Cuando una emergencia de salud llevó a Nathan Romburgh y sus hermanas a investigar su historia familiar, décadas después del fin del apartheid en Sudáfrica, descubrieron un secreto muy bien guardado que hizo que se cuestionaran su propia identidad.
Ciudad del Cabo, 29 de setiembre de 1969. A las 10 p.m. la ciudad se ve sacudida por un gran terremoto. Margaret Buirski está trabajando como enfermera de primeros auxilios en el cine Alhambra y, por una vez, sus habilidades médicas son realmente requeridas.
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Una mujer se cayó del balcón y Margaret trata sus heridas, en medio del caos.
Un joven pasa a su lado, muy borracho, y nota las piernas bien formadas de la enfermera. A pesar de su embriaguez, se ofrece a llevar a las mujeres al hospital. Así comienza el romance entre Margaret y Derek Romburgh.
“Siempre decimos que se conocieron durante un terremoto y de ahí fueron in crescendo”, dice Nathan Romburgh, de 42 años, su hijo menor.
Nathan describe a su madre como “un personaje”. “Tenía mucha labia para conseguir trabajo, pero también para perderlo”, afirma.
El matrimonio no fue feliz. Derek continuó bebiendo y tenían muy poco dinero.
Margaret lidió con ello creando un mundo de fantasía, diciéndoles a los niños que eran demasiado ricos como para necesitar una hipoteca y que iban a instalar un ascensor en su casa. Los niños nunca supieron qué creer.
“Ella era una fantasiosa”, dice Nathan. “Creo que es parte de cómo lidias con una vida difícil, tienes historias en tu mente y al crecer las comenzamos a descartar”.
“Era un poco una mentirosa compulsiva”, coincide Bernadette, la hermana mayor de Nathan. “Nunca sabíamos si algo era cierto... no estoy segura de que ella lo supiera”.
Los hijos, Bernadette, Shereen y Nathan, sabían muy poco sobre el pasado de su madre y nunca conocieron a su familia.
Ella había sido adoptada cuando era bebé por unos devotos judíos ortodoxos que habían muerto cuando era una adolescente. El resto de la familia la repudió cuando se casó con Derek, que no era judío.
A pesar de esto, Margaret siempre se había aferrado orgullosamente a su identidad judía.
“Nuestra niñez fue un poco extraña porque mi madre era judía y mi padre no”, dice Nathan. “Para la Pascua ayunábamos y no se nos permitiría comer nada con levadura y de pronto mi padre llegaba con panecillos de pascua”.
Nathan tuvo una relación difícil con su madre y cuando sus padres se divorciaron, en 1991, decidió no vivir con ella y mudarse con sus abuelos paternos.
“No hay forma de suavizarlo, ella era una madre terrible”, dice.
Tres años más tarde, cuando Margaret se estaba muriendo de un cáncer de mama, hizo un anuncio: tenía una hermana. Sus hijos lo descartaron como otra de sus historias inventadas.
Pasaron los años y luego, en el 2008, Bernadette también descubrió que tenía cáncer de mama.
Las pruebas genéticas mostraron que el cáncer de Bernadette era del mismo tipo que el de su madre, aunque las mutaciones no se asentaban en los genes BRCA1 o BRCA2, una forma agresiva de cáncer hereditario que ocurre con mayor frecuencia en la comunidad judía ashkenazi que en el resto de la población.
“Nos asustó mucho”, dice Nathan. “Decidimos que realmente deberíamos saber un poco más sobre cómo podíamos estar expuestos a cosas que venían de los genes de mi madre”.
Entonces, mientras Bernadette se enfocaba en su tratamiento, Nathan y su hermana Shereen se dispusieron a averiguar más sobre su historia familiar.
Lo primero que hicieron fue solicitar el certificado de nacimiento de Margaret. El documento tardó varios meses en llegar, pero cuando lo tuvieron se enteraron de una gran sorpresa: su madre se llamaba Mary Magdalena Francis, un nombre que difícilmente podría ser más católico.
“Nos dimos cuenta de que mi abuela no era judía”, dice Nathan.
Era un misterio y los impulsó a profundizar más.
Para entonces, Nathan vivía en Londres, por lo que le pidió a su hermana Shereen que llamara a todos los Francis de la guía telefónica en Ciudad del Cabo.
“La cuarta llamada fue la de la suerte: conocían a mi abuela biológica”, dice.
Después de varias llamadas telefónicas a familiares potenciales en todo el mundo, Nathan habló con Alan Francis, que en ese momento vivía en España.
“Em, creo que podríamos estar relacionados”, le dijo.
“¡Siempre supimos que había un escándalo!”, respondió inmediatamente Alan.
“Toda mi vida, supe que había un esqueleto en el armario, pero nadie decía nada”, dice Alan, de 77 años.
