Dos de las cosas que hoy lo hacen feliz se gestaron por Internet. Cinco años de videollamadas con la que es hoy su mujer y, dentro de poco, madre de su primer hijo; y meses de clases de cocina, también por Internet, a cargo de su madre, que le permitieron iniciar un negocio de comida árabe en Bogotá, Colombia.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
El amor comenzó por intermediación de un amigo de la familia; el negocio fue una de las inesperadas consecuencias de la violencia que sacude a su país de origen, Siria.
Almotaz Bellah Kedrou es uno de los seis refugiados sirios en Colombia, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
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Su esposa Jessica, que es colombiana, también participa del negocio de comidas. (Foto: Natalio Cosoy)
Tiene 27 años, es originario de Damasco, desde donde llegó tras un largo periplo que lo llevó primero a Turquía, Abu Dabi, Brasil y Ecuador.
Es uno de los más de cuatro millones de personas que han dejado Siria desde que en el 2011 se desató el sangriento conflicto interno en ese país que ya ha dejado más de 250.000 muertos.
“Lo decidí con mi madre y con mi padre”, le dijo a BBC Mundo. Fue cuando el Ejército sirio lo quiso sumar a sus filas.
“Pretendían que matara niños, que matara a mucha gente, que matara a mis amigos, que matara sirios; por eso decidí irme antes de que me forzaran a alistarme”, explicó.
Boda virtual
Decidió entonces reunirse con la colombiana Jessica Alejandra Díaz Jaime, con quien mantenía una relación a la distancia desde hacía cinco años.
Almotaz cruzó a Líbano a solicitar una visa para Colombia, pero se la rechazaron. Decidió, de todos modos, no regresar a Siria. Se fue hacia Turquía.
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Hoy Almotaz ya vive con Jessica, pero hasta tuvieron que casarse a la distancia. (Foto: Natalio Cosoy)
La solución era casarse con Jessica, casarse a miles de kilómetros de distancia.
“Imagínate que me casé por Skype. Me casé frente a una pantalla”, dice él sorprendido, como si la historia la contara otro.
Ella lo llamó desde un celular, él estaba en un cybercafé. Ella llevaba un vestido blanco, él una camiseta y un traje también blancos.
“Le puse el anillo en el dedo, todo igual, pero por Skype, yo en Turquía y ella en Colombia”.
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Almotaz no quiso unirse al Ejército sirio. (Foto: Natalio Cosoy)
Gracias a su madre
Cuando por fin se instalaron juntos en Colombia el 9 de agosto del 2014, comenzaron nuevos desafíos.
Almotaz viene de una familia de buen pasar, su padre es dueño de un gran supermercado en Damasco.
Pero en Bogotá no tenía dinero, y no sabía qué hacer.
“No podía estudiar, no podía entrar a la universidad, no podía trabajar porque no sabía hablar español”, recuerda.
Vendía arroz con leche en la calle con su mujer.
“Imagine que vendía esto en inglés en Colombia, la gente me miraba y se sonreía”.
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Entre los secretos que le enseñó su madre está cómo preparar las salsas que usa en sus comidas. (Foto: Natalio Cosoy)
Vivieron en la casa de su suegra, hasta que las relaciones se volvieron tensas y debieron irse.
Tras seis meses difíciles, consiguió su estatus de refugiado, tras las gestiones de ACNUR y la Pastoral Social.
Su madre fue quien le dijo que emprendiera un negocio de comida. “Ella me enseñó a cocinar, este es un favor de mi madre”, afirma.
Durante meses, vía Skype, en los pocos momentos en que Damasco tenía electricidad, la madre le fue enseñando los secretos de la cocina siria a Almotaz.
ACNUR lo apoyó inicialmente para que su negocio pudiese dar los primeros pasos.
“Es delicioso”
“Empecé a trabajar y gracias a Dios a la gente le gustó”, me cuenta.
En su casa, bien temprano, prepara las versiones de Damasco de pan árabe, tahine, falafel, shawarma, kibe. Y lo sale a vender con Jessica en un parque cercano a su casa, donde los vecinos ya le han tomado el gusto a su comida.
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Este corresponsal puede dar fe de que los kibes que prepara Almotaz son de los más ricos que probó en su vida. (Foto: Natalio Cosoy)
“Mucha gente en Colombia prueba la comida árabe de otro lugar y no les gusta, pero cuando vienen a mí cambian de idea, me dicen 'es delicioso'”.
A veces tiene que pedir perdón porque no ha llevado suficiente.
Poco a poco el negocio se va expandiendo: hacen pedidos para eventos y tienen el plan de abrir un pequeño restaurante.
También está intentando conseguir que su hermano menor, Abdulá, pueda salir de Siria como refugiado y se una a él, pero todavía no lo ha conseguido.
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Jessica y Almotaz están esperando a su primer hijo. (Foto: Natalio Cosoy)
Si por él fuera, traería a toda su familia a vivir a Colombia, país con el que está sumamente agradecido.
Aquí, junto a Jessica, están esperando a su primer hijo. Sonriente habla de todo lo que le está dando este rincón de Sudamérica.
Y dice en su marcado acento: “Ahora tengo dos países: Siria y Colombia; amo mucho a los colombianos y les agradezco”.