Una descifradora de códigos de la Segunda Guerra Mundial reiteró que guardará los secretos de su trabajo “hasta el final” de sus días.
Margaret Wilson, quien tiene ahora 95 años, se formó como operadora inalámbrica antes de ser transferida a Bletchley Park (Inglaterra) en 1942, donde escuchaba la radio alemana.
“Eso es todo lo que puedo decirte, un secreto es un secreto”, le dijo a la BBC.
En ese tiempo, no se dio cuenta de la importancia del trabajo, pero incluso ahora que sabe lo importante que fue, se niega a revelar la historia completa.
A pesar de las peticiones de investigadores y familiares, Wilson declaró: “Nadie más ha hablado, así que no lo haré”.
Margaret Wilson tenía 19 años cuando se unió a la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres.
Unos meses después, le solicitaron que firmara la Ley de Secretos Oficiales y jurara secreto de por vida ante un juez de paz.
Luego le dijeron que iría a un lugar llamado “Bletchley”.
“Nunca había oído hablar de el”, contó Wilson.
Sin descanso
Bletchley Park, en Buckinghamshire, fue el principal establecimiento de descifrado de mensajes de varios países del Eje durante la Segunda Guerra Mundial.
Fue allá donde, con la ayuda de personas como Margaret Wilson, el matemático Alan Turing hizo el criptoanálisis de las máquinas alemanas Enigma y Lorenz que jugó un papel fundamental en la derrota de los nazis en muchos enfrentamientos cruciales, y -por ende- contribuyó a la victoria de los Aliados.
Las primeras impresiones de Wilson del legendario lugar no fueron buenas.
La llevaban a trabajar en un automóvil con unas ventanas oscurecidas “horribles”, y el sargento a cargo era un “miserable imbécil”.
Trabajando en una cabaña de madera, Wilson era parte de un pequeño equipo que escuchaba y grababa transmisiones de radio alemanas, las 24 horas del día.
Se enfocaban en los puntos y los guiones de los mensajes en código Morse, que debían detectar entre la confusión de otros ruidos y voces en las transmisiones.
“Hacías eso todo el día, sin descanso, durante 8 horas”.
“Y nunca hablabas con las otras chicas -que no estaban sentadas muy lejos-, ni siquiera 'sí' o 'no' o 'cómo estás'... nada”.
“Cuando querías ir al baño, tenías que levantar la mano y el sargento se sentaba y hacía tu trabajo”.
“Y en la noche eso ocurría más a menudo porque tenías que lavarte la cara para poder mantenerte despierta”.
Sin explicación
No les explicaron nada sobre su trabajo pero pronto fueron atando cabos.
“Los mensajes importantes llegaban en grupos de cinco letras, y esos eran enviados más rápido, pero eso es todo lo que puedo decir”, dijo.
Wilson dejó su trabajo en 1946, pero se mantuvo firme en su juramento de secreto y no le habló de eso ni a su marido ni a sus hijos.
En 2013, cuando aquellos que trabajaron en Bletchley recibieron agradecimientos oficiales, parte de la historia salió a la luz.
Fue solo entonces que Wilson regresó a Bletchley, ahora un museo, y “a los pocos minutos me vi rodeada de peces gordos”.
“Me decían: 'Margaret, puedes contarnos' y yo les contestaba: 'Ustedes no son los que juraron guardar el secreto ni a quienes les dijeron que nunca jamás lo revelaras hasta el final de tus días'”, le contó a la BBC.
“El juez de paz me advirtió: 'Intentarán hacerte hablar, te dirán que está bien que lo hagas, pero no digas nada', y para mí esta es la última palabra”.