“La tía Mary siempre me decía: ‘Te lo diré en mi lecho de muerte’. Pero nunca lo hizo, bendícela”.
Mary Magdalena Francis -la madre biológica de Margaret- había muerto de cáncer de estómago en 1998, cuatro años después de que su hija murió de cáncer de mama.
Y Nathan descubrió que su madre había estado diciendo la verdad después de todo: tenía una hermana. Se llamaba Norma. Pero ella también había muerto, de cáncer de intestino, en 2006.
Alan le contó a Nathan lo que sabía.
Mary y su bebé Norma se habían mudado con la familia de Alan en 1949, cuando él tenía 7 años. Mary había perdido su trabajo y sus padres ya no estaban vivos, por lo que se refugió con su hermano, el padre de Alan.
Alan sabía que Mary había quedado embarazada de su jefe, un médico casado con hijos pequeños, pero siempre sintió que había más para contar: recuerda conversaciones en voz baja, a puertas cerradas.
Para Nathan fue decepcionante descubrir esto cuando ya era demasiado tarde, especialmente porque resultó que había vivido cerca de su tía Norma en Londres.
Mary se había mudado a Reino Unido y se había casado. Armado con el dato de su nombre de casada, Nathan buscó en los registros británicos el certificado de defunción de Mary y también el de Norma.
Fue entonces cuando hizo un descubrimiento sorprendente: su tía Norma y su madre compartían la misma fecha de nacimiento.
El secreto que Mary se había llevado a la tumba era que había dado a luz a mellizas, pero que solo se había quedado con una.
“Eso generó una gran incógnita: ¿qué haría que alguien diera en adopción solo a uno de sus mellizos? Simplemente no tenía sentido”, dice Nathan.
Pronto formó una teoría: estaba basada en fotografías que Alan le había compartido, que mostraban que Margaret tenía la piel más clara que su hermana Norma.
“Mi madre tenía piel de color oliva, pero era considerada blanca durante el apartheid de Sudáfrica”, dice Nathan. “No creo que Norma hubiera sido considerada blanca”.
Aunque Mary Francis, la abuela de Nathan, estaba registrada como “europea”, en realidad era mestiza. El padre de Mary, James Francis, era británico y su madre, Christina, era de origen malayo, de la isla de Santa Elena. Mary era la menor de sus seis hijos.
Desde la llegada de los primeros colonizadores, se habían producido relaciones interraciales en Sudáfrica: los colonos holandeses tenían familias con mujeres locales de las tribus khoisan y xhosa, así como con mujeres de Malasia o Santa Elena, algunas de las cuales habían sido traídas como esclavas.
Pero después de que el Partido Nacional llegó al poder en 1948, se aprobaron leyes que hicieron que tales relaciones fueran ilegales.
La Ley de Prohibición de Matrimonios Mixtos vetó el matrimonio entre “europeos” y “no europeos”, y se convirtió en ley el 8 de julio de 1949, un mes antes del nacimiento de las mellizas.
Las Actas de Registro de Población e Inmoralidad, de 1950, fueron más allá, prohibiendo las relaciones sexuales entre personas de diferentes razas y exigieron que todos se registraran como miembros de tres clases de raza: “negro” (africano), “blanco” (europeo) y “de color”. Más tarde, se agregó un cuarto: “indio”.
Estas clasificaciones raciales a menudo se decidían sobre la base de fotografías u observaciones superficiales, incluida la infame “prueba del lápiz” en la que se colocaba un lápiz en el cabello de alguien; si sacudían la cabeza y el lápiz se caía, eran clasificados como blancos, sino, no lo eran.
Pero las personas de descendencia mixta podían verse muy diferentes, incluso dentro de una misma familia.
“Una persona de color del Cabo puede ser cualquier cosa, desde muy pálido con ojos verdes hasta alguien que es bastante oscuro”, dice Nathan.
Es imposible saber cómo la agitación del apartheid inicial influyó en Mary, pero es probable que tenga algo que ver con lo que les sucedió a sus bebés.
Ella se quedó con la niña que hubiera sido clasificada como “de color” y dio en adopción a la que parecía “blanca”.
Es posible que no haya tenido otra opción. Tal vez la familia judía que adoptó a Margaret rechazó a Norma porque no querían un niño que se viera diferente de ellos. O tal vez solo querían un hijo, no dos.
Pero Nathan cree que Mary pensó que le estaba ofreciendo a Margaret la oportunidad de una vida mejor.
“Si fueras una mujer de color y tuvieras dos bebés, uno de los cuales era blanco, me parecería completamente posible y en realidad bastante probable que renunciaras a tu bebé blanco por razones altruistas”, dice.
