Marjory McQueen estaba en la sala de su casa, en Lockerbie, viendo la televisión con su hija, Victoria.
Era un 21 de diciembre, el día más corto del año en Reino Unido. Solo faltaban cuatro días para la Navidad de 1988.
La familia McQueen, igual que millones de personas en Reino Unido, no se perdía el programa de televisión This is Your Life.
Cuando el programa ya estaba avanzado, a Marjory la inquietó un ruido extraño. “Creo que truena”, le dijo a Victoria, de 14 años.
Pero, en lugar de desvanecerse, el ruido del trueno se volvía cada vez más fuerte. “Vaya, a ver si va a explotar la caldera”, pensó la mujer, entonces de 42 años.
El esposo de Marjory, Ken, que era médico, había salido con unos amigos.
Estaba tan desconcertada por el ruido que se aventuró a salir en la fría noche invernal.
“Cuando salí, me di cuenta enseguida de que algo pasaba”, recuerda Marjory.
“Y luego, cinco segundos después, se produjo una enorme… No fue una explosión, no lo llamaría explosión… Fue una 'erupción'. Eso fue lo único que oí”.
“Después hubo un zumbido, y de repente todo el cielo se volvió naranja, y había llamas a cientos de metros de altitud en el aire. No tenía ni idea de lo que había sucedido”.
A unos cientos de metros de su hogar, en este pequeño pueblo del suroeste de Escocia, se estaba a punto de vivir una escena de una devastación inimaginable.
Un pueblo en llamas
El canónigo Patrick Keegans había sido nombrado párroco hacía poco y estaba ilusionado con la idea de pasar su primera Navidad en Lockerbie. Vivía en el número 1 de Sherwood Crescent.
El clérigo había hecho nuevos amigos en su misma calle y esa noche se reuniría con dos de ellos, Dora y Maurice Henry.
Su madre estaba en el pueblo de visita y tenía pensado ir con ella a casa de los Henry después de ver las noticias de la noche en televisión.
Antes de salir, subió al piso de arriba para asegurarse de que había escondido el regalo de Navidad para su madre.
De repente oyó lo que pensó que era un avión militar. Para el padre Keegans, sonó como si fuese a estrellarse en un campo cercano.
“Inmediatamente después de eso, hubo una enorme explosión”, dice.
Cuando cesó el temblor, constató que, para su sorpresa, estaba ileso.
Bajó a la primera planta y encontró a su madre a salvo. Un refrigerador la había protegido de la explosión.
Madre e hijo salieron tambaleándose de la casa para encontrarse con una escena de destrucción. Sherwood Crescent estaba en llamas, y la mayoría de las casas, destruidas.
Nunca lograron encontrar los cuerpos de los Henry. Estaban entre los 11 residentes de Sherwood Crescent que murieron esa noche.
Cuerpos en el jardín
Peter Giesecke vivía en Park Place, en la zona de Rosebank de Lockerbie, un vecindario tranquilo de casas antiguamente de protección oficial y rodeado de parques.
Los tres hijos de Peter, entonces de 35 años, estaban ya en la cama cuando, justo después de las 7 de la tarde, oyó un ruido estrepitoso.
Desde la ventana vio cómo una luz brillante caía del cielo y explotaba en el suelo en la cercana Sherwood Crescent.
Al cabo de unos momentos oyó una gran colisión en la parte trasera de la casa. Se fue la luz y la familia quedó en la oscuridad.
“Los niños bajaron las escaleras, gritaban, había cristales y escombros por todas partes”, dice.
“Agarré una linterna y enfoqué hacia afuera”.
Había un fuerte olor a combustible de avión y escombros esparcidos por su jardín.
Pero peor que eso eran los cuerpos.
“Había cuerpos en el jardín, yacían al lado de las ventanas delanteras de la casa. Estaban por todo el jardín”.
Nunca olvidará a la chica tendida sobre el seto de su jardín.
“Siempre recordaré a esa chica. Iba vestida de azul, llevaba un suéter azul”.
De este pequeño rincón del pueblo retiraron los restos de más de 60 personas.
Un avión cayéndose del cielo
Poco más de 35 minutos antes de la explosión, el vuelo 103 de Pan Am despegó del aeropuerto de Heathrow, en Londres, y se dirigió casi directamente hacia el norte.
Después de cruzar la frontera con Escocia, el piloto viró el avión ligeramente hacia el oeste.
Tenía que dirigirse hacia el Atlántico, con destino al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, Estados Unidos.
Pero poco después de las 7 de la tarde, el PA103 desapareció de los radares.
Se observaron múltiples señales que se dispersaban hacia fuera y hacia abajo desde su última posición en el radar.
