Aunque Estados Unidos tenga en el Golfo Pérsico un gigantesco portaviones con bombarderos B-52, misiles Patriot y toda la parafernalia militar que ostenta, no intervendrá militarmente en Irán. Porque las elecciones se acercan y Donald Trump le prometió a su electorado más fiel que se acabarían las guerras y que se retirarían las tropas del Oriente Medio.
Y porque ninguna potencia lo secundaría. Afganistán e Iraq son el ejemplo del fracaso de las últimas intervenciones armadas que lideró Estados Unidos. Tal es la derrota que la guerra de Afganistán ha durado más que la de Vietnam y se está negociando –a puertas cerradas y con los mismísimos talibanes a los que combatieron– para que recuperen el poder.
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A Irán tampoco le conviene enfrascarse en una guerra, menos aún con la mayor potencia del mundo. No solo porque es un ejército poderoso el de Estados Unidos, sino porque el régimen de los ayatolas se pondría a sí mismo en peligro. El descontento popular crece en paralelo con la crisis económica, el desempleo de los jóvenes y la poca apertura en lo que concierne a los derechos de las mujeres. Ir a la guerra significaría hacerse el harakiri.
A Washington como a Teherán les conviene dejar las cosas como están y hacer como los muchachos de barrio que se insultan y se amenazan, pero jamás se van a las manos porque ambos tienen las de perder.
Trump confía que el ayatola Alí Jamenei resistirá unos seis meses más las sanciones antes de plegarse a un nuevo acuerdo nuclear, que reemplace al que se firmó en el 2015 entre Washington, la UE y Teherán y que él borró unilateralmente de un plumazo el año pasado. El presidente estadounidense dice que quiere un mejor tratado, pero nadie sabe en qué consistiría este. Al parecer, le bastaría con que, en vez de llevar la firma de Barak Obama, llevara la suya.
Jamenei, por su parte vocifera contra el ‘demonio occidental’ , pero juega a hacerse el muertito. No se ha retirado del acuerdo, como no lo han hecho tampoco los otros países, a la espera de que sea otro el elegido como inquilino de la Casa Blanca. Alguien con la sensatez suficiente para darse cuenta que las reglas de juego se cumplen, porque si no, nadie jugará contigo.
El ayatola supremo también amenaza con bloquear el estrecho de Ormuz, la principal ruta de Arabia Saudita, Irán, Iraq, Qatar, Kuwait y Baréin para sus exportaciones. La tercera parte del petróleo que se produce en el mundo pasa por ahí. El de Irán también. Pero el motivo más importante para que Teherán no se enfrasque en un largo bloqueo del estrecho –además de la presencia de la V Flota estadounidense en Baréin– es que esto perjudicaría a uno de sus más importantes socios comerciales, China, que teme un alza exorbitante del precio del crudo y porque el petróleo que por allí circula está destinado en su mayoría al mercado asiático.
Y ya que mencionamos a China. Es a este país al que quiere ganarle la guerra comercial el mandatario estadounidense. Basta ver cómo Donald Trump añadió a Huawei a la lista de empresas prohibidas para las firmas estadounidenses y el revuelo que esto ha causado. Teherán puede esperar. El verdadero enemigo de Trump es Beijing.