“Esencialmente parece un poco un escenario similar al de la película ‘La decisión de Sophie’. No se me ocurre otra razón por la que renunciarías a una melliza y no a la otra”.
Bajo el apartheid, la vida se hizo cada vez más difícil para las personas de descendencia mixta, como la familia Francis.
Las clasificaciones raciales regían todos los aspectos de la vida cotidiana: dónde podían vivir las personas, qué transporte público podían usar y qué escuelas u hospitales podían usar.
Como consecuencia, el apartheid a menudo dividió a las familias en las que los padres o hermanos eran clasificados como razas diferentes.
Alan Francis recuerda esto bien. Era de piel oscura, con cabello negro y rizado, mientras que su hermana era de piel clara con cabello castaño.
“En ese momento no podía caminar por la calle con mi hermana, no podía sentarme en el mismo banco del parque o ir al mismo cine, ir en el mismo autobús, nada”, dice.
Las personas negras o “de color” tampoco podían ganar tanto dinero como los blancos.
Entonces, en la década de 1950, los padres de Alan emigraron a Reino Unido y muchos miembros de la familia Francis los siguieron. Incluyendo, en 1956, Mary Francis y Norma, de 7 años.
Mary consiguió un trabajo en la oficina de Transporte de Londres donde conoció a su esposo George, un ingeniero. Madre e hija se mantuvieron unidas y vivieron juntas la mayor parte de sus vidas.
Pero, ¿supo Norma alguna vez que tenía una hermana melliza en Sudáfrica?
Parece que en los últimos años de su vida, Margaret trató repetidamente de contactar a miembros de su familia biológica, pero nadie respondió.
Y sin embargo, algunas personas sabían sobre su existencia.
Roy Francis, otro primo que emigró a Canadá en la década de 1970, recuerda haber visitado a un amigo de la familia en Ciudad del Cabo en 1985, quien preguntó por la “otra hija” de Mary. Roy estaba completamente desconcertado por la pregunta.
“A lo largo de los años, nadie del clan Francis habló de otro niño en la vida de Mary”, dice Roy. “Sentí que no abriría una lata de gusanos, así que decidí no discutir esto con nadie”.
Sin embargo, recordó esa extraña conversación, en 1992 o 1993, cuando su prima Nora, que también vivía en Canadá, recibió una carta de una mujer en Ciudad del Cabo que estaba buscando a su madre biológica, Mary Francis.
Ella contó que tenía cáncer de mama terminal y estaba ansiosa por ponerse en contacto.
Nora se sorprendió al notar que la fecha de nacimiento de esta mujer era exactamente la misma que la de Norma. Pero cuando le preguntó a su propia madre (la hermana de Mary) al respecto, su madre rechazó la carta, diciendo que era de una “mujer loca”.
Norma nunca supo la historia completa, según un amigo cercano de la familia, Crispin Belcher, quien la cuidó cuando tenía cáncer.
Durante una visita al hospicio, Norma le confió que una vez había cogido el teléfono en el piso de su madre y escuchó que una mujer le dijo: “Creo que eres mi tía”.
Norma le pasó el teléfono a su madre, quien la oyó y luego dijo: “No quiero que llames más” y colgó el teléfono.
Eso era todo lo que Norma sabía al respecto, dice Crispin. Le sorprende que Mary reaccionara de esa manera. “Ella siempre fue una persona muy alegre, pero pensando en lo que sé ahora, puede haber sido un poco una fachada”, dice.
Alan Francis tampoco puede entenderlo. “No era característico, porque la tía Mary era la persona más amable y dulce”, dice.
Nathan comenzó a sentir pena por su madre cuando descubrió que sus intentos de contactar a su familia habían sido rechazados reiteradamente.
Pero estaba entusiasmado por conocer a los Francis y descubrir su inesperada herencia de raza mixta fue una agradable sorpresa.
“Simplemente agregó un poco más de profundidad a mis orígenes, estaba realmente orgulloso de ello”, dice.
Tuvo esperanzas de encontrar parientes del otro lado de la familia y decidió rastrear a su abuelo biológico, el hombre que había empleado a Mary Francis y la dejó embarazada. A esas alturas ya sabía que se llamaba Joshua.
Nora Francis, del lado canadiense de la familia, recordaba bien al médico y le dijo a Nathan que era judío. Ella solía verlo en la cantina del hospital Groote Schuur, donde trabajaba como enfermera.
“Sabíamos exactamente quién era”, le dijo a Nathan.
Se creía que el doctor Joshua había emigrado, pero por años Nathan no pudo encontrar rastros de él, a pesar de que consultó con hospitales de Reino Unido y Canadá.
Finalmente, el verano pasado, la BBC encontró el nombre del doctor Joshua en una lista archivada de pasajeros. Mostraba que había viajado a Inglaterra a fines de la década de 1950 con su esposa e hijo, y decía sus nombres completos.
