Se suponía que iba a durar solo nueve días: un confinamiento escalonado para mitigar el impacto en la economía de Shanghái, según reportaron medios estatales.
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Pero las duras restricciones contra el coronavirus se prolongaron durante 65 días. La ciudad se paralizó y su gente se horrorizó.
Ahora, las medidas de contención se levantan tan rápido como se impusieron. No habrá ningún proceso gradual durante varias semanas. En su lugar, una especie de big-bang, un día en que simplemente se suprimen la mayoría de leyes de emeregencia y regulaciones.
El alivio es inmenso para los 25 millones de personas que viven en Shanghái.
Durante dos meses, muchas familias han convivido juntas tras una puerta cerrada, trabajadores han vivido en carpas dentro de fábricas sin dejar de trabajar, dueños de tiendas y restaurantes han visto detenerse su forma de ganarse la vida, miles de personas han sido forzadas a dejar sus casas e internarse en centros de cuarentena.
Ahora Shanghái reabre a toda velocidad: negocios, transporte, producción, consumo.
Un hombre de negocios que conozco me habló de la presión del gobierno de la ciudad para ponerse manos a la obra rápido. No quieren escuchar más nunca sobre “confinamientos”.
Sin embargo, el confinamiento no se levantará por completo. Será una flexibilización signficativa de las restricciones, las cuales permitirán la libertad de movimiento alrededor de la ciudad.
Es un gran paso hacia la “normalidad”, pero de alguna forma se trata de una nueva “normalidad”.
Al menos 650.000 residentes siguen confinados en sus casas, ubicadas en zonas que siguen clasificadas como “cerradas”.
Los servicios básicos de transporte se han restablecido. Las tiendas han reabierto, aunque las más grandes funcionarán al 75% de su capacidad.
Los restaurantes también pueden volver a servir comida, pero no se permite comer dentro.
Cines, museos y gimnasio permanecen cerrados. Muchos niños no regresarán a clases presenciales.
La libertades otorgadas tras más de dos meses de confinamiento vienen con algunas condiciones de la mano. Estas condiciones están diseñadas para que el gobierno pueda monitorizar constantemente quién va a dónde, cuándo y qué tan sanos están.
Ahora, todos los residentes deberán mostrar un código sanitario verde en sus teléfonos antes de dejar sus condominios o edificios y antes de acceder a la mayoría de establecimientos.
Aquellos que quieran desplazarse por la ciudad en transporte público o ir al banco, un restaurante o mercado deberán presentar una prueba PCR negativa no anterior a 72 horas.
Salir de la ciudad sigue siendo problemático. Si bien la mayoría de restricciones para moverse por Shanghái fueron suprimidas, aquellas para abandonar la ciudad continúan.
Cualquier residente que viaje a otra ciudad en China se enfrenta a una cuarentena de entre 7 y 14 días a su regreso.
Por ahora es más fácil volar desde Shanghái a climas extranjeros que viajar una hora por los rieles en un tren de alta velocidad a Hangzhou.
Para algunos, son medidas duras pero necesarias para contener la covid-19 y respetar la estrategia de “covid cero” del presidente Xi Jinping que, de momento, ha prevenido que el virus que surgió aquí por primera vez regrese con fuerzas.
Para otros, esta estrategia ha sido una vergüenza nacional e internacional, impulsada por un entusiasmo político que ha tenido un impacto incalculable para las personas que viven y trabajan aquí.
Esta política de una “dinámica de covid cero” sigue vigente en general en China.
Cada caso nuevo confirmado de covid-19 en Shanghái implica que los pacientes sean llevados al hospital o a un centro de cuarentena.
Los contactos estrechos también se enfrentan a la posibilidad de encuarentenarse y a que la zona donde viven sea, una vez más, confinada.
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