En numerosas esquinas de Washington D.C., la capital de Estados Unidos, quedan todavía una de las señales más escalofriantes de la Guerra Fría.
En muchos edificios, en la mayoría de los casos borrados por el tiempo, las lluvias y el herrumbre, unas placas de metal muestran un círculo con tres triángulos equiláteros inscritos que coinciden en su centro.
Poco dicen hoy a los que caminan por el centro del poder de EE.UU. pero hasta hace unas décadas eran no solo un aviso permanente de la posibilidad de una catástrofe nunca antes vista, sino también una de las pocas posibilidades de supervivencia.
Unas pocas señales tienen todavía una inscripción de su propósito: “Refugios antirradiación”, se lee en inglés.
Y su nombre no dice menos de lo que sugiere: implican que debajo de esos edificios, EE.UU. construyó uno de los tantos búnkeres que sucesivos gobiernos desde la década de 1950 vieron como la única posible alternativa para salvar a la población de la capital en caso de un ataque nuclear soviético.
“Washington, D.C. fue un objetivo principal para la Unión Soviética y presumiblemente sigue siendo un objetivo principal para todas las potencias nucleares que tienen planes de guerra para atacar a Estados Unidos.”, dice a BBC Mundo David Krugler, profesor de historia de la University of Wisconsin, Platteville, y autor de “This Is Only a Test: How Washington, D.C., Prepared for Nuclear War”.
“Estamos hablando de un lugar único porque Washington es la capital, la sede del gobierno, pero también una ciudad. Y así, el programa de defensa civil aquí tiene que adaptarse a Washington D.C., como la sede del gobierno federal, pero también como una ciudad que alberga a cientos de miles de residentes”, agrega.
Pero de acuerdo con el experto, la fiebre que llevó a la planificación de miles de refugios nucleares por toda la ciudad tenía también un objetivo simbólico: un mensaje para el resto de la nación.
“Washington es como un símbolo o un modelo para el resto del país a lo largo de su historia como capital. A menudo vemos que Washington, D.C., se utiliza como campo de pruebas o laboratorio para varios experimentos políticos o intentos de programas políticos. Eso también se aplica a la defensa civil”, señala.
“Si los estadounidenses miran y ven que la ciudad capital está preparada, creerán que cualquier ciudad está preparada o incluso que puede estarlo. Entonces de ahí que la planificación de una defensa civil en caso de un ataque nuclear se volvió un objetivo fundamental en la Guerra Fría”, agrega.
No hay datos oficiales de cuántos refugios fueron finalmente construidos: muchos no se terminaron, otros se abandonaron y algunos han comenzado a tener otros usos, como almacenes de víveres o bodega de trastes viejos.
Pero cada cierto tiempo aparecen nuevos titulares de algunos que son descubiertos intactos como una máquina del tiempo: una vuelta a una época en el que la humanidad vivía con el temor cotidiano a la bomba atómica.
Casi medio siglo después, es difícil imaginar cómo hubiera sido la vida debajo de estos refugios en caso de un ataque nuclear contra Washington: cómo habría sido la supervivencia en las penumbras, con los olores a desechos humanos y de comida y el contacto cercano con ciento de desconocidos días tras días.
A uno de los que entró BBC Mundo, se accede por una pequeña puerta a la que llegan dos escalones.
El olor a humedad es fuerte y la iluminación es escasa, no solo porque se han roto algunas bombillas por el paso del tiempo: tampoco había certezas de que tras un ataque nuclear hubiera energía para alumbrarse.
En algunos de los refugios a lo largo de la capital todavía se conservan provisiones, desde agua hasta galletas o utensilios médicos que deberían servir a los que se resguardaran allí por dos semanas, el tiempo que estimaban entonces que se debería pasarse bajo tierra si la capital era atacada.
“Es seguro decir que la mayoría de estos refugios a lo largo de Washington, D.C. son así: la luz es extremadamente limitada y las personas más altas probablemente estarían chocando contra el techo. Son un poco húmedos. Están polvoriento. No hay sillas. Es solo un espacio grande, vacío y de concreto”, dice a BBC Mundo el historiador Frank Blazich, del Museo Nacional de Historia de EE.UU.
“Es complicado pensar cómo sería encontrarse en un sótano húmedo con quizás menos de diez pies cuadrados para ti, viviendo con una cuarta parte del agua que deberías consumir al día y menos de mil calorías al día”, agrega.
Blazich recuerda, no obstante, que estos búnkeres subterráneos fueron la solución más plausible que encontró el gobierno de EE.UU. para intentar salvar a su población en un tiempo en el que el temor de un ataque nuclear sobre la capital era más que un miedo.
“Tras la crisis de los misiles en Cuba, el entonces presidente Kennedy entendió que había que hacer algo para dar una respuesta al temor de un posible ataque nuclear sobre la capital y otras ciudades importantes”, dice.
“Después de un encuentro con el primer ministro soviético Nikita Krushov, Kennedy sale muy temeroso de que la Unión Soviética esté dispuesta a usar armas nucleares y Kennedy, como presidente, reconoce que tiene la obligación de hacer algo para proteger al pueblo estadounidense”, agrega.
Fue entonces cuando el entonces presidente estadounidense pidió fondos al Congreso para identificar lugares que podrían servir de protección para los ciudadanos en casos de un ataque atómico: se llamó la Encuesta Nacional de Refugios contra la lluvia radiactiva.
