En julio del 2018 se filtró a la prensa rusa un video desgarrador. Eran 17 guardias de una prisión en Yaroslavl, a 270 kilómetros al noreste de Moscú, golpeando sin piedad al interno Yevgeny Makarov.
Las imágenes que mostró el diario “Novaya Gazeta” duraban 10 minutos, pero Makarov, que cumplía una condena de seis años por extorsión y lesiones corporales graves, dijo que los abusos duraron mucho más y que era la segunda vez que había sido sometido. Y no solo eso. Tras difundirse el video, él fue castigado y soportó 80 días de confinamiento solitario.
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El caso fue tan mediático que Makarov acusó a los guardias de tortura. Catorce de ellos fueron arrestados. Su abogada, Irina Biryukova, debió huir de Rusia alegando que había recibido amenazas de muerte.
“Las prisiones rusas son pequeños estados esclavos. La ley no se obedece en absoluto”, dijo meses después tras ser liberado al final de su condena.
El sistema penitenciario ruso es uno de los más duros del mundo. No son cárceles propiamente, sino son llamados campos de trabajo, donde los prisioneros deben trabajar como recompensa ante la sociedad y ganan un exiguo salario que les permita cubrir parte de los gastos de alojamiento en el penal.
En uno de estos campos de trabajo -el IK-2 de Pokrov- ha sido confinado recientemente el opositor Alexei Navalny.
“Esta prisión se considera ejemplar y lo consigue al no tratar a las personas como seres humanos. Habrá acoso y humillación. El objetivo del sistema es quebrarte”, relató a la AFP Konstantiv Kotov, un activista opositor que permaneció en este campo durante dos años por la violar la ley rusa sobre manifestaciones.
Tanto el centro donde está Navalny como el IK-1 en Yaroslavl son parte de los 684 campos de trabajo que alojan a casi 480 mil presos en el país y que suelen ser objetos de crítica constante por las organizaciones de derechos humanos rusas e internacionales.
Al ser campos de trabajo, los presos no están en celdas, como en la mayoría de prisiones, sino en mazmorras grandes en las que suelen dormir entre 40 y 80 personas -hay campos de trabajo para hombres y otros para mujeres- y donde no se diferencia a un ladrón de celulares de un asesino. Cabe agregar que sí hay una decena de prisiones en el país con condiciones mucho más duras, como la llamada Delfín Negro, donde purgan condena, casi de por vida, pederastas, asesinos seriales y terroristas.
Trabajo sin descanso
“La vida cotidiana en la colonia penal está organizada de tal forma que la represión de los presos, su intimidación y su transformación en mudos esclavos es llevada a cabo por otros presos, que dirigen las brigadas y reciben órdenes de los directores del penal”, escribió en una carta Nadeshda Tolokonikova, activista y miembro del grupo punk Pussy Riot, quien fue arrestada en el 2012 y liberada un año después.
La ley señala que los internos deben trabajar 40 horas semanales, pero esto no suele cumplirse. “Los casos de trabajo esclavo, falta de atención médica, abusos y torturas son usuales”, sentencia la coordinadora de la organización Rusia en Prisión, Inna Bazhibina, al diario “El País”.
Este diario recoge el testimonio de Tania Kuznetsova, una exreclusa que cumplió seis años y medio en una colonia por un caso de fraude y que trabajaba 12 horas al día y seis días a la semana. Con lo que recibió en un mes de trabajo confeccionando uniformes, pudo comprar un frasco de café instantánea y dos bolsas de caramelos.
Herencia estalinista
“En el fondo, el gulag sigue siendo el gulag”, señala Bazhibina, recordando los horrendos centros de detención que funcionaron en la otrora Unión Soviética entre los años 30 y 60 y que empezaron a operar durante el régimen de Josef Stalin, quien enviaba ahí a aquellos considerados “enemigos del Estado”.
Se calcula que 20 millones de personas fueron enviadas a estos campos de trabajo forzado, que además fueron una herencia del zarismo.
Uno de los célebres exprisioneros que expuso el sistema de los gulag fue el premio Nobel de Literatura de 1970, Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) quien justamente obtuvo el galardón por su obra “Archipiélago Gulag”.
El activista Sergei Mokhatkin, quien pasó varios años en uno de los campos forzados, señala que el sistema de prisiones actual es claramente una herencia del sistema soviético. “Todavía hay pósters colgados de la era soviética que dicen que un guardia de la prisión no es solo un guardia sino un educador. Se necesita transformar el sistema de criminalización hacia uno de socialización. Pero por ahora es lo contrario. La gente no es socializada en las prisiones rusas. Su salud mental y física es destruida”, cuenta en un reportaje de Radio Free Europe.
“Es un sistema basado en la violencia y la humillación, así como en un estricto código de silencio”, concluye Aleksei Fedvarov, jefe del departamento legal de la organización Rusia tras las Rejas.
“Un amigable campo de concentración”
Hace pocos días, el opositor Alexei Navalniy dijo con sarcasmo que estaba en un “amigable campo de concentración”. El enemigo de Vladimir Putin purga dos años y medio de prisión en un campo de Pokrov, a 100 kilómetros de Moscú.
Sin embargo, su encarcelamiento ha tenido más repercusión en Occidente que dentro de Rusia. Así lo explica a El Comercio el argentino Martín Rodríguez Ossés, experto en Rusia y analista de la Fundación Globalizar: “Nalvany no es cualquier persona para el escenario internacional y paradójicamente dentro de Rusia no es alguien tan importante. En Rusia, su apoyo es marginal y electoralmente tiene alrededor de un 3% de aceptación”.
Después de acusar al Kremlin de haber sido envenenado, Nalvany fue condenado en febrero pasado a dos años y medio de presión por presunto fraude.
“Más allá de nuestra lectura desde Occidente, el pueblo ruso considera a Navalny a un nacionalista que ha tenido expresiones antisemitas y antimusulmanas, pero sobre todo se le vincula con Estados Unidos, y eso es algo que no gusta en Rusia aun cuando hable de la corrupción en el Kremlin”, añade.
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