Luego de que los talibanes les restringieran a las mujeres afganas los derechos al trabajo, a la educación y a salir en público, algunas mujeres desafiaron las nuevas reglas y salieron a protestar.
Pero rápidamente, aquellas que se reunieron en la capital Kabul y otras ciudades afganas exigiendo “comida, trabajo y libertad” sintieron toda la fuerza de los talibanes.
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Las manifestantes le contaron a la BBC que las golpearon, abusaron de ellas, las encarcelaron e incluso las amenazaron con matarlas a pedradas.
Hablamos con tres mujeres que desafiaron al gobierno talibán después de que comenzó a imponer restricciones a las libertades de las mujeres tras tomar el poder el 15 de agosto de 2021.
Cuando los talibanes tomaron Kabul el 15 de agosto de 2021, la vida de Zakia empezó a desmoronarse.
Era el sostén de su familia antes de que los talibanes regresaran al poder, pero tras la toma de Kabul perdió su trabajo.
Una protesta en diciembre de 2022 fue la primera oportunidad de Zakia, quien utiliza un seudónimo, de expresar su ira por perder el derecho al trabajo y a la educación.
Recuerda que el grupo de manifestantes marchaba hacia la Universidad de Kabul, elegida por su “importancia simbólica”, pero la marcha fue detenida antes de que pudiera llegar a su destino.
Zakia estaba gritando consignas cuando la policía armada talibán le puso fin a su breve rebelión.
“Uno de ellos me puso su arma a la boca y me amenazó con matarme allí mismo si no me callaba”, cuenta.
Zakia vio cómo a otras manifestantes las metieron en un vehículo.
“Yo me resistí. Me retorcieron los brazos”, afirma.
“Los talibanes estaban tratando de meterme en un vehículo mientras otras compañeras manifestantes intentaban liberarme”.
Al final, Zakia logró escapar, pero lo que vio ese día la dejó aterrorizada.
“La violencia ya no se daba a puerta cerrada”, explica, “sino que se producía en las calles de la capital, Kabul, en medio de todo el mundo”.
Mariam (nombre ficticio) y la estudiante Parwana Ibrahimkhail Nijrabi, de 23 años, son dos de las muchas de las manifestantes afganas que fueron detenidas tras la toma del poder por los talibanes.
Viuda y sostén único de sus hijos, Mariam temía no poder mantener a su familia cuando los talibanes introdujeron las restricciones al acceso de las mujeres al mercado laboral.
Asistió a una protesta en diciembre de 2022 y después de ver cómo arrestaban a otras manifestantes, intentó huir, pero no pudo escapar a tiempo.
“Me sacaron a la fuerza del taxi, me registraron el bolso y agarraron mi teléfono”, recuerda.
Cuando se negó a darles a los funcionarios talibanes su código para desbloquear el móvil, cuenta que uno de ellos la golpeó tan fuerte que pensó que se le había roto el tímpano.
Luego vieron los videos y las fotos que estaban guardados su teléfono.
“Se molestaron y me arrastraron halándome del pelo”, asegura.
“Me agarraron las manos y las piernas y me tiraron en la parte trasera de su Ranger”.
“Fueron muy violentos y repetidamente me llamaban puta”, prosigue Mariam. “Me esposaron y me pusieron una bolsa negra en la cabeza. No podía respirar”.
Un mes después, Parwana también decidió salir a la calle y protestar contra los talibanes, junto con un grupo de compañeros de estudios con los que organizó varias marchas.
Pero rápidamente también recibió represalias.
“Comenzaron a torturarme desde que me arrestaron”, dice Parwana.
La obligaron a sentarse entre dos guardias armados.
“Cuando me negué a sentarme allí, me llevaron al frente, me pusieron una manta en la cabeza, me apuntaron con un arma y me dijeron que no me moviera”.
Parwana cuenta que comenzó a sentirse frágil y “como una muerta viviente” entre tantos hombres fuertemente armados.
“Mi cara estaba entumecida porque me abofetearon tantas veces. Estaba tan asustada que todo mi cuerpo temblaba”.
Mariam, Parwana y Zakia eran conscientes de las posibles consecuencias que podían haber tras protestar en la calle.
