San Petersburgo. Muchos dicen, probablemente con razón, que Putin es un hombre de hielo, pero es cierto que el presidente de Rusia resulta, en la distancia corta, bastante menos frío de lo que parece. Sonríe casi permanentemente e incluso a veces se ríe.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
También gesticula sin parar y levanta el dedo índice de la mano derecha, sobre todo cuando surge el tema de Ucrania o de las sanciones de Occidente contra su país. Todo ello sin titubear y respondiendo a cualquier pregunta sobre cualquier asunto. Con un discurso bien articulado y trabajado.
A Putin se le nota bastante que fue espía de la URSS. En el KGB aprendió una serie de reglas que aplica al milímetro. Habla lenguas extranjeras sin acento, mira fijamente a los ojos y copia bastante bien tus gestos y los de cualquier interlocutor, una técnica mimética implantada por la antigua inteligencia soviética, cuyo fin último es empatizar con el personaje al que se dirige de manera que al final el presidente ruso, en su frialdad robótica impenetrable, parece hasta más cercano de lo que es, pese a su hermetismo duro y natural, pese a ese gesto suyo de andar con los puños cerrados, pese a su poder evidente de autocontrol e indiferencia.
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De modo que cuando le preguntas te mira permanentemente a los ojos y siempre que tiene ocasión esboza una media sonrisa, como queriendo agradar y parecer amable, cosa que en realidad consigue. Además de eso huye de extremismos o expresiones duras, sin duda para parecer más moderado que lo que de él se cuenta.
Putin nos recibió a los presidentes de las doce agencias de noticias más importantes del mundo, por segundo año consecutivo, está vez en la espectacular biblioteca presidencial de la imperial ciudad de San Petersburgo, estos días rebosante de luz y de colores. En realidad Vladímir Vladímirovich funciona como un auténtico emperador. Palacios, séquito, puesta en escena a lo grande... Un emperador de edad impredecible, piel estirada sin arrugas, pelo rubio con canas suaves y la apariencia atlética de un experto en artes marciales.
Nos saludó uno a uno pasada la medianoche, con cuatro horas y media de retraso sobre el horario previsto, aunque en realidad estuvimos concentrados y a la espera de la cita desde las cinco, sin saber bien adonde nos llevaban hasta avanzada la tarde, se supone que por razones de seguridad.
Hablamos con el presidente ruso durante una hora, aunque solo una pregunta fue en abierto. El resto de la reunión, en cerrado, sin posibilidad de contarlo en vivo tal y como estaba previsto, con retransmisión en directo por la televisión rusa. Tampoco nos invitó a cenar sino solo a un aperitivo. Y si el pasado año el plato estrella del almuerzo fue el “lenguado de Crimea”, en esta ocasión el convite se quedó en un te frío con caviar del Caspio.
Ya en faena, Putin exhibe respuestas bien engrasadas para las preguntas que le formulamos, muchas de ellas atribuyéndole la responsabilidad en la actual tensión con Occidente. De manera que, como era previsible, dice no ser culpable sino víctima, porque fueron otros los que, primero, provocaron el conflicto del gas, y después la crisis de Crimea, y más tarde la guerra en el Este de Ucrania, y ahora los vuelos de los cazas rusos sobre el espacio aéreo europeo, y por supuesto la escalada nuclear.
Lo dice claro: él no ataca, solo responde, o sea, se defiende. Responde al anuncio de estacionamiento de armamento pesado norteamericano en los países bálticos y Polonia. Responde a la “actitud golpista” del Gobierno de Ucrania. Responde al apoyo de Occidente a los grupos pro derechos humanos que actúan en Rusia. Y responde a las “injustas” sanciones que están dificultando la vida cotidiana de su pueblo.
Responde y remarca que responderá a cualquier actitud que considere “agresora” contra Rusia. Si es necesario, instalando nuevas cabezas de misiles intercontinentales. O incrementando la producción de armamento militar en su país. Pero nunca atacando por su cuenta a la OTAN, algo “ridículo e imposible”.
Y después las consabidas negaciones: en Ucrania no hay tropas rusas. No tiene ambición imperial alguna. Rusia no tiene bases en otros países, como Estados Unidos. Y Rusia no se expande hacia ningún lugar, “como hace la OTAN”.
Putin dice que su país solo quiere vivir dignamente y prosperar económicamente. Algo que, asegura, lo va a lograr, pese a las sanciones: la economía se recuperará en dos años impidiendo el aumento de la inflación, fortaleciendo el valor del rublo, incrementando la natalidad, disminuyendo la mortalidad, y con una producción de petróleo que va viento en popa. Es su versión, muy lejos de los que hablan de “una economía a punto de colapsar”, una “inflación de dos dígitos”, una permanente “devaluación del rublo”, una incesante “fuga de capitales”.
Eso sí, tiene una convicción: no hay mucha diferencia entre rusos y ucranianos. No declara ambición alguna sobre Ucrania, pero sí considera un deber proteger a todos los ruso-hablantes, a las comunidades “que no aceptaron el golpe de Estado de Poroshenko”.
Con ese “mandato” casi mesiánico en la cabeza, nos despidió a la una y media de la madrugada después de un día agotador de doce horas de actividad en el que se entrevistó con Tsipras, presidió el Foro de San Petersburgo y estuvo todo el tiempo presente en su televisión. Como suele ser habitual. Por otra parte.
Fuente: EFE