Jadija Allushe sobrevivió a los combates encarnizados contra el grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad siria de Raqqa. Pero una vez en el campo de desplazados perdió a su hijo de siete años a causa del frío.
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Bajo una carpa o en edificios en ruinas, miles de sirios expulsados de su hogar por la guerra tiritan de frío. Carecen de calefacción, mantas y de ropa de abrigo. Y la falta de medicamentos agrava su calvario, especialmente en el caso de los niños.
“Mi hijo murió por culpa del frío”, sostiene Jadija, una semana después de la muerte de Abdel Ilá, en un campamento de Ain Isa, en la provincia de Raqqa (norte), donde las temperaturas nocturnas caen hasta los cuatro grados.
“En mitad de la noche tosía y tenía fiebre. Al día siguiente murió”, cuenta a la AFP esta mujer de 35 años, recordando a su hijo, “al que tanto le gustaba jugar con los otros niños”.
Como decenas de miles de personas, Jadija huyó de la ciudad de Raqqa, la antigua “capital” del EI en Siria. El 17 de octubre, una coalición kurdo-árabe apoyada por Estados Unidos expulsó de ella a los yihadistas después de meses de combates.
--- 'Ni colchón ni mantas' ---Pero el regreso a casa ni siquiera es algo que se plantee. Allí todo es desolación.
“Que Dios nos proteja de este frío”, implora Jadija, mientras abraza a otro de sus cuatro hijos.
Jalal al Ayaf, responsable del campo de desplazados de Ain Isa -que acoge a 17.000 personas en 2.550 tiendas de campaña- reconoce “la escasez de medicamentos”.
“No hay estadísticas sobre los casos de mortalidad infantil pero estas muertes fueron causadas por enfermedades” propiciadas por la llegada del frío invernal, asegura.
Algunos sectores del campamento están privados de clínica, alertó la ONU en diciembre.
“Faltan prendas de abrigo. Mis colegas vieron a familias usar mantas para confeccionar ropa de invierno para sus hijos”, cuenta Ingy Sedky, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Cerca de las carpas, unas mujeres se agolpan en torno a una pila de ropa usada en busca de anorak y de pantalones gruesos.
Los niños recorren las avenidas del campamento, algunos de ellos descalzos pese al frío, otros con jerséis o impermeables demasiado grandes para ellos.
“Estuvimos diez días sin colchón ni mantas, no hay calefacción y hace mucho frío”, se lamenta Um Omar, de 50 años, mientras trocea verduras para el almuerzo.
Um Omar es de la ciudad de Deir Ezor, en el este de Siria. Lleva dos meses en el campamento de Ain Isa con su familia. “En las tiendas no tenemos nada. Dormimos los unos pegados a los otros. Nos dieron solo cinco mantas pese a que somos siete”.
--- Una tos constante ---En previsión de la lluvia, unos hombres levantan alrededor de las tiendas unas pequeñas barreras con piedras para impedir la filtración de agua.
“Mis hijos y yo no hemos parado de toser desde que llegamos aquí”, lamenta Zeinab Akil, una madre de cuatro niños oriunda de Bukamal (este). “Necesitamos calefacción y mantas”.
De cuclillas delante de una carpa, Um Yusef calienta agua para bañar a los niños.
“Lo más importante, es que entren en calor”, afirma la abuela, de 55 años, con el rostro cubierto por un velo de color malva.
De los más de seis millones de sirios desplazados en el interior del país en guerra, 750.000 viven en campos de refugiados o en cobijos improvisados, según la ONU.
En la provincia de Damasco, algunos se refugiaron en un colegio semiderruido.
“En este colegio hay un centenar de personas”, explica a la AFP Abu Mohamad Shahad, de 71 años, que huyó de los combates cercanos a su localidad de Hawsh al Dawahra para refugiarse allí, en la ciudad de Hamuria.
Las dos ciudades se sitúan en el bastión rebelde de la Guta Oriental, una región asediada por el régimen desde 2013, que carece de medicamentos y víveres.
“No hay ventanas ni cristales”, explica Abu Mohamad. Para calentarnos “hasta quemamos plástico”.Fuente: AFP