Junior tenía 15 años cuando una bala atravesó su pecho en una barricada donde protestaba contra el presidente Daniel Ortega. Han pasado más de tres años y Aura Lila no asimila su ausencia: este domingo de elecciones en Nicaragua, pondrá flores en el altar de su hijo.
En la penumbra de la sala de una modesta vivienda en un barrio de la rebelde ciudad de Masaya, en el sur de Nicaragua, las fotos de Junior ocupan toda una pared. Sobre una mesa, una Virgen y un Jesús de yeso, una vela y flores artificiales azules y blancas, los colores de la bandera de Nicaragua.
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Es el altar que levantó Aura Lila López y que, en lugar de ser retirado, va creciendo con el tiempo. “Todavía lo sigo llorando, todavía lo sigo anhelando”, dice a AFP esta mujer de 49 años.
Viste una camiseta blanca que lleva impresa la foto de su hijo con toga, birrete azul y banda blanca de su graduación de primaria: “Junior Gaitán. El pollito”, dice la leyenda, recordando su apodo.
“No me adapto a no tenerlo, es muy duro perder un hijo, es una cosa que no le deseo a nadie”, dice Aura Lila, entre lágrimas.
Su hijo es parte de los 328 muertos que, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dejó la represión de las protestas que estallaron en abril de 2018, exigiendo la renuncia del presidente.
Ortega, quien busca su cuarto mandado consecutivo el domingo, con sus principales rivales presos, acusa a los manifestantes de “terrorismo” y de intentar darle un golpe de Estado apoyado por Washington.
“Un disparo en el pecho”
Junior fue uno de los muchos jóvenes que, durante las protestas, pusieron “tranques” (barricadas) que semiparalizaron el país durante unos cuatro meses en 2018. Llevaba una mochila llena de morteros cuando, según su madre, lo mató un policía.
Aquel 2 de junio de 2018, Junior se levantó temprano para ir a tomar su puesto en un “tranque”, pero Aura Lila lo tenía encerrado porque la policía y grupos armados estaban en el barrio Monimbó, el más combativo de Masaya.
“Estaba sofocado por salir, se puso a llorar, su papá le dio permiso, lo fue a ver a la barricada y le dijo que no se moviera de allí”, relata la mujer.
Cuando más tarde su hijo no volvía, Aura Lila empezó a desesperarse. “Si me le pasa algo a Junior yo me muero”, cuenta que pensó, llorando, temiendo lo peor, al borde del desvanecimiento. “Yo le pedía al Señor que no me diera ese golpe tan duro”, prosigue.
Pero pronto los vecinos le llevaron la noticia. Anduvo de tranque en tranque en una moto de un vecino que la llevó a buscarlo. “Cuando llegué a una iglesia estaba un gentillal (mucha gente), y él estaba con su carita tapada, con un disparo en su pecho”.
“Estos muertos no existen”
En la puerta de la casa hay una canasta con bolsas de pan tostado sobre una mesita de madera. Con eso y vendiendo refrescos, Aura Lila se gana la vida. Su marido, Javier, tiene en la entrada un puesto de reparación de bicicletas. Allí también hay una gran foto de Junior, la misma de la camiseta.
Así sostienen a su hijo menor, a una hija y tres nietos. Los otros dos hijos ya hicieron vida aparte.
Cuando Junior cumplió el primer año de muerto, los muchachos del barrio le dedicaron en la misa un partido de fútbol que iban a jugar. Ganaron y el trofeo está en el altar.
Le gustaba el fútbol, ponerse máscaras para las fiestas folclóricas de la ciudad, era buen estudiante y quería ser “pintador de grafitis”, dice la madre.
“Hasta ahora no ha habido justicia (...). Para Ortega estos muertos no existen, no hubo muertos, no hubo asesinados y no hay presos políticos”, expresó la mujer, quien cuenta que la misa del tercer aniversario de muerte de su hijo estuvo vigilada por la policía.
Pero Rosario Murillo, vicepresidenta y esposa de Ortega, sostiene que el país vive en “armonía” y las elecciones son una ratificación de la “paz”. El viernes, en su alocución diaria, mencionó esa palabra 26 veces.
Este domingo, dice Aura Lila, protestará a su manera en su casa. El 2 de noviembre, Día de Difuntos, llevó a la tumba de Junior las flores escarchadas que aprendió a confeccionar y, como todos los días 2 de cada mes, dio una merienda a los niños del barrio.
Mientras enciende una vela, asegura que el altar lo levantará hasta que le dé la vida: “La justicia terrenal no la vamos a tener aquí, pero la justicia divina es la única en la que tengo esperanza”.
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