Míriam fue secuestrada por el grupo armado islamista Boko Haram, que opera en Nigeria. Fue obligada a casarse con un combatiente y fue violada repetidamente. Tras escapar, me contó su historia.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
“¿Es ese su cabello real?”, Míriam le susurra a Samson, mi traductor de hausa.
Un poco apenado, él me formula la pregunta en inglés.
“Um, sí”, le respondo.
Se ve sorprendida. Es que en su comunidad “todo el mundo” lleva trenzas, explica.
Mi cabello le parece demasiado liso para hacer trenzas. Nunca había visto nada igual.
Podía sentir que había muchas cosas que Míriam quería preguntarme. Yo también tenía muchas preguntas para ella. Pero nos reunimos muy tarde y a esa hora ya estábamos exhaustas.
Míriam, quien tiene 17 años, viajó por tierra varias horas, desde el pueblo donde vive, para contarnos su historia.
“Quiero que sea una niña”
En el 2014, fue raptada por Boko Haram por seis meses. Fue obligada a casarse con uno de los combatientes, quien la violó repetidas veces. Ahora se encuentra embarazada con un hijo de ese hombre.
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Boko Haran ha secuestrado a cientos de niñas y jóvenes para obligarlas a casarse con sus combatientes. (Foto: AP)
Es difícil notar su embarazo. Su figura es pequeña y está cubierta por un vestido hecho con un material brillante y un hijab (velo islámico) de flores largo.
Míriam llegó al hotel donde nos hospedamos escoltada por un joven que también vive en su pueblo y que conoce a su familia.
No era apropiado para ella quedarse con él durante la noche o quedarse sola.
Le preguntamos a Míriam qué quería hacer y nos dijo: “Me quiero quedar con ella” y me señaló.
El inglés de Míriam era marginalmente mejor que mi inexistente hausa.
Pude explicarle cómo usar la ducha, conseguí que le lavaran su ropa y le di algunas de mis prendas. Salió de la ducha envuelta en una toalla blanca y esponjosa. Parecía una niña. Cuando señaló su vientre, pude darme cuenta de cuán avanzado está su embarazo.
Después me contó cómo su comunidad la había rechazado desde que se escapó de su cautiverio en estado de embarazo.
“La gente me considera una paria. Me recuerdan que tengo Boko Haram dentro de mí. Me maldicen en la calle, me dicen cosas”.
“Yo realmente quiero que sea una niña. La amaría más que si fuera un niño. Un niño siempre será conocido como un hijo de Boko Haram. Y eso me da miedo”.
Eran las 10 de la noche y me salí por un momento para reflexionar.
Era muy consciente de cuán vulnerable es esta joven. Era consciente de que algunas jóvenes como Míriam han sido forzadas, después de meses de tortura y abuso, a unirse a Boko Haram e incluso obligadas a matar en su nombre.
Me daba miedo pensar lo que esta jovencita ha tenido que ver y cómo se sentiría junto a mí y en este nuevo y extraño entorno para ella. Yo era una total extraña.
En el cuarto de hotel, Míriam se quedó dormida, acurrucada en la parte inferior de la cama.
Creo que yo también me quedé profundamente dormida porque lo próximo que supe fue que eran las 5 de la mañana y que para Míriam era la hora de empezar el día.
Como de 17 años
Me agarró del brazo, me llevó hasta el baño y apuntó con entusiasmo hacia mi cartera de cosméticos.
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Boko Haram ha tomado varios poblados en Nigeria, lo que ha provocado que cientos de personas huyan con un destino incierto. (Foto: AFP)
Agarró mi base en polvo y me hizo señas para que le pusiera un poco, después me pidió que le pusiera lápiz labial y sombra en sus ojos.
Al rato, me di cuenta que la estaba maquillando. Míriam sonreía, reía y me halaba el cabello para confirmar que definitivamente era real.
Quizás las dos olvidamos brevemente la situación de desesperación en la que se encontraba.
Por instantes Míriam parecía la típica chica de 17 años que hace pruebas con el maquillaje. Pero eran solo eso… Instantes.
El año pasado, Boko Haram atacó y se apoderó de su pueblo. Fue llevada a una casa. La encerraron en un cuarto pequeño junto a otras 40 mujeres.
Al principio se resistió a cualquier matrimonio. “¿Cómo me voy a casar así como así, sin el consentimiento de mis padres? Estoy muy asustada”, les dijo.
Pero eventualmente accedió después de que el grupo implementara una cruel táctica: cuatro hombres fueron degollados frente a ella. “Eso le pasará a cualquier muchacha que se niegue a casarse”, los militantes le dijeron.
“Corrió, corrió y corrió”
Después de seis meses y un escape frustrado, Míriam tuvo ante sí otra oportunidad para huir. El hombre con quien fue obligada a casarse la había dejado sola y ella no lo dudó. Corrió, corrió y corrió y no volteó hacia atrás hasta que llegó a su casa.
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En mayo, un grupo de niñas y jóvenes fueron rescatadas por el ejército nigeriano. (Foto: AP)
“Tomé algo antes de irme”, me dijo. De un nudo que había hecho de un material que rodeaba su cintura sacó algo que tenía escondido: una tarjeta SIM.
No podía creer cuán valiente había sido. La había agarrado del teléfono del hombre a quien le impusieron casarse.
Vimos los archivos de video que estaban guardados. Había pueblos incendiados, decapitaciones, cadáveres en las calles. La imagen granulada de un joven emergió batiendo su rifle para celebrar un ataque en un pueblo. “Mi esposo”, Míriam dijo. “Si él me llega a ver otra vez, me matará”.
La chispa que había visto en ella anteriormente se fue difuminando. “Los hombres de mi familia están muertos”, me dijo. Boko Haram los mató. “Estoy sola con mi mamá”.
Otra vez una luz apareció, pero parecía más bien una llamarada de ira. “Dios me hará justicia”, dice. “No tengo más nada que decir”.