Hasta hace unas pocas semanas, nunca había estado en mi país.
Un país del que hablo su idioma y me parezco a todos los demás, pero donde nunca había puesto un pie.
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Ese lugar es Somalia.
Pero, este mes, seguí los pasos de innumerables niños de la diáspora y reservé un boleto de ida a la patria.
Nací y me críe en Londres, a unos 9.700 km de donde están las raíces de mi familia.
Al crecer, siempre me sentí dividida entre la idea de lo que parecían ser dos ciudades muy diferentes.
Escuchaba de Mogadiscio en las noticias, que la describían como “el lugar más peligroso del mundo”.Una capital llena de muerte y destrucción.
Pero luego mis padres hablaban con cariño de “Xamar”, como la llaman los locales. La describían como una ciudad hermosa, situada en la costa más larga de África, conocida por muchos como “la perla del Océano Índico”.
Ahora, me doy cuenta de que ambas versiones tienen algo de verdad.
Muchos africanos de la diáspora, como yo, han regresado a su patria original o ancestral.
Al llegar, surge con frecuencia un profundo sentido de pertenencia, pero al mismo tiempo, una melancolía por las diferencias que ha creado estar en la diáspora.
Mis padres nacieron en Mogadiscio a fines de los años 50 y, como muchos somalíes mayores, tienen una imagen idealizada de su país.
“Solíamos dar vueltas en nuestros descapotables y usar lo que queríamos”, dice mi madre, recordando sus aventuras salvajes y sus peinados más salvajes aun. Hoy día, se espera que las mujeres se vistan de forma más conservadora.
“Todo lo que tenías eran cabras”, bromean mis hermanos, para su consternación.
La Somalia que crecimos viendo en nuestras pantallas de TV mostraba a periodistas occidentales en campos de desplazados hablando con quienes estaban al borde de la hambruna.
En la década de 1990, fue a causa de la guerra.
Pero las mismas imágenes se muestran en 2023, como resultado de la inestabilidad actual y el cambio climático.
Sorprendentemente, la imagen más precisa de Somalia que obtuve fue a través de TikTok.
La etiqueta #SomaliTikTok lleva acumulada unas 77.000 millones de visitas.
A través de las redes sociales pude echar un vistazo a la vida cotidiana en Mogadiscio, a través de los lentes de los lugareños y de personas como yo.
Esto me empujó a ir y ver la ciudad con mis propios ojos e incluso considerar mudarme aquí.
Claro que Mogadiscio es todavía un lugar peligroso. El grupo al-Shabab, afiliado a al-Qaeda, sigue siendo una amenaza activa.
Un ataque de la organización llevado a cabo en octubre mató a más de 100 personas.
Pero hay otra cara de la ciudad que rara vez se muestra: el miedo a la inestabilidad significa que la mayoría de los occidentales no viajan libremente.
La única cara blanca que he visto fue en los confines del recinto de máxima seguridad en el aeropuerto.
Pero la verdadera escencia de Mogadiscio puede encontrarse en sus restaurantes, mercados, playas y en la gente.
La ciudad revive por la noche, y lo mejor es explorarla en bajaja (los bicitaxis somalíes).
“Hay seis bajajas para cada persona”, bromeó un conductor.
Los alimentos y sabores familiares me recuerdan a la comida de mi madre.
Los alimentos básicos africanos, como la carne y el arroz, siempre se sirven con plátanos frescos, junto con platos como los espaguetis a la boloñesa picante, algo que viene del pasado colonial italiano del país.
Los pescadores locales cargan raros atunes gigantes, valorados en decenas de miles de dólares en Japón, sobre sus hombros.
Lamentablemente, la falta de infraestructura e inversión en la otrora floreciente industria pesquera del país significa que rara vez reciben una recompensa.
Pero ahora que ha pasado un año desde que el presidente Hassan Sheik Mohamud está en el cargo, existe una sensación creciente de que Somalia está encaminándose hacia la reconstrucción.
“Se ven obras en construcción por todas partes, vamos mejorando poco a poco, si Dios quiere”, señala mi conductor de bicitaxi de 24 años.
Al igual que muchos, aún no ha vivido en una Somalia estable. La guerra estalló en 1991 y cerca del 75% de la población del país tiene menos de 30 años.
Él se mantiene optimista, pero en nuestra conversación se evidencia la enorme desigualdad.
Como muchas personas de la diáspora, tengo el privilegio de elegir regresar.
Mientras que otros somalíes, especialmente aquellos fuera de la capital, están tratando de irse.
En 2022, Somalia representó el octavo país con el número más alto de refugiados a nivel mundial, según la Organización de Naciones Unidas.
Somalia es uno de los países más vulnerables del mundo al clima y los fenómenos meteorológicos extremos han obligado a cientos de miles de personas a abandonar sus hogares, con la peor sequía en 40 años dando paso ahora a inundaciones repentinas.
A medida que nos adentramos en la ciudad, noto los edificios, tanto nuevos como antiguos, y admiro la arquitectura islámica afroitaliana.
Están fortificados detrás de barreras de hormigón y montones de sacos de arena. Y en casi todos los rincones de la ciudad hay un joven policía armado con un rifle AK-47.
Los llamados a la oración se escuchan a todo volumen a través de los parlantes y se entremezclan con el sonido de disparos distantes.
A pesar de esto, siento una profunda esperanza. Y no estoy sola.
La ciudad está llena de otra diáspora, muchas veces de Minnesota o Toronto, así como de somalíes locales decididos a cultivar la estabilidad.
“Creo en mi país”, me dice una joven empresaria.
Ella dice que no quiere irse nunca.
“Podemos recuperar la Somalia de la que nos hablaron nuestros padres”, añade.
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