Betty Grier Gallagher trabajó como enfermera por más de 50 años, 43 de ellos en un hospital del estado de Alabama, en Estados Unidos. En 2020 ya tenía la antigüedad y los requisitos de sobra para jubilarse. Pero llegó la pandemia y no quiso retirarse, porque sintió que debía ayudar a sus pacientes y también a sus colegas, en un momento sanitario muy complicado.
Así fue que Betty no hizo caso a los pedidos de sus compañeros para que se resguardara en su casa, y se quedó a combatir la enfermedad en la primera línea. Hasta que, lamentablemente, en diciembre contrajo el coronavirus. Finalmente, el 10 de enero, murió en el hospital Coosa Valley Medical Center, donde había trabajado gran parte de su vida. Le faltaba un día para cumplir los 79 años.
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Betty trabajaba en emergencias en el turno noche del citado centro de salud de la pequeña ciudad de Sylacauga, en el centro de Alabama. Sus compañeros la consideraban como una “madre de trabajo”. A Miss Betty le encantaba aconsejar, ayudar, y ser hasta psicóloga y mentora de las enfermeras más jóvenes. Y así como cuidaba a sus colegas, también se dedicaba a sus pacientes. Ella lograba que todos se sintieran parte de una familia. Era la enfermera favorita de todos.
Y como todos la querían bien, era obvio que cuando llegara la pandemia, debido a su edad, le iban a pedir que se retirara y que descansara en su casa. Ya suficiente le había dedicado a la comunidad en su medio siglo de labor. Pero ella no era de las que se sientan a descansar cuando las crisis afloran. Y se quedó, porque sabía que la necesitarían.
“Ella no hizo eso para hacerse notar. Lo hizo porque ella era así, y esa era su vocación. Este era el propósito y el plan para su vida”, dijo su hijo Carson Grier Jr. al medio local de la CNN.
“Era del tipo de persona que se preocupa por uno como enfermera tanto como se preocupa por un paciente”, dijo su colega Nikki Jo Hatten al mismo medio.
Miss Betty sabía el nombre de todos en la sala de emergencias, además de los nombres de sus parejas, niños y mascotas, dijo Hatten. Aparecía con una bolsa de hamburguesas para alimentar a cualquiera que se olvidara de llevar comida para su turno de 12 horas. Ella mostraba el mismo amor a sus colegas y a sus pacientes, que a su familia e hijos. “Ella era la cura para un ataque de ansiedad”, concluyó Hatten.
El 19 de diciembre, la misma Hatten notó que la infatigable Miss Betty estaba sin aliento durante sus rondas. Al día siguiente, dio positivo de Covid-19 y ya se quedaría en Coosa Valley hasta su muerte.
Sus compañeros recuerdan que, incluso cuando estaba confinada a su cama de hospital, la principal preocupación de Betty era el bienestar de sus colegas.
En la víspera de Año Nuevo, la enfermera más querida llamó a un compañero y le pidió que comprara pizza para el personal de emergencias con su tarjeta de débito como agradecimiento.
En sus días finales, cuando estaba internada en terapia intensiva la mujer había confesado que le daba terror morir sola. “El día que falleció, casi todo nuestro personal de emergencias fue y llenó esa habitación. No era la forma en que queríamos que se fuera, pero me alegro de haber llegado”, contó Hatten.
La página oficial de Facebook del hospital Coosa Valley también se encargó de despedir a Miss Betty con emotivas palabras. “Siempre tenía una sonrisa en su rostro. Ella encarnó el espíritu de cuidar a los pacientes tanto en cuerpo, como en mente y espíritu. Siempre fue gentil y se preocupó profundamente por sus pacientes. Lamentamos su pérdida y celebramos su vida”, escribieron en la red social, junto a la foto de la mujer que entregó su vida por su profesión y por los demás.
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