Nathan inmediatamente contactó al hijo a través de Facebook y hablaron esa misma noche.
A pesar de no saber nada sobre la existencia de Margaret y Norma, el hijo del médico no se sorprendió del todo al escuchar que su padre podría haber tenido hijos ilegítimos.
Nathan cuenta que le dijo que su padre era, en sus palabras, era un ''don juan".
Habló con el hombre que esperaba fuera su medio tío y ambos intercambiaron mucha información.
“Le tomó mucho tiempo darse cuenta de que yo era su sobrino. Me di cuenta cuando hizo clic. Tuvo un momento ‘¡Ajá!’”.
Le contó a Nathan que su padre tenía fuertes vínculos con la comunidad médica judía en Ciudad del Cabo y, por lo tanto, era muy probable que hubiera organizado la adopción de Margaret.
Sin embargo, explicó que el doctor Joshua no era judío, sino que también formaba parte de la comunidad de color del Cabo, con raíces en Santa Elena.
Le dijo a Nathan que las razones de sus padres para abandonar Sudáfrica seguían siendo un tema bastante delicado.
La esposa de Joshua era británica: se conocieron cuando él completó su formación médica en Inglaterra. La llevó de regreso a Ciudad del Cabo, donde estableció su práctica en un edificio que pertenecía a la familia Francis, además de trabajar en el hospital Groote Schuur.
Como médico no blanco, se había frustrado cada vez más por las limitaciones impuestas por el apartheid. No se le permitía operar sin la “supervisión” de un cirujano blanco y se suponía que solo debía tratar a pacientes de la misma clasificación racial.
Para el doctor Joshua y su esposa, la gota que colmó el vaso llegó cuando a sus hijos ya no se les permitió asistir a su escuela “blanca”. En ese momento, la familia decidió abandonar el país.
El médico tuvo una carrera exitosa en el extranjero pero nunca superó la forma en que el apartheid había afectado su vida, le dijo su hijo a Nathan, y sus antecedentes familiares eran algo de lo que no hablaba.
Una prueba de ADN ahora ha confirmado que Nathan y el hijo del doctor Joshua están relacionados, y desde entonces se han reunido para cenar en Londres.
Nathan está feliz de haber hecho la conexión. “Es la última pieza del rompecabezas, y hay algo de completitud”, dice.
Aun así, saber que ninguno de sus abuelos era judío fue una sorpresa.
“Todavía no he resuelto cómo afecta mi identidad”, dice. “Ser judío es una parte tan fundamental de mí que me conmovió”.
Al no haber encontrado ningún registro de la adopción de Margaret, Nathan no puede estar seguro de que ella se haya sometido a una conversión completa, pero todavía se considera judío.
“Es cultural para mí”, dice. “Es lo que te enseñaron sobre ti mismo desde una edad temprana”.
La hermana de Nathan, Bernadette, se pregunta si el fuerte apego de su madre a la identidad judía tenía algo que ver con su tenue estatus como blanca bajo el sistema del apartheid.
“Sospecho que, dadas las heridas que llevaba, siempre se sintió fuera de lugar”, dice. “Definitivamente podía pasar por blanca y lo hizo, pero ¿te imaginas pasar toda tu vida caminando por esa delgada línea?”.
La abuela paterna de Bernadette le había advertido, cuando expresó curiosidad sobre quién era la familia de su madre, que “dejara el pasado en el pasado”.
Bernadette sospecha que la no blancura de su madre debe haber sido evidente para los adultos de la familia. Su abuelo, que defendía las opiniones políticas nacionalistas de la época, no se llevaba bien con Margaret.
Sin embargo, la suerte estaba echada, y los hijos de Margaret crecieron con las ventajas de ser blancos bajo el apartheid, algo de lo que Bernadette es muy consciente.
“A pesar de que mis padres eran personas de clase trabajadora, la enorme cantidad de privilegios que teníamos en términos de ser blancos fue asombrosa”, dice ella.
“Fui a la universidad con los resultados más mediocres y obtuve una beca porque era blanca, por ninguna otra razón”.
Bernadette se recuperó hace tiempo del cáncer que fue el puntapié inicial de este viaje que emprendió con sus hermanos.
Y aunque han descubierto que hay antecedentes familiares de cáncer, cualquier alarma que sintieron sobre esto ha sido superada por el interés en sus nuevos familiares.
Alan Francis, especialmente, se sintió de inmediato como familia, dice Nathan.
Él siente más compasión por su madre ahora que comprende algunas de las cosas que vivió.
“Su vida fue injusta”, dice. “Norma y sus medio hermanos tuvieron muchas más oportunidades que ella, a pesar de su adopción”.
“Me ha hecho sentir más bondad hacia ella”.