Sayed Sadaat era ministro de Comunicaciones del gobierno de Afganistán antes de trasladarse a Alemania en setiembre pasado con la esperanza de un futuro mejor. Ahora es un repartidor en la ciudad oriental de Leipzig.
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Según contó, algunos lo criticaron en su país por aceptar un trabajo así tras haber servido en el gobierno durante dos años, dejando el cargo en 2018. Sin embargo, ahora se gana la vida trabajando a diario.
“No tengo nada de qué sentirme culpable”, dijo el hombre de 49 años, de pie con su uniforme naranja junto a su bicicleta. “Espero que otros políticos también sigan el mismo camino, trabajando con el público en lugar de simplemente esconderse”.
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Su historia ganó especial relevancia con el caos que vive su país tras la toma de poder por parte de los talibanes. Sus familiares y amigos también quieren irse, con la esperanza de unirse a los miles de personas que se han subido a los vuelos de evacuación o tratando de encontrar otras rutas.
Con la retirada de las tropas estadounidenses en el horizonte, el número de solicitantes de asilo afganos en Alemania se ha disparado más de un 130% desde principios de año, según datos de la Oficina Federal de Migración y Refugiados.
Pero incluso pese a su historial, Sadaat tuvo problemas para encontrar un trabajo en Alemania al nivel de su experiencia. Con títulos en tecnología de la información y telecomunicaciones, el hombre esperaba encontrar trabajo en un campo relacionado. No obstante, sin saber alemán, sus posibilidades eran escasas.
“El idioma es la parte más importante”, declaró Sadaat, quien también tiene la ciudadanía británica.
Todos los días estudia cuatro horas de alemán en una escuela de idiomas antes de comenzar un turno vespertino de seis horas entregando comidas para Lieferando, donde comenzó este verano boreal.
“Los primeros días fueron emocionantes pero difíciles”, dijo, describiendo el desafío de aprender a andar en bicicleta entre el tráfico de la ciudad. “Cuanto más sales y más gente ves, más aprendes”.
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