg ya había un equipo de operativos especiales, llamado Project Devote, establecido hace cuatro años para investigar casos no resueltos en las que la víctima es considerada “vulnerable”.
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Los alfileres que marcan desapariciones o muertes. (Foto: BBC Mundo)
En sus oficinas, hay mapas con puntos que indican los lugares en los que las víctimas de los 29 casos que investigan fueron vistas por última vez o donde fueron encontrados sus cuerpos.
La mayoría son mujeres indígenas.
Hasta ahora, únicamente un caso ha llegado a los tribunales.
El alguacil Jason Michalyshen explica que el reto es enorme: “A menudo, cuando se trata de desaparecidas, no hay una escena del crimen que podamos analizar para encontrar evidencia. Entendemos que es devastador para los familiares, pero también es frustrante para los investigadores que no cuentan con información”.
Bernadette Smith es una de esas familiares devastadas, y también frustradas.
Busca a su media hermana Claudette Osborne, que fue vista por última vez en julio del 2008 con un camionero al lado de una carretera interurbana.
Claudette tenía 21 años y acababa de dar a luz a su cuarto hijo.
“Todavía estaba sangrando y este hombre estaba tratando de tener relaciones sexuales con ella”, le cuenta a la BBC Bernadette. “Ella trató de llamar a pedir auxilio a las cuatro de la mañana”.
Pero el teléfono al que llamaba se había quedado sin crédito y pasaron varios días antes de que su familia escuchara los mensajes. Para entonces Claudette ya había desaparecido.
Y esa no es la única pérdida que ha experimentado Bernadette. Otras tres mujeres de su familia han sido asesinadas o están desaparecidas.
Junto con otros familiares de aborígenes desaparecidas, Bernadette ha estado dragando el río con ganchos metálicos, en busca de sus seres queridos pues piensan que las autoridades no han hecho lo suficiente.
¿QUIÉN LAS ESTÁ MATANDO?
Una opinión generalizada en Canadá es que las indígenas son maltratadas principalmente por miembros de su propia comunidad.
Las cifras compiladas por la Real Policía Montada de Canadá respaldan hasta cierto punto ese criterio: entre 1980 y 2012 más del 60% de los asesinatos de mujeres aborígenes registrados fueron cometidos por maridos, familiares o amigos cercanos.
Pero eso deja un 40% de casos de muerte causada por extraños o conocidos casuales, un término que a menudo se usa para describir la relación entre trabajadoras sexuales y clientes.
El asesino en serie Shawn Lamb, condenado en Winnipeg en el 2013 por asesinar a dos mujeres aborígenes, las describió como “las víctimas perfectas”, pues a nadie parecía importarle si desaparecían.
Esa puede ser también la razón por la que una gran cantidad de indígenas estaban entre las víctimas del asesino en serie más notorio de Canadá, el criador de cerdos Robert Pickton.
Los restos o ADN de 33 mujeres fueron encontrados en su granja cuando fue arrestado en el 2002. Algunas eran autoestopistas, otras prostitutas y drogadictas.
En Winnipeg también, muchas de las mujeres aborígenes asesinadas o desaparecidas eran trabajadoras sexuales.
En los últimos años, la unidad de la policía contra la explotación de esa ciudad ha estado patrullando la ciudad por la noche para proteger a las mujeres en riesgo.
“No tenemos ninguna autoridad legal para sacarlas de la calle, pero les preguntamos si podemos ayudarlas de alguna manera para que dejen de trabajar en el comercio sexual: es terreno fértil para depredadores”.
¿POR QUÉ TANTAS TERMINAN EN LAS CALLES?
“Nos olvidamos de que Canadá se estableció con el imperialismo colonial, alimentado por el racismo”, dice Nahanni Fontaine, asesora especial en asuntos aborígenes para el gobierno de Manitoba.
“Los pueblos aborígenes consideraban a las mujeres y niñas como sagradas e iguales, pero esto cambió a: 'son putas, son promiscuas'”, postula.
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Varios de los restos de las víctimas han sido encontradas en el río. (Foto: BBC Mundo)
Agrega que una serie de políticas del gobierno contribuyeron a la discriminación contra los pueblos originarios, especialmente contra las mujeres.
La principal era la práctica de quitarle los hijos a las madres aborígenes para criarlos en colegios residenciales, que a menudo eran brutales y abusivos. Esta política se implementó durante más de un siglo, hasta hace 20 años.
La idea era acoplar a los indígenas a la sociedad dominante, pero el efecto fue aislarlos aún más.
Otras políticas, como la de sacar a los niños de las familias y enviarlos a otra parte, a menudo para que los adoptaran en otros países, y la necesidad de que los niños indígenas dejaran sus hogares en las reservas para terminar sus estudios, también contribuyeron a la destrucción de la estructura familiar de los indígenas.
Según Fontaine, esas prácticas explican en gran medida por qué las mujeres y chicas aborígenes muchas veces terminan marginadas, vulnerables a la explotación, atraídas por la prostitución y las drogas.
Pero por encima de todo, “hay esta creencia errónea de que la explotación sexual o los niveles salvajes de violencia son culpa de las mujeres mismas”, dice Fontaine, a quien le gustaría que se discutiera más bien sobre los perpetradores, los hombres responsables de estos crímenes.
FUTURO
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En el centro de Winnipeg, al lado del río, recientemente pusieron un monumento oficial para las mujeres muertas. o desaparecidas. (Foto: BBC Mundo)
En enero, atizado por un titular en una revista que declaraba a Winnipeg como “el lugar en el que el problema de racismo de Canadá es peor”, el jefe de la Policía prometió abordar el problema de la violencia contra las aborígenes, aunque señaló que “es un asunto social profundo que debe ser enfrentado desde una perspectiva comunitaria holística”.
Esto porque, para cuando un caso llega a la policía, “a menudo es demasiado tarde”.
Su opinión va en contravía de la del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, quien piensa que el tema es criminal, no sociológico.
No obstante, Clunis no está sólo: el gobierno provincial de Manitoba apoya el llamado a una consulta nacional, así como lo hizo un comité de la ONU en un informe del mes pasado que acusó a Canadá de una “violación grave” de los derechos de las mujeres aborígenes.