No hubo llamada de socorro. En la radio, solo silencio.
El avión transportaba a 259 personas entre pasajeros y tripulantes.
Una bomba en la bodega
El artefacto estaba escondido dentro de una grabadora de casete que estaba en una maleta.
46 segundos después de su detonación en el aire, los restos del avión llegaron al suelo.
La cabina del piloto y la sección delantera del avión, junto con la tripulación y los pasajeros que contenían, cayeron 10.000 metros hasta el suelo.
Aterrizaron en un campo cerca de la iglesia de Tundergarth, unos 4km al este de Lockerbie.
El resto del 747 entró en caída libre de los 10.000 metros hasta los 5.000.
En ese momento, ya casi directamente sobre Lockerbie, toda la sección de las alas se rompió.
Las alas y los tanques de combustible cayeron en Sherwood Crescent, cerca de la casa del padre Keegans.
Las más de 1.500 toneladas de material que estallaron en el aire dejaron al caer un cráter de casi 50 metros de largo.
La parte posterior del avión, donde se encontraba la mayoría de los pasajeros del vuelo, cayó sobre Rosebank, la zona alrededor de la casa de Peter Giesecke.
Las casas de Rosebank Crescent fueron las más afectadas por la colisión.
Una de las casas quedó partida por un lado, de manera que se veían los dormitorios desde fuera.
“Un desastre espantoso”
George Stobbs era inspector de policía en Lockerbie. Antes había sido minero, y ya le faltaban pocos años para jubilarse.
Esa noche, su esposa oyó la explosión desde su casa en Lochmaben, seis kilómetros al oeste de Lockerbie.
Cuando se enteró de que había estrellado un avión, George se fue rápidamente a trabajar.
Se imaginó la magnitud de la devastación.
“Fui a Rosebank y había una parte del fuselaje enterrada en el jardín. Había arrancado casi la mitad de una casa”, dice.
“Y había mucha gente dentro todavía. En ese momento no habían retirado ningún cuerpo. Al final,sacaron a 60 personas de esa parte del avión”.
Desde allí se fue a Tundergarth, donde había caído el morro del avión.
Con las ventanas intactas, desde un lado los restos no parecían “estar tan mal”.
“Pero, obviamente, cuando dabas la vuelta hacia el otro lado del avión veías miles de cables y personas atadas a los asientos. Por dentro era un desastre espantoso”.
Pocas horas después de la explosión, Josephine Donaldson y su marido, Robert, regresaron a su casa.
Corría el rumor de que ya había saqueadores en la zona y querían asegurarse de que su casa, en Carlisle Road, estuviera segura.
El pueblo estaba lleno de incendios, escombros, ambulancias, bomberos y policías. El área en torno a su casa fue desalojada por el miedo de que pudiera incendiarse una estación de servicio cercana.
Los Donaldson llegaron a su casa a través de los campos traseros.
Una vez dentro, Josephine miró hacia el jardín y vio un bolso tirado en el suelo.
“Lo abrí y dentro había tarjetas de cumpleaños para celebrar los 21 años de una chica”, explica.
“Se llamaba Nicole Boulanger y había cumplido 21 años el 28 de octubre de ese año”.
Cuando encendió la tele para seguir las noticias, Josephine vio a la madre de Nicole esperando en el aeropuerto de Nueva York.
“Me sentí muy, muy triste”, asegura.
“La madre había ido a buscar a su hija al aeropuerto y se enteró de que el Pan Am 103 se había estrellado. Me resultó muy extraño tener el bolso de la chica”.
“Y ahí fue cuando decidí que cuidaría de esa chica y siempre pondría una flor en el jardín para ella”.
Nicole Boulanger era una talentosa cantante, bailarina y música. Estudiaba teatro y su cumpleaños coincidió con el viaje de su vida.
Nicole celebró su 21 cumpleaños en Londres. Era una de los 35 estudiantes de la Universidad de Siracusa, del estado de Nueva York, que acababan un período de estudios en la capital británica.
Todos perdieron la vida en el atentado de Lockerbie.
Lockerbie no es el mismo
El jueves 22 de diciembre de 1988 fue el primer día de un Lockerbie distinto.
Todo el pueblo, toda Escocia, todo el mundo estaba tomando conciencia de la magnitud de la tragedia.
El pueblo se llenó de equipos de rescate y de medios de comunicación.
En las colinas circundantes, la policía y los rescatistas buscaban y etiquetaban los cuerpos de las víctimas.
Los llevaron a los mortuorios improvisados que se instalaron en el ayuntamiento de Lockerbie y, más tarde, en la pista de hielo local.
