Adolfo Hitler ni siquiera lo conocía, pero fue en parte por su culpa que perdió la Segunda Guerra Mundial: Richard Sorge, un espía ruso asignado en Tokio, le brindó a Iósif Stalin la más preciada de las informaciones: le adelantó al líder soviético que los japoneses no lo atacarían, porque irían antes contra los Estados Unidos. Ese dato, sirvió para que el dictador enviara a defender Moscú a todas las tropas que tenía protegiendo la frontera con Manchuria.
El megalómano georgiano había aprendido la lección y ahora le hacía caso a su espía, a quien no le había creído otro dato crucial: meses antes, Sorge le había adelantado el día en que se produciría la Operación Barbarroja (invasión alemana a Rusia) y la cantidad de tropas que se asignarían a esa misión. El 22 de junio de 1941, Stalin vio atónito cómo la Wehrmacht invadía su territorio (el espía solo había fallado por dos días, porque había señalado el 20 de junio).
Nacido en Bakú, el 4 de octubre de 1895, en lo que por entonces era el imperio ruso (actualmente, Azerbaiyán), Sorge era hijo de Wilhelm Sorge, un ingeniero alemán que trabajaba en una empresa petrolera de las que abundaban en esa zona del Cáucaso y que era hijo a su vez de Friedrich Sorge, un ayudante de Karl Marx. Su madre, en tanto, era rusa y se llamaba Nina Semionovna Kobieleva.
La familia abandonó Rusia en 1906 y se instaló en Berlín. Llevaban una vida burguesa, pero pronto se desencadenaron dos tragedias: muere su padre en 1911 y estalla la Primera Guerra Mundial en 1914. Él se alista en el Ejército Alemán, es herido y llega a obtener la Cruz de Hierro. Tras ser desmovilizado, descubre las obras de Karl Marx durante su convalecencia en un hospital y se hace socialista. Poco después, tras completar su doctorado en Ciencias Políticas en 1919, se unió al Partido Socialista Alemán.
Durante los siguientes años, participó en diversos actos de agitación social relacionados con la izquierda. En 1924, cuando había empezado a tener problemas con las autoridades alemanas, huye a la Unión Soviética, donde ingresa al Partido Comunista, con el carnet número 0049927. Se volvió fanático del régimen stalinista y, partir de 1929, se convierte en espía, a las órdenes del servicio secreto de la armada soviética.
Pronto fue enviado nuevamente a Alemania. Como parte de su preparación para una misión que desarrollaría en Oriente; se afilió al Partido Nazi en 1934 y, tres años después, se hizo miembro de la Asociación Nazi de la Prensa, para poder ejercer como periodista, profesión que sería su fachada. Así, se entromete en la vida social de los alemanes de la embajada y accede a información sensible.
Luego de un paso por Shanghai, es enviado a Tokio con el objetivo de infiltrarse entre los alemanes. Su misión allí era clave: en las tierras del Kremlin cundía el pánico por aquel entonces ante la posibilidad de un ataque combinado de los nazis por el oeste y los japoneses por el este. En 1939, Sorge alertó de que Japón estaba tratando de convencer a Alemania para formar una alianza militar antisoviética. Esto llevó a Stalin a impulsar las negociaciones con Berlín, que resultaron en el pacto Molotov-Ribbentrop (que básicamente anulaba la posibilidad de un ataque conjunto de Japón y Alemania a la Unión Soviética).
Además, Sorge, desde su privilegiada nueva posición de mensajero de la embajada alemana con pasaporte japonés, informó a Moscú que las conversaciones entre el gobierno del emperador Hirohito y los Estados Unidos fracasarían. Ocho meses después, aviones japoneses bombardearon Perl Harbor y estalló la guerra entre ambos países.
Pero la información estrella que logró fue la fecha de inicio de la operación Barbarroja (la invasión alemana a Rusia) y el número de tropas que la llevarían a cabo. Dos veces lo advirtió, pero Stalin no le creyó. El dictador dijo que eran habladurías de un “bastardo que abre fábricas y burdeles en Tokio”. La historia le dio la razón a Sorge: como se dijo, solo se había equivocado por dos días.
Más adelante, cuando ya los alemanes acechaban Moscú, pasó la información de que Hideki Tojo, el gran militar y Primer Ministro de Japón (1941-1944), no se lanzaría sobre Rusia, porque había decidido atacar primero a los Estados Unidos. Este dato fue crucial para Stalin, porque pudo así mandar a Moscú las tropas que tenía en la frontera con Manchuria, protegiéndose de un posible ataque japonés.
El ejército ruso venció a los alemanes cuando estos ya casi vislumbraban el Kremlin. Esa fue la primera derrota táctica para Alemania en la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del fin del Tercer Reich. Moscú nunca fue tomada por los alemanes, que luego de eso terminaron de derrumbarse al perder el 6° ejército al mando de Friedrich Wilhelm Ernst Von Paulus en la famosa batalla de Stalingrado.
Como se sabe, Rusia fue el gran responsable de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. Esto significaba que solo era cuestión de meses, para que Sorge se erigiera como el gran espía de la patria socialista. Solo le quedaba por delante disfrutar de sus honores. Sería considerado por muchos en la Unión Soviética como uno de los factores claves para ganar esa guerra. Las tenía todas con él. Según lo describió el escritor Stuart Goldman: “Sorge era tan guapo como carismático, irresistible para las mujeres y admirado por los hombres”. La gloria golpeaba a su puerta. Pero, pronto se acabarían sus sueños.
Sorge ni siquiera llegó a oler la gloria. El hombre tenía dos debilidades: la bebida y las mujeres. Ambas lo llevaron a la ruina. Si bien los mensajes cifrados que enviaba a Moscú eran imposibles de decodificar por los japoneses, su costumbre de emborracharse, hacía que a veces se le soltara la lengua, sobre todo con sus amantes. Los japoneses empezaron a sondear a varias de ellas y terminaron por concluir que algo raro pasaba.
Finalmente, le tienden una trampa justamente con lo que era su debilidad: una bella mujer japonesa de la alta sociedad. Ésta sale con él, pero antes de llevarlo a su departamento, avisa que Sorge había tirado unos papeles rotos en la calle (siempre hacía anotaciones en una libreta y luego tiraba las hojas), los japoneses los recogen, los reconstruyen y descubren la verdad. Aun en pijama y enredado en las sábanas con su nueva “conquista”, Sorge es detenido en octubre de 1941.
Fue encarcelado durante tres años en la prisión de Sugamo, lugar en el que se fue enterando que una por una sus advertencias se iban cumpliendo. Los japoneses ofrecieron intercambiarlo por un prisionero japonés de la Unión Soviética, pero los rusos negaron conocerlo. “No conozco a ese hombre”, fue la respuesta de Stalin. La vuelta de Sorge a la Unión Soviética habría sido embarazosa para el dictador, que pasó por alto sus avisos sobre un ataque alemán.
Hasta el propio embajador alemán en Japón, Eugen Ott, no pudiendo creer las acusaciones, intercedió por el espía, pero no hubo caso. Su suerte estaba echada. El 7 de noviembre de 1944, Sorge fue ejecutado en la horca, dando vivas al Ejército Rojo y a la revolución de octubre. Su cuerpo yace en una simple tumba en Tama, Tokio. Así terminó el hombre del que Ian Fleming, oficial de inteligencia de la marina británica y autor de James Bond, dijo: “Sorge es el hombre al que yo considero el espía más formidable de la historia”.Fuente: La Nación de Argentina / GDA