John Kelly llegó a la Casa Blanca convencido de que su disciplina castrense lograría contener los escándalos diarios en el Ala Oeste, y dejará su cargo a finales de este año tras llegar a la conclusión de que, en el entorno de Donald Trump, no hay espacio para dos líderes.
Trump anunció hoy que Kelly, de 68 años, abandonará en las próximas semanas el puesto que asumió en julio de 2017, y que enseguida nombrará a un sustituto “interino” para ese cargo, que no requiere confirmación del Congreso.
“Es un gran tipo”, afirmó Trump sobre el general retirado.
La tensa relación entre el mandatario y Kelly era un secreto a voces desde hace al menos un año, pero el jefe de gabinete resistió esa incómoda rutina guiado por lo que, quienes le conocen, describen como un elevado sentido del orgullo y el deber patriótico.
El condecorado militar entró en el gabinete de Trump como secretario de Seguridad Nacional y se convirtió en el rostro de su polémica política migratoria, pero seis meses más tarde abandonó esa tarea para trabajar en la Casa Blanca, en julio del 2017.
Todo jefe de gabinete es un “guardián” del Ala Oeste, y Kelly quiso imprimir orden entre unos asesores de Trump que entraban y salían a su antojo del Despacho Oval, calentando la oreja al presidente sin jerarquías claras.
El general trató de crear un proceso riguroso para los contactos con el presidente, y en sus primeras semanas en el poder logró forzar la salida de dos polémicos asesores que, a su juicio, fomentaban el caos: el estratega Steve Bannon y el director de comunicación, Anthony Scaramucci.
También inició una guerra contra las filtraciones de información a los medios de comunicación, y dio un paso arriesgado al degradar temporalmente de “alto secreto” a “secreto” el permiso que el yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, usaba para acceder a información confidencial, algo que deterioró su relación con esa figura clave.
Pero esos cambios estructurales y burocráticos no lograron contener el caótico poder de los tuits diarios de Trump, ni su tendencia a asumir posiciones polémicas.
Una de las primeras imágenes de Kelly como jefe de gabinete fue, de hecho, su pose de brazos cruzados y mirada al suelo, en señal de frustración, mientras Trump trazaba una equivalencia moral entre los neonazis y los manifestantes pacíficos tras los violentos choques en Charlottesville (Virginia) en agosto del 2017.
En enero, su relación con Trump llegó a un pico de tensión, después de que Kelly dijera a un grupo de legisladores que el presidente no estaba “completamente informado” sobre inmigración cuando hizo sus promesas de campaña relativas al muro con México, algo que enfureció al mandatario.
“Tengo a otro loco aquí que se cree que dirige las cosas”, dijo Trump en una llamada con un amigo después de ese incidente, según la revista Vanity Fair.
Lejos de ser un mero ejecutor pragmático, Kelly dejó claro en varias ocasiones que comparte la ideología conservadora de su jefe, y en octubre del año pasado hizo un alegato que se ajustaba perfectamente al lema “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
“Cuando yo era un niño, muchas cosas eran sagradas en nuestro país. Las mujeres eran sagradas, se las miraba con mucho honor. Ese ya no es el caso, obviamente, como hemos visto en casos recientes. La vida era sagrada. Eso ya no es así”, dijo en aparente referencia al derecho al aborto en EE.UU., durante una conferencia de prensa.
Antes de entrar en el Gobierno de Trump, Kelly dirigió el Comando Sur entre el 2012 y el 2016, donde fue responsable de supervisar un rápido aumento de fuerzas especiales en Latinoamérica y de manejar la ingente inteligencia generada en la lucha contra el narcotráfico y la inmigración ilegal en Centroamérica.
A esa misión le precedió casi medio siglo de experiencia en los aguerridos marines y la distinción de ser el primer coronel de la Infantería de Marina ascendido a general de brigada en guerra desde 1951, algo que ocurrió en pleno fragor de la batalla por tomar Bagdad durante la invasión de Irak, en el 2003.
Kelly se convirtió en el 2010 en el militar de más alto rango en perder a un vástago en el terreno de batalla, cuando su hijo Robert Michael Kelly falleció tras pisar una mina en Afganistán.
Lo que perdió hoy fue algo indudablemente menos valioso, pero que seguramente hará mella en el ego de este viejo general de combate que aceptó la misión imposible de controlar a Trump.
Fuente: EFE