Mientras tanto, David y Steven Flannigan, cuyos padres y hermana murieron en Sherwood Crescent la noche anterior, visitaron a Marjory McQueen en su casa.
Steven, de 14 años, presenció el accidente aéreo desde la casa de un vecino; su hermano, de 19 años, estaba viviendo en Blackpool, una ciudad de Inglaterra.
McQueen no sabía qué decirles, y durante un rato estuvieron en silencio.
“Luego David me dijo: '¿Puedo mostrarte algo?'”.
“Le dije: 'Sí, claro'. Me llevó a su auto, abrió el maletero y sacó una pequeña regadera.
“Eso se podía comprar por media libra. Y me dijo: 'Esto es lo único que pude encontrar de mi familia'”.
“Creo que fue entonces cuando nos dimos cuenta de lo horrible que era lo que había pasado. Y eso es algo que no olvidaré jamás. Nunca”.
A pesar del horror del accidente, el padre Keegans estaba dispuesto a hacer que la Navidad fuese lo más normal posible para los niños de Lockerbie.
Las luces navideñas permanecieron prendidas, pero le dijo a su obispo que solo sería capaz de decir una breve oración durante la misa de medianoche.
“Bueno, logré decir unas diez palabras, y eso fue todo. Me quebré”.
Muchos de los habitantes del pueblo ayudaron a las familias de las víctimas.
Un grupo de mujeres del pueblo preparó una “lavandería” para clasificar, lavar y planchar la ropa recuperada de los restos.
La emparejaron con sus dueños, la empacaron y la enviaron a las familias de las víctimas.
Josephine Donaldson, la mujer que encontró el bolso de Nicole Boulanger en su jardín, era una de las voluntarias.
“Con algunas de las cajas que nos daba la policía lo hacías automáticamente, sin pensar. Otras había que revisarlas mejor”, explica.
“Y un día en particular encontré un portafolio que me interesó. Obviamente pertenecía a uno de los estudiantes. Contenía unas fotografías preciosas, y dentro había tarjetas de felicitación por su 21 cumpleaños, el mismo día que Nicole Boulanger”.
“Celebró su cumpleaños el 28 de octubre. Se llamaba Amy Beth Shapiro. Desde entonces, siempre me referí a estas dos chicas como 'mis dos chicas'”.
Durante las semanas que siguieron a la explosión, llegaron a Lockerbie los familiares de los pasajeros del vuelo de Pan Am.
Buscaban consuelo y respuestas sobre la muerte de sus seres queridos.
Peter Giesecke supo que la chica cuyo cuerpo encontró en el jardín de su casa era Anne Lindsey Otenasek.
Estudiaba trabajo social, tenía 21 años, había nacido en Baltimore y era una de los 35 estudiantes de Siracusa.
Algún tiempo después, sus padres llamaron a la puerta de Peter.
Recuerda que la madre dijo: “Creo que encontraron a mi hija en su jardín”.
Peter le mostró exactamente dónde encontró el cuerpo y hablaron de ello toda la noche.
“De hecho, salimos a tomar té esa noche. Era una pareja muy, muy agradable”, dice.
“Y todavía estamos en contacto en Navidad, nos mandamos tarjetas y flores”.
Una historia inacabada
Doce años después de que el vuelo 103 de Pan Am cayera sobre Lockerbie, el agente de inteligencia libio Abdelbaset al Megrahifue declarado culpable de asesinato masivo.
El juicio tuvo lugar en un tribunal escocés creado especialmente en Holanda.
En el 2001 Megrahi fue condenado a 27 años en una prisión escocesa, pero ocho años más tarde fue puesto en libertad por motivos humanitarios después de que le diagnosticaran un cáncer terminal de próstata.
Murió en 2012. Pero la historia no murió con él.
Las dudas sobre el hecho de que la condena se pudiera recurrir y el papel que desempeñó la CIA en la recopilación de pruebas contra Megrahi persisten todavía hoy.
La familia de Megrahi está haciendo un tercer intento de apelación contra su condena. La Comisión de Revisión de Casos Criminales de Escocia está analizando si existen motivos para remitir su caso al tribunal de apelación.
No hay una opinión única al respecto en Lockerbie.
Peter Giesecke consideró que Megrahi era “culpable desde el principio” y estuvo en contra de su puesta en libertad anticipada. Pero no cree que fuera el único culpable.
“No se sabe todo, y no creo que se sepa nunca. Nunca llegaremos al fondo de esto. No lo creo. Megrahi era el hombre principal, pero hay otros hombres ahí afuera”.
Marjory McQueen tiene poco