Ya no quieren ver sus obras en un museo de Cuba. Un grupo de artistas de la isla se ha rebelado en solidaridad con un colega disidente que llevaba -hasta este lunes- casi un mes hospitalizado y que es acusado por el gobierno de estar financiado por Estados Unidos.
“El arte cubano está viviendo horas aciagas (...), la criminalización de la diferencia no es, ni será, un camino para la convivencia”, lamentó la semana pasada en Facebook el pintor Tomás Sánchez.
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Célebre por sus paisajes oníricos de bosques, este pintor de 73 años, radicado en Costa Rica, ha expuesto sus obras en Francia, México y Estados Unidos.
Ahora él y una veintena de artistas reclaman que sus obras no sean exhibidas en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, en solidaridad con el artista disidente Luis Manuel Otero Alcántara, de 33 años.
Otero Alcántara fue internado en un hospital de La Habana el 2 de mayo, ocho días después de haberse declarado en huelga de hambre para denunciar el despojo de sus obras por la policía.
Pese a que las autoridades han divulgaron detalles de su expediente médico para demostrar que estaba en perfecto estado de salud y publicado varios vídeos del artista disidente, aparentemente grabados por médicos, sus familiares denunciaban que era imposible comunicarse con él.
El gobierno de Estados Unidos demandó su liberación “inmediata”, y para Amnistía Internacional era un “prisionero de conciencia”.
En una carta abierta dirigida al director del museo, los artistas, que dicen estar “motivados por un auténtico sentimiento de preocupación y de solidaridad”, exigen el retiro de sus obras de exhibición hasta que el disidente sea liberado.
Pero el Bellas Artes rechaza este reclamo: “El museo no acepta una demanda que no se aviene con la vocación de servicio de nuestra institución ni con el interés del público al que se debe”.
“Mercenario”
Para las autoridades comunistas, Otero Alcántara es un “mercenario” pagado por Washington para promover la agitación política.
El gobierno estadounidense hace “un simulacro de preocupación por los derechos humanos, mientras esconde (sus) verdaderos propósitos”, afirmó Johana Tablada, subdirectora para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Para ella, a Estados Unidos “ni siquiera le preocupan aquellos ciudadanos a los que, de manera sistemática, financia, orienta y promueve con alta visibilidad para fabricar acciones legales de desestabilización y generar una falsa imagen de Cuba, pretextos con los cuales intenta justificar su criminal política de bloqueo económico”.
Desconocido para el gran público hasta el año pasado, la cara de Otero Alcántara ahora aparece regularmente en noticieros de la televisión estatal cubana, que lo acusa de estar financiado y manejado por el Instituto Nacional Demócrata de Estados Unidos, centro de reflexión dirigido por la exsecretaria de Estado Madeleine Albright.
“Mienten”, dijo Otero en abril a AFP. “Lo que hace un artista es cuestionar un problema (...) y es lo que estoy cuestionando como artista y a través de mi obra”, agregó.
Creciente malestar
Nacido en una familia humilde, este hombre que se define como “artivista” -por artista y activista- realizó en los últimos años una serie de performance, generalmente provocadoras, como una en la que intentó cubrirse el cuerpo con excremento frente al Capitolio de La Habana para protestar contra un decreto que regula a los artistas.
En otra, se propuso caminar durante días por la ciudad con un casco de constructor, después de la muerte de tres niñas por el derrumbe de un balcón de un edificio en ruinas.
Su acción más llamativa fue en noviembre pasado, cuanto se atrincheró con otros miembros y simpatizantes de su colectivo, el Movimiento San Isidro, en su casa para denunciar el arresto de un rapero.
Durante 10 días, el grupo, algunos de ellos en huelga de hambre, transmitió su protesta vía internet, consiguiendo una audiencia internacional.
El desalojo del grupo desató una histórica protesta de 300 artistas frente al Ministerio de Cultura, el pasado 27 noviembre.
Aunque una parte de ellos no comparte las convicciones ni los métodos de Otero Alcántara, muchos muestran un malestar creciente con los límites que les son impuestos.
“Los límites del círculo de la libertad de expresión son más pequeños, cada vez es menos lo que puedes decir”, declara a la AFP la artista plástica Tania Bruguera, de 52 años, otra de los reclamantes, que ha llevado su obra al Tate Modern de Londres y al Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Esta vez, según Bruguera, artistas que nunca se habían involucrado en la política, quisieron participar: “Lo que ha sucedido ahora es que hay una solidaridad mucho mayor y también un deseo colectivo de cambiar las cosas”, explicó.
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