La demolición de la ciudad amurallada de Kowloon hace 30 años puso fin a un modo de vida único en Hong Kong.
Unos pocos acres de tierra que un capricho de la administración colonial dejó como una especie de isla dentro del Hong Kong controlado por los británicos se convirtió en uno de los lugares más densamente poblados del planeta.
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Mientras el resto de Hong Kong era colonia británica, las 2,7 hectáreas de la antigua ciudad amurallada seguían nominalmente bajo el control de China continental. Su idiosincrasia convirtió a este pequeño pedazo de terreno en una zona sin ley.
Ya han pasado 26 años del traspaso de la soberanía de Hong Kong del Reino Unido a China y 30 de la demolición de Kowloon, pero la gente que vivió en esa atiborrada ciudad recuerda aún su especial sentimiento de comunidad. Era un lugar de delincuencia, pero también de cooperación.
La historia de la ciudad amurallada se remonta a la dinastía Song (960-1279), cuando se estableció un puesto militar para gestionar el comercio de sal en la zona.
Siglos después, en 1842 la isla de Hong Kong fue cedida por la dinastía Qing (1644-1912) a los británicos en el Tratado de Nankín, pero no la ciudad amurallada de Kowloon, que quedó en manos chinas y donde en esa época residían unas 700 personas.
China creía que debía tener presencia en la entonces colonia británica y pensó usar Kowloon como un punto de control con el que supervisar la región, pero con los años abandonó esa idea.
De esta manera, con la política británica de no intervención, la ciudad quedó en un vacío legal y sin ninguna autoridad. Nadie respondía por ella.
Con el siglo XX llegó la Segunda Guerra Mundial y Kowloon se convirtió en el hogar de todos los inmigrantes y bandas ilegales que trataban de escapar de la ocupación japonesa de Hong Kong que comenzó el 25 de diciembre de 1941.
Tras la rendición de Japón, la ciudad ya sin murallas siguió creciendo, pero al no poder hacerlo a lo ancho, lo hizo hacia arriba.
De 17.000 ciudadanos durante la Segunda Guerra Mundial, pasaron a 50.000 a finales de los años 80, convirtiéndose en la ciudad (dentro de otra ciudad) con más densidad de población del mundo.
Edificios de catorce plantas apilados unos sobre otros como un ser orgánico. Salones de opio, prostíbulos y garitos de juego regentados por las tríadas dirigían este lugar. La policía, los inspectores de sanidad y los recaudadores de impuestos temían entrar.
Al no haber sido nunca cedida a Reino Unido, los residentes sentían a menudo que la ciudad era realmente China y que el gobierno de Hong Kong debía dejarlos en paz. El resultado de todo esto fue uno de los barrios marginales más emblemáticos de la historia.
Kowloon estaba repleta de delincuencia, prostitución y consumo de drogas, pero había una gran cercanía entre los que la llamaban hogar. Juntos, los residentes de la ciudad resistieron durante décadas los esfuerzos del gobierno de Hong Kong por expulsar a todo el mundo.
Comerciantes chinos, curanderos y dentistas autodidactas, junto a delincuentes, lucharon por mantener viva la ciudad. Con 300 rascacielos interconectados, todos creados por un solo arquitecto, Kowloon era realmente un tugurio digno de contemplar.
“La única razón por la que nos mudamos a la ciudad amurallada de Kowloon fue que era el único lugar que nos podíamos permitir”, recuerda Albert Ng, que creció en la ciudad amurallada de Kowloon después de que su familia se trasladara a Hong Kong desde China continental en los años setenta.
“La ciudad de Kowloon era famosa por cosas como la prostitución, el juego y las drogas. Cuando iba a la escuela por esos callejones oscuros, veía a la gente dándose cosas a escondidas y llegué a saber que hacían trapicheos”, indica Ng en el programa de radio de la BBC “Witness History” de Lucy Burns.
“Lo primero que sientes es esa humedad caliente que tiene un fuerte hedor. Apesta. Cuando entras sientes de verdad que estás entrando como en la garganta del dragón”, recuerda por su parte la diseñadora urbana Suenn Ho, que regresó a Hong Kong, donde creció, para estudiar la ciudad amurallada de Kowloon con una beca en 1991.
“El primer día aún lo recuerdo vívidamente. Tenía todas mis cámaras y grabadoras de video. La verdad es que no fue muy inteligente porque realmente destacaba como un outsider”, comenta Suenn Ho, fascinada como muchos otros urbanistas por el singular desarrollo de Kowloon.
La falta de control en la ciudad hizo que florecieran todo tipo de negocios ilegales.
“Los funcionarios británicos no podían hacer nada porque cada vez que hacían algo, el gobierno chino les decía que no lo tocaran porque era suyo ese terreno. Pero China está en China, está muy lejos. Así que al final llegan los oportunistas y empiezan a hacer cosas ilegales para aprovecharse de que no hay ley”, dice Suenn Ho.
Las pocas manzanas de la ciudad amurallada atraían no sólo a gánsteres y narcotraficantes, sino también a fábricas de artículos de lujo falsificados y empresas alimentarias no reguladas que elaboraban albóndigas de pescado y dumplings para los restaurantes de Hong Kong.
