El líder castrense Abdelfatah al Sisi pronunció el pasado sábado la señal más clara hasta la fecha de sus ambiciones presidenciales. “Si me presento a las elecciones tiene que ser a petición del pueblo y con la autorización de mi ejército”, declaró el general de 59 años en un seminario organizado por las fuerzas armadas.
En aquel instante, Al Sisi unió su suerte al referéndum constitucional que los egipcios celebran este martes y miércoles. Un triunfo holgado del “Sí” abrirá la ruta hacia su nominación como candidato presidencial en unos comicios que podrían celebrarse la próxima primavera.
Glorificado en la calle, Al Sisi se granjeó su popularidad la noche del pasado julio en la que apareció en los televisores de millones de egipcios para anunciar el derrocamiento del islamista Mohamed Mursi, el primer presidente elegido en las urnas en la historia del país.
Los días previos multitudinarias protestas pidieron su cabeza. Y Al Sisi no tardó en escuchar el mensaje. El furor por su figura acarició la cúspide cuando a finales de julio pidió públicamente un “mandato popular” para librar batalla contra el terrorismo. Desde entonces, ha protagonizado la campaña de represión más feroz contra la Hermandad Musulmana en décadas.
El ascenso de Al Sisi llegó en agosto del 2012 de la mano del propio Mursi, unos meses después de su llegada a palacio. El islamista jubiló a la vieja guardia castrense, con el todopoderoso mariscal de campo Husein Tantaui al frente. Entonces, con la retirada de ancianos estrechamente ligados a las seis décadas de régimen militar, una nueva generación de generales ascendió a la cima de la institución.
El sonado relevo entregó el timón a Abdelfatah al Sisi, un general formado en Estados Unidos, un socio clave para los militares que aporta anualmente 1.300 millones de dólares.
Una serie de rumores subrayaron la cercanía del nuevo líder con el ideario ultraconservador de la Hermandad y se aireó que su esposa usaba “niqab” (la prenda que cubre todo el cuerpo salvo los ojos).
En aquel momento, los militares cerraron filas en torno a Mursi tras blindar la redacción de la controvertida Constitución y desatar masivas protestas opositoras. Las tropas se desplegaron para proteger un referéndum popular rechazado por la oposición y llamaron a respetar “la legitimidad y las reglas democráticas”.
Al Sisi aparecía como el cabecilla de una nueva quinta de generales más partidarios de evitar la confrontación política y regresar a los cuarteles.
La imagen se hizo pedazos en julio cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas lanzó un ultimátum de 48 horas a las fuerzas políticas para “cumplir las demandas del pueblo”. Un acuerdo imposible porque detractores y partidarios del presidente llevaban meses enrocados en sus posiciones de máximos.
El 3 de julio, con el anuncio de la asonada, Al Sisi se convirtió en presidente “de facto” de la nación más poderosa del mundo árabe.
El “hombre fuerte” de Egipto fue preparado concienzudamente para desempeñar el liderazgo. Tras graduarse en la academia militar egipcia en 1977, completó su formación en Reino Unido y Estados Unidos. Después fue agregado militar en Riad y ocupó varios puestos de mando en la estratégica península del Sinaí y en Alejandría, la segunda ciudad del país.
Al Sisi, un hombre carismático sin experiencia de combate ni vinculo alguno con las guerras árabe-isralíes, ha pasado por todos los escalones del Ejército y conoce al dedillo sus entresijos: diplomacia, divisiones provinciales o aparato de inteligencia. Incluido, además, el poderoso entramado de empresas con activos en sectores tan variopintos como la alimentación, la hostelería o la manufactura. Un auténtico emporio que supone hasta el 40% del PBI local.