El presidente Marcelo Rebelo de Sousa se vio envuelto en un escándalo al confirmar su asistencia al primer partido de Portugal en la Copa del Mundo. “Qatar no respeta los derechos humanos. Toda la construcción de los estadios y demás…, pero, en fin, olvidemos esto”, minimizó el dirigente en una rueda de prensa tras la victoria de su país contra Nigeria en el último partido de la selección antes de viajar al pequeño y cuestionado reino del Golfo Pérsico.
Sus comentarios generaron un aluvión de críticas. Sin embargo, no alcanzaron para persuadir al mandatario de faltar a la cita y finalmente, el martes de esta semana, un Parlamento dividido decidió autorizar el viaje.
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Pero el líder portugués no fue el único en defender a Qatar en vísperas del mundial. Emmanuel Macron, que dejó la puerta abierta a una posible visita en caso de que Francia llegue a la semifinal o a la final tal como lo hizo en Rusia, opinó que “el deporte no debe politizarse”.
La celebración del campeonato ha estado bajo escrutinio desde el comienzo por los escándalos de corrupción vinculados a la elección de la sede pero también por las condiciones de vida de los trabajadores golondrina, el impacto de los estadios climatizados sobre el medio ambiente y el abuso de los derechos humanos de las mujeres y las minorías sexuales en el país musulmán.
A este combo se suma la crisis energética global, el aumento de precios, la guerra en Ucrania y los resabios de la pandemia. Por lo que muchos señalan la asistencia de los líderes globales a Qatar como una gran muestra de descortesía.
Pero nada de esto pareciera importar durante la Copa del Mundo. Bien claro lo dijo la ministra de Trabajo, Kelly Olmos: “Primero que Argentina salga campeón, después seguiremos trabajando”.
Aunque hay excepciones —Guillermo Lasso declinó la invitación del emir de Qatar debido a la ola de inseguridad en Ecuador y el presidente de Polonia, Andrej Duda, prefirió ver el partido en su país junto a los soldados polacos por la tensa situación que se vive en el este de Europa—, los políticos se olvidan de sus roles y se convierten en simples hinchas. La pasión por el fútbol se vuelve más grande que cualquier compromiso o ideología. Y con los medios disponibles para viajar, muchos dirigentes prefieren enfrentarse a las críticas que perderse la oportunidad de alentar a sus equipos desde la cancha.
Así, el presidente Pedro Sánchez defendió la presencia del rey Felipe VI durante el primer partido de España. “No hay mejor delegación que pueda representar a España en un evento deportivo o de cualquier otro símbolo y significado que nuestro jefe del Estado”, declaró en una conferencia de prensa.
En muchos países, el fútbol no solo es una pasión de los ciudadanos, sino un mercado enorme que ha tejido fuertes vínculos con la política. Jair Bolsonaro, por ejemplo, se apoyó en la selección brasileña durante su campaña presidencial. Y Neymar prometió que le dedicaría el primer gol del mundial.
Aunque el apoyo explícito del equipo brasileño no fue suficiente para consagrar el triunfo de Bolsonaro, logró alimentar la polarización interna y provocó una incitadora reacción de Lula da Silva: “No estoy enfadado. Neymar tiene derecho a elegir a quien quiera como presidente. Creo que tiene miedo de que si gano las elecciones, sepa que Bolsonaro le perdonó la deuda del impuesto sobre la renta. Creo que por eso me tiene miedo”.
Neymar no se quedó callado y dio una respuesta contundente: “Hablan de democracia, pero cuando alguien tiene una opinión diferente, es atacado por los mismos que hablan de democracia”.
Tener de enemigo a la máxima estrella brasileña no es una jugada inteligente. Es por eso que los líderes deben cuidarse cuando hablan de fútbol ya que una sola frase incorrecta puede desatar una fuerte disputa interna, como lo hizo el príncipe Guillermo al expresar su apoyo a la selección de Inglaterra por encima de la de Gales.
Es por eso que algunos dirigentes no se atreven a opinar. Lacalle Pou, cuando fue preguntado por su pronóstico para Uruguay, contestó: “Si digo algo es porque digo… y si perdemos es porque soy seca [”mufa”]”. Y añadió que miraría el partido “chatito, quietito, tomando mate”.
Otros, sin sucumbir ante ninguna superstición, han hecho despliegue de todos sus buenos augurios. El presidente de Senegal, por ejemplo, hizo una extraña declaración de amor a la copa del mundo durante la gira del trofeo por las 32 naciones clasificadas. La tomó con las dos manos, la miró fijamente y le dijo: “Señora Copa, Senegal, con mi voz, le declaro su amor. De todos sus contendientes, somos el único país de Teranga (el espíritu de la hospitalidad). Así que le ofrecemos la Teranga senegalesa con los brazos abiertos. Le prometo que el león luchará con todas sus fuerzas, para conquistarla y traerla de vuelta aquí el próximo diciembre”.
El presidente estadounidense Joe Biden envió un mensaje especial a su equipo. “Entrenador, póngame, estoy listo para jugar”, bromeó el mandatario de 80 años. “Sé que no son los favoritos, pero les diré una cosa, tienen a algunos de los mejores jugadores del mundo en su equipo. Están representando a este país y sé que van a jugar con todo su corazón. Así que vamos a sorprenderlos a todos”.
Por su lado, el primer ministro británico, Rishi Sunak, muy activo en redes, publicó un video en el que abre su maletín rojo y despliega un mural gigante que no es otra cosa que el calendario con todos los partidos del Mundial de Qatar. Luego marca con círculo los de Inglaterra y Gales (en un gesto más conciliador que el del príncipe de Gales) y termina con el mensaje: “Buena suerte”.
Por María del Pilar Castillo
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