El objetivo de la Oficina de Defensa Civil y el Departamento de Defensa era entonces buscar estructuras preexistentes y examinarlas desde un punto de vista arquitectónico para determinar cuáles ofrecían algún grado de protección.
“El plan era que para diciembre del 62, tendríamos alrededor de 50 millones de espacios de refugio identificados y abastecidos. Pero llega la Crisis de los Misiles y nos damos cuenta que no había entonces capacidad ni para proteger a una pequeña fracción de la población”, recuerda Blazich.
Había otro problema: los refugios públicos solo podían ofrecer cierto resguardo contra la contra la lluvia radiactiva radial, uno de los principales temores tras una explosión nuclear, pero no de la explosión misma ni de sus efectos más inmediatos.
“Las posibilidades de que alguien sobreviva a un ataque nuclear total en Washington, D.C. son difíciles de imaginar, porque es difícil imaginar incluso que estos refugios existirían después de la explosión y los efectos del calor de las armas nucleares”, dice Krugler.
“Lo cierto es que estos refugios hubieran servido para protegerse de la lluvia nuclear, pero me temo que en su mayoría habrían sido destruidos antes de que cayera esa lluvia”, agrega.
Pero si los refugios que dispuso el gobierno para su población probablemente no hubieran sobrevivido una explosión nuclear, otra fue la historia de los que se edificaron para proteger a la cúpula del gobierno.
“Desde 1962, que es un año crucial en la Guerra Fría, se construye en Washington, D.C. y sus alrededores una infraestructura subterránea secreta y alentadora para sostener las funciones más esenciales del gobierno federal, principalmente en el poder ejecutivo, pues poca atención se le da al funcionamiento del Congreso y la Corte Suprema”, cuenta Krugler.
De acuerdo con el experto, también se realizan procedimientos y planes para evacuar a las personas designadas previamente para llevar a cabo funciones esenciales.
“Estas instalaciones han sido ampliadas por administraciones presidenciales posteriores para Washington como sede del gobierno. El objetivo es lo que se conoce como continuidad del gobierno, lo que significa establecer algún tipo de instalaciones reforzadas y protegidas donde los funcionarios y empleados federales evacuados puedan llevar a cabo las tareas más esenciales del gobierno federal”, dice.
Es así como surgen complejos de protección nuclear que aún permanecen entre los secretos mejor guardados del gobierno, como el de Raven Rock Mountain, el “Pentágono subterráneo” diseñado para que el Departamento de Defensa siguiera funcionando en caso de un ataque y para refugiar al presidente.
Otros, como el búnker atómico construido para resguardar la Reserva Federal, han pasado a ser edificios públicos: ahora alberga el Archivo de Conservación Audiovisual del Congreso de EE.UU.
“Mientras se planea y se construye esta serie de instalaciones para proteger al gobierno, todo se mantiene en secreto y muy poco se filtra o se revela al respecto. La parte pública era, ¿qué estamos haciendo para proteger a los civiles en Washington, D.C., a aquellos que no están designados para evacuación o algún tipo de protección? Y ahí es donde entran en juego estos refugios”, dice Krugler.
Los historiadores consultados por BBC Mundo coinciden en que si la capital de Estados Unidos hubiera sido atacada durante la Guerra Fría, el gobierno hubiera probablemente sobrevivido, pero gran parte de la población no.
“Fuimos afortunados de que no haya habido un intercambio nuclear con la Unión Soviética desde Cuba como se temía en la Crisis de los Misiles. Si hubiera existido, la simple verdad es que casi no habría sido viable para la protección del 99% del público estadounidense. No quiero dar una cifra exacta, pero la gran mayoría del público estadounidense no habría tenido ninguna protección”, opina Blazich.
El experto asegura que el gobierno estadounidense lo sabía y fue por eso que en los años siguientes, se decidió cambiar el enfoque y aumentar la cantidad de armas nucleares, en lugar de preparar a las ciudades para un ataque.
Así, poco a poco, los refugios nucleares para los civiles fueron abandonados y muchos se quedaron con sus provisiones adentro porque sacarlas era añadir un costo extra.
Pero entonces ¿si se sabía desde un inicio que realmente no protegerían a casi nadie si la ciudad era bombardeada con una bomba atómica, para qué se construyeron?
“El apoyo a un programa de defensa civil fue una forma de convencer a los estadounidenses de que la existencia de armas nucleares era manejable por su gobierno, de que su gobierno estaba haciendo algo para protegerlos”, opina Krugler.
Blazich, por su parte, dice que era también la forma de respuesta a una necesidad humana básica.
“Nadie quiere imaginar lo que podría traer una guerra nuclear: la destrucción de la civilización, la muerte de la mayoría de la población mundial. Eso significa un futuro miserable para los pocos sobrevivientes. Entonces la defensa civil se convierte en una forma de decir que eso no sucederá, que si tomamos estos pasos ahora, podemos estar preparados para reconstruir si sucede”, dice.
“Sin embargo, si bien proporcionaría cierta tranquilidad de que sí se ha hecho algo, no proporciona una verdadera respuesta al problema del conflicto nuclear: ¿qué sigue después, una vez que sobrevivas?”, agrega.
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