Parwana admite que nunca esperó que los talibanes “la trataran como a un ser humano”, pero asegura que le impresionó el trato tan degradante que recibió.
La primera comida que le dieron en la cárcel la dejó en shock.
“Sentí algo afilado rascándome el paladar”, recuerda. “Cuando miré qué era, era una uña y vomité”.
En comidas posteriores encontró pelos y piedras.
Parwana cuenta que le dijeron que la lapidarían hasta la muerte, por lo que pasó toda una noche llorando hasta que terminó por quedarse dormida.
Esa noche soñó que la apedreaban mientras llevaba un casco.
La joven de 23 años fue acusada de promover la inmoralidad, la prostitución y la difusión de la cultura occidental y estuvo en prisión por un mes.
A Mariam la retuvieron en una unidad de seguridad por varios días, donde era interrogada con una bolsa negra que le cubría la cabeza.
“Podía escuchar a varias personas, una me daba patadas mientras me preguntaba quién me pagaba para organizar [la] protesta”, relata.
“El otro me golpeaba y decía: '¿Para quién trabajas?'”.
Mariam señala que les dijo que era una viuda que necesitaba trabajar para alimentar a sus hijos, pero afirma que sus respuestas ocasionaron que la trataran con más violencia.
A Parwana y Mariam las liberaron tras la intervención de organizaciones de derechos humanos y ancianos locales, y ya no viven en Afganistán.
Ambas aseguran que las obligaron a firmar confesiones en las que admitían su culpabilidad y prometían no participar en ninguna protesta contra los talibanes.
A sus familiares masculinos también les hicieron firmar documentos oficiales en los que se comprometían a que las mujeres no participarían en más protestas.
Presentamos estas acusaciones a Zabihullah Mujahid, alto portavoz del gobierno talibán, quien confirmó que las manifestantes fueron arrestadas pero negó que hubieran sido maltratadas.
“Algunas de las mujeres arrestadas estaban involucradas en actividades contrarias al gobierno y a la seguridad pública”, dijo.
Él cuestiona el relato de las mujeres y niega que las hayan torturado: “En ninguna de las prisiones del Emirato Islámico dan palizas y las comidas están aprobadas por nuestros equipos médicos”.
Una serie de entrevistas de la organización Human Rights Watch (HRW) con algunas manifestantes que han sido liberadas corroboran los relatos recopilados por la BBC.
“Los talibanes utilizan todo tipo de torturas e incluso hacen pagar a las familias (de las mujeres) por sus protestas, a veces las encarcelan con sus hijos en condiciones terribles”, afirmó Ferishtah Abbasi, de HRW.
El investigador de Amnistía Internacional, Zaman Soltani, que habló con varias manifestantes que fueron liberadas, señala que las prisiones carecían de instalaciones básicas.
“No hay sistemas de calefacción en invierno, los presos no reciben comida de calidad ni suficiente y las cuestiones de salud y seguridad no se tienen en cuenta en lo absoluto”, Soltani.
Cuando tomaron el poder, los talibanes indicaron que las mujeres podían seguir trabajando e ir a la escuela, pero que esto tenía que estar apegado de acuerdo con la cultura afgana y la ley Sharia.
Hoy insisten en que la prohibición de la escolarización de las niñas más allá del sexto año es temporal, pero no se han comprometido a reabrir las escuelas secundarias para niñas.
En Afganistán, Zakia aprovechó una oportunidad y puso en marcha un centro de enseñanza a domicilio para educar a las niñas. Esto también fracasó.
“Se sienten amenazados por un grupo de mujeres jóvenes que se reúnen regularmente en un lugar”, cuenta con la voz llena de tristeza.
“Los talibanes lograron hacer lo que querían. Soy prisionera en mi propia casa”.
Todavía se reúne con sus amigas activistas, pero ellas no planean seguir protestando.
Pero de vez en cuando publican cosas en las redes sociales utilizando un seudónimo.
Cuando le preguntamos sobre los sueños que tiene para Afganistán, se pone a llorar.
“No hay nada que yo pueda hacer. Nosotras ya no existimos, las mujeres estamos retiradas de la vida pública”, asegura.
“Sólo queríamos nuestros derechos básicos, ¿era mucho pedir eso?”.
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