Cuando Fawzia Koofi era niña quería convertirse en médica, pero su sueño se desvaneció cuando los militantes talibanes tomaron el poder Afganistán en la década de 1990.
Ese grupo, que desterró a las mujeres de la vida pública, encarceló a su esposo y trató de matarla cuando más tarde se convirtió en política.
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Pero las vueltas de la vida hicieron que fuese ella quien terminara negociando con los talibanes, en un acuerdo firmado este sábado con las fuerzas estadounidenses que los expulsaron del poder.
“No me intimidaron. Para mí es importante ser firme. Yo representaba a las mujeres de Afganistán”, le dijo a la BBC.
“Algunos talibanes me miraban; otros miraban a otra parte”
Koofi fue una de las pocas mujeres que formaron parte de una delegación afgana que mantuvo muchas rondas de diálogo con los antiguos gobernantes islamistas de línea dura del país, durante los meses de conversaciones de paz que sostuvo Estados Unidos.
Por estas fechas el año pasado, ella y otra mujer, la activista y defensora de los derechos humanos Laila Jafari, ingresaron a una habitación de hotel en Moscú con 70 hombres.
A un lado de la habitación estaban los talibanes. En el otro, las dos mujeres entre políticos y activistas afganos, todos hombres.
“Les dije que Afganistán ahora estaba representado por diversos puntos de vista y que el país no estaba sujeto a una sola ideología”, contó.
“Algunos miembros de la delegación talibán me miraban. Otros tomaban notas. Y otros simplemente miraban a otra parte”.
Durante el largo proceso de conversaciones, los talibanes se negaron a comprometerse directamente con el gobierno afgano, diciendo que no reconocen un “gobierno títere”.
Pero después de una presión sostenida de Estados Unidos y Rusia, se llegó a un compromiso y el grupo acordó hablar con una delegación afgana no oficial.
Koofi formó parte de ese equipo en tres ocasiones.
Como alguien cuya vida fue afectada dramáticamente por los talibanes, los enfrentó directamente sobre los derechos de las mujeres, diciendo que deberían incluirse más mujeres en el proceso de paz.
“Como nuestro lado tenía delegadas mujeres, les sugerí (a los talibanes) que también deberían traer mujeres a la mesa de negociación. Se rieron de inmediato”.
Durante su gobierno entre 1996 y el 2001, los talibanes prohibieron a las mujeres la educación y el empleo e impusieron su propia versión de las leyes islámicas, incluida la lapidación y la flagelación.
Después de haber vivido toda su vida en Afganistán, Fawzia Koofi conoce a personas que sufrieron tales castigos.
Cuando les tocó hablar, un negociador talibán respondió a sus demandas de igualdad sexual.
“Dijeron que una mujer puede convertirse en primera ministra pero no en presidenta. También dijeron que las mujeres no pueden ser jueces”, cuenta ella.
“No estaba de acuerdo con eso, pero no discutí”, dice Koofi. El formato de las conversaciones no permitía una discusión bidireccional.
La línea oficial talibán en la actualidad es que las mujeres pueden trabajar y educarse, pero solo “dentro de los límites de la ley islámica y la cultura afgana”.
Para Koofi, este es el punto clave de la cuestión. El islam tiene un libro sagrado, pero muchas corrientes de pensamiento teológico.
“He escuchado diferentes opiniones sobre la enseñanza islámica de muchos eruditos. Los talibanes siguen interpretaciones extremas del Corán”.
“Nunca compré un burka”
Fawzia Koofi vio por primera vez a un luchador talibán en septiembre de 1996.
“Estaba estudiando medicina en Kabul cuando los talibanes se apoderaron de la ciudad. Los vi desde mi quinto piso. Hubo combates en la calle con militantes con rifles automáticos”.
A los pocos días, su sueño de la infancia fue destruido y las autoridades de la facultad de medicina le mostraron la puerta para que se retirara, ya que seguían órdenes de los militantes.
Se quedó en Kabul y enseñó inglés a niñas que habían sido expulsadas de la escuela.
“Fue un período muy deprimente. Fue querer debilitarte y detener las oportunidades para ti... fue muy doloroso”.
Los talibanes emitieron un decreto ordenando a las mujeres usar el burka de cuerpo completo en público.
“Nunca compré un burka porque no gastaré dinero en algo que no considero parte de nuestra cultura”, asegura.
El desafío vino con un costo personal. Tuvo que restringir sus movimientos para mantenerse a salvo.
“El llamado departamento de vicios y virtudes (de los talibanes) solía patrullar las calles y golpeaba a las mujeres si no usaban burka”.
No es sorprendente que la mayoría de las personas sintieran alivio cuando los talibanes fueron expulsados después de la invasión liderada por Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre en Nueva York.
“Podíamos caminar por las calles y hacer nuestras compras sin temor a ser golpeados por los talibanes”.
“Mi convoy fue atacado”
Después de la caída de los talibanes, Koofi trabajó para las Naciones Unidas, rehabilitando a niños que fueron soldados.
También crió sola a sus dos hijas después de que su esposo murió de tuberculosis, contraída en su tiempo en prisión.
Pero a pesar de esto, cuando se anunciaron elecciones parlamentarias en 2005, decidió participar. Su padre había sido diputado y ella admite que su base de apoyo la ayudó a ganar votos.
“Pero el desafío importante para mí era crear una identidad separada”.
Luego pasó a ser vicepresidenta del parlamento en el primero de sus dos períodos como diputada. Fue durante este tiempo que escapó de un intento talibán de matarla en el sur del país.
“En marzo de 2010 fui a Nangarhar para celebrar el Día Internacional de la Mujer. En mi camino de regreso mi convoy fue atacado”.
La comitiva recibió disparos de balas desde el otro lado del río y desde la cima de una montaña.
Koofi y sus dos hijas se salvaron tras ser protegidas por sus agentes de seguridad, quienes las llevaron a un túnel de montaña, para luego ser transportadas en helicóptero a Kabul.
"Todos quieren tener paz"
Diez años después, los talibanes y Estados Unidos avanzan lentamente hacia un acuerdo de paz.
A los militantes les tomó solo unos pocos años reagruparse y defenderse; ahora controlan más territorio que en cualquier otro momento desde 2001.
El número de víctimas humanas de los combates fue inmenso: decenas de miles de civiles fueron asesinados o terminaron heridos y Afganistán sigue siendo uno de los países más pobres del mundo.
Unos 2,5 millones de afganos están registrados como refugiados en el extranjero y otros 2 millones están desplazados dentro de su país.
Se estima que 2 millones de viudas luchan para ganarse la vida.
“Todos quieren tener paz. Nacimos durante la guerra y crecimos en la guerra. Ni mi generación ni mis hijos saben lo que significa la paz”, dice Koofi.
Pero no es un acuerdo a toda costa.
“La paz significa la capacidad de vivir con dignidad, justicia y libertad. No hay alternativa a la democracia”.
Queda por ver si los talibanes están de acuerdo, no está claro cuánto han cambiado. Su portavoz, Suhail Shaheen, dijo a la BBC que “las personas que están en contra de la paz están utilizando los derechos de las mujeres para descarrilar las conversaciones”.
Pero Fawzia Koofi opina: “Las mujeres han perdido tanto. ¿Cuánto más podemos perder?”
Sus dos hijas están matriculadas en las universidades de Kabul y se han acostumbrado a la vida con acceso a los medios e Internet.
“Ninguna fuerza puede confinar a mis hijas y otras niñas de su edad a sus hogares. Cualquier persona que quiera gobernar el país debe tener eso en cuenta”.
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