Se les eligió para gobernar un extenso país que es dueño de las mayores reservas petroleras de toda África.
Representan el futuro democrático de una nación que se liberó de la tiranía gracias al apoyo internacional.
Pero tres años después de la caída de Muamar Gadafi –en el poder desde 1969 hasta 2011– los nuevos parlamentarios libios no han podido poner manos a la obra.
Más bien, están atrapados en un hotel de concreto gris en un remoto puerto, a unos 1.000 kilómetros de la capital, Trípoli, dando lo que sienten es una batalla solitaria en contra del fundamentalismo islámico.El nuevo parlamento libio se vio obligado a trasladar su sede al hotel Dar el Salam en Tobruk, a más de 1.000 kilómetros de Trípoli, la capital.
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Tobruk, una ciudad de unos 120.000 habitantes en el extremo oriental de Libia, es ahora uno de los últimos bastiones de las autoridades reconocidas por la comunidad internacional.
En julio, milicianos atacaron Trípoli, forzando la huida del parlamento recién electo.
El gobierno se vio incluso obligado a alquilar un ferry de bandera griega y anclarlo en la bahía de Tobruk para que sirviera de alojamiento a funcionarios, activistas y sus familias, quienes habían tenido que dejar sus hogares para escapar de las amenazas de muerte.
“No ha sido un parlamento fácil de conformar”, admite el diputado Salah Sohbi en una conversación con la BBC.
EXPULSADOS DE LA CAPITALSohbi fue electo en representación de Zintan, una ciudad del oeste de Libia. Es un hombre de modales suaves que antes trabajaba en el centro cultural británico en Trípoli.
Junto con su familia tuvo que salir a escondidas de la capital a finales de julio, para escapar de las milicias. Se refugió en las montañas y luego pudo llegar a Tobruk.
Y su historia no es, ni con mucho, la más dramática.
“El hijo de uno de nuestros colegas recibió dos disparos. El padre de otro fue secuestrado”, cuenta.
“A la casa de un tercero le dispararon cuatro cohetes con toda su familia dentro. Tenemos un colega cuyo auto fue impactado por una granada. No hay nada que pueda ocurrir que no nos haya ocurrido”, agrega.
Ahora, él y los otros diputados pasan parte de sus días recorriendo el inmenso vestíbulo del hotel, que con sus sillones de cuero crema remite a la década de 1970, o bebiendo incontables tazas de café al lado de la piscina, que tiene vista al Mediterráneo.
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El hotel, de la década de 1970, es la sede de un poder legislativo sin poder real.
Las sesiones parlamentarias, que se celebran en el salón de conferencias, a menudo duran hasta muy entrada la noche.
Pero se siente como si los diputados estuvieran en negación: discutiendo amargamente sobre leyes y nombramientos para un país en caos.
Y aunque este parlamento y su gobierno son los únicos reconocidos oficialmente por Naciones Unidas, no controlan ninguna de las tres principales ciudades del país.
En Trípoli el antiguo parlamento –el Congreso General Nacional– ha continuado sesionando e incluso nombró un gobierno alternativo. Bengasi, la segunda ciudad del país y cuartel general de la revolución de 2011, está prácticamente bajo el control de los combatientes islámicos, muchos con lazos con al Qaeda. Funcionarios, periodistas y activistas son asesinados a diario. Misrata, la tercera ciudad y el mayor puerto, le es leal a las autoridades de Trípoli. Son sus milicias las que las mantienen en el poder.
Mientras que Derna, la ciudad costera más cercana a Tobruk, se ha autoproclamado un califato islámico. Los funcionarios del gobierno no pueden visitarla.
REVOLUCIÓN Y CAOSMuy lejano se siente el triunfo de la revolución, el 23 de octubre de hace tres años, cuando Gadafi fue derrocado luego de una campaña de bombardeos liderada por Occidente para proteger a los revolucionarios.
En septiembre de 2011 el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, y el primer ministro de Reino Unido, David Cameron, fueron aclamados por una muchedumbre jubilosa cuando visitaron Bengasi.
“Pelearon como leones. Celebramos su coraje”, dijo en esa oportunidad Cameron.
Pero esos leones –las milicias revolucionarias libias– no se desmovilizaron. Y de entonces a la fecha han causado caos en el país, sitiando al parlamento, ocupando ministerios y, una vez, hasta secuestrando al primer ministro.
Algunas milicias luchan sobre todo por los intereses de sus pueblos o regiones. Pero otras se han aliado con grupos políticos islamistas, incluyendo a los Hermanos Musulmanes.