“También había muchos médicos y dentistas, muchísimos dentistas. Todos estos médicos ejercían ilegalmente porque no podían ejercer en Hong Kong porque no hablaban inglés y no podían hacer el examen“, explica Suenn Ho sobre una práctica que hacía que los hongkoneses de fuera de la ciudad también fueran allí a tratarse.
“Cuando crecí, mi familia tenía una criada allí y un día me dijo que le dolía una muela y que iba a ir a la ciudad amurallada a que se la sacaran. Cuando volvió a casa y le pregunté si le habían sacado la muela me dijo: ‘Bueno, en realidad me sacaron el diente que no era’.
¿Se equivocaron de muela? ¿Qué te ha pasado?, le pregunté y me contestó: ‘No te preocupes. Se equivocaron de diente y luego se dieron cuenta de que debían sacar el otro, así que sacaron el otro también, pero a mí sólo me cobraron por un diente’. Ella pensó que era una gran oferta“, cuenta Susanne Ho.
Si bien los muros físicos de la ciudad amurallada habían sido derribados tras la Segunda Guerra Mundial, aún se podía ver claramente dónde estaba la ciudad amurallada porque dentro del perímetro no había normas de construcción. Creció hasta llenar todo el espacio disponible posible.
“Dentro de la ciudad amurallada de Kowloon todos los edificios estaban apiñados unos junto a otros. Casi no había espacio entre un edificio y otro”, recuerda Albert Ng.
En el momento en el que más gente vivió en la ciudad residían entre 35.000 y 50.000 personas en apenas 2,7 hectáreas de terreno.
Las fotos aéreas de la época muestran la ciudad amurallada que se cierne sobre los suburbios que la rodean, una enorme masa de edificios de aspecto orgánico, como sacada de una película de ciencia ficción.
“Pero lo pasamos bien, de verdad. En la azotea, saltábamos de un edificio a otro. Los edificios estaban separados por medio metro”, rememora Albert Ng.
“Solo los mejores pilotos podían volar a Hong Kong porque cuando comenzaba el aterrizaje pensabas que si pudieras abrir la ventanilla del avión, podrías tocar la colada que había en el tendedero de la azotea”, explica Suenn Ho.
“Jugábamos a la cometa en la azotea e intentábamos dirigirla para que chocara contra los aviones, pero claro, fracasábamos”, apunta por su parte Albert Ng.
El hecho de que la ciudad se hubiera construido de forma tan anárquica significaba que Albert Ng y su familia no tuvieran acceso a los servicios básicos disponibles en otros lugares de Hong Kong.
“El entorno era muy sucio y había aguas residuales a cielo abierto que se veían por todas partes, y en casa no había agua corriente. Pero nuestras paredes estaban húmedas y mohosas todo el tiempo. Eran aguas sucias que venían de fuera del edificio y por eso contraje tuberculosis dos veces cuando estaba en secundaria”, dice Albert Ng.
Vivir tan cerca unos de otros daba a los residentes un fuerte sentido de comunidad.
“Había una señora de Shanghái que vivía justo enfrente de nosotros y que cada vez que hacía dumplings de Shanghái los metía como podía en una bolsa de plástico o tal vez en un cuenco y los ataba a un palo y nos los pasaba y viceversa. Cuando hacíamos algo, se lo pasábamos a ella. Así que creo que vivir dentro de la ciudad amurallada de Kowloon tenía una vida comunitaria muy, muy buena”, afirma Albert Ng.
En 1987, anticipándose a la devolución de Hong Kong por los británicos a China en 1997, los gobiernos chino y británico tomaron cartas en el asunto y decidieron que lo mejor era demoler la ciudad amurallada.
“Cuando me enteré de la noticia de que el gobierno iba a demolerla, me llevé una gran alegría. Vivir en lo que podía ser la peor ciudad del mundo era tan duro que, sinceramente, no veía el momento de mudarme”, explica Albert Ng.
Cuando Suenn Ho estaba realizando su investigación, grandes partes de la zona ya habían sido desalojadas. Cenó con unos amigos en su última noche en su casa antes de ser desalojados.
“Fue muy conmovedor, porque al final de la cena, la bisabuela estaba barriendo el suelo y su hija, muy enfadada, le dijo: ‘Mañana por la mañana nos van a quitar la casa y tú estás aquí barriendo el suelo. ¿A quién le importa?’ Y la bisabuela tranquila le dijo: ‘Sabes, he vivido aquí mucho tiempo y si tengo que dejar mi casa mañana, todavía tengo que limpiarla. Este ha sido mi hogar“, detalla Suenn Ho.
La demolición comenzó finalmente en marzo de 1993. La zona es ahora un parque público.
“Siento que nuestra vida volvió a empezar y que todo iría bien a partir de ese momento. Pero, para mi sorpresa, sigo soñando con volver a la de Kowloon. Es una parte preciosa de nuestra historia. Me guste o no, fue mi hogar”, asegura Albert Ng que ahora es pastor en una iglesia de Hong Kong.
*Suen Ho y Albert Ng hablaron con Lucy Burns para el programa “Witness History” de la BBC que se emitió por primera vez en 2020. Aquí se puede escuchar completo en inglés.
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