Y la actual crisis estalló cuando los islamistas perdieron las elecciones de junio y las milicias de Misrata y otras zonas procedieron a sitiar la capital.
El antiguo parlamento se rehúsa a reconocer al nuevo porque no se hizo una ceremonia oficial de traslado de poderes, algo que es casi imposible dado el control que ejercen las milicias sobre Trípoli y Bengasi.
“Todo el mundo celebró los valores de la revolución, pero nadie se sentó a discutir cuáles eran esos valores. Y yo creo que ahí empezó el problema”, dice el diputado Sohbi.
“Algunos países apoyaron a los Hermanos Musulmanes porque pensaron: está bien, son islamistas, pero moderados. Y ese fue el error”, agrega.
El parlamento de Tobruk ha calificado a sus rivales de Trípoli de terroristas. Una acusación que no ha caído nada bien.
“Nosotros estamos protegiendo los principios de la Revolución del 17 de febrero (que derrocó a Gadafi)”, dice Omar al Hasi, el primer ministro del gobierno nombrado por Trípoli.
Dice que se opone a las autoridades de Tobruk porque incluyen a algunos políticos y funcionarios que trabajaron con Gadafi.
Pero al Hasi reconoce que sus fuerzas en Bengasi son aliadas de grupos yihadistas como Ansar al Sharia, una organización considerada terrorista por Estados Unidos.
Y esa alianza no sólo preocupa a los diputados en Tobruk, sino a muchos otros libios.
NI EMPLEO, NI SEGURIDADFares Labedi es un joven ingeniero petrolero que creía que la revolución iba a traer libertad y empleos a un país en el que él y muchos de sus amigos estaban desempleados.
Pero hoy todavía no consigue trabajo. Y siente que, en muchos sentidos, estaba mejor bajo Gadafi, cuando al menos había seguridad en el país.
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“No me preocupo por el trabajo, me preocupo por la falta de seguridad”, dice.
“Si quiero ir de Tobruk a Bengasi, lo tengo que pensar 100 veces. Hay yihadistas por toda Libia. Y me van a atrapar porque soy de Tobruk”, le dice a la BBC.
Su hermano Fakhri, por su parte, consiguió un empleo en una planta petrolera en Ras Lanuf, a más de 500 kilómetros al oeste de Tobruk.
Pero no piensa volver por miedo a que lo secuestren en el camino y lo decapiten.
Libia se está partiendo, dice. “Una parte tiene al ejército y la policía. La otra a los grupos islamistas”.
“Tal vez vamos a tener que pelear contra esos grupos por siempre”, le dice a la BBC.
¿CIEGOS FRENTE AL PELIGRO?Al mismo tiempo, el conflicto libio ya también está inserto en las luchas por poder en el Medio Oriente.
Fuentes diplomáticas afirman que dos estados antiislamistas –Egipto y Emiratos Árabes Unidos– les están dado apoyo militar a las autoridades de Tobruk.
Éstas, por su parte, acusan a Qatar y Sudán de apoyar a los rebeldes islamistas, aunque ambos países lo niegan.
Diplomáticos extranjeros han estado tratando de organizar conversaciones de paz.
Y algunos creen que un conflicto que en realidad es el resultado, al menos en parte, de rivalidades tribales y regionales, puede ser eventualmente superado por la vía del diálogo.
Pero el diputad
Sohbi, como muchos de sus colegas, simplemente está demandando que las fuerzas de Trípoli entreguen las armas y se rindan.
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El gobierno en Tobruk demanda la rendición de las milicias de Bengasi y Trípoli, que se han aliado con los islamistas.
Cree que si no son derrotadas todo el mundo enfrentará una amenaza extremista que en Libia sería mayor a la que plantean los militantes del denominado Estado Islámico en Siria e Irak.
“¿Si los militantes islámicos algún día toman Libia, que pasaría? Estamos a dos horas (por mar) de Italia. En un día claro uno puede ver Creta desde aquí”, dice.
“Si alguien tiene misiles, los medios para llevar destrucción a Europa, lo pueden hacer desde acá, si tienen el control”.
En la pequeña y aislada Tobruk, creen que Occidente debe estar ciego para no ver el peligro.
Diplomáticos occidentales están tratando de organizar conversaciones de paz en Libia, pero por el momento el progreso es limitado.
Y con los gobiernos de Occidente cada vez más preocupados por Siria e Irak, no hay mucho apetito por un mayor involucramiento militar.
Pero todo parece indicar que pasará mucho tiempo antes de que un Estado funcional pueda llenar el agujero negro estratégico que se está abriendo en la costa sur del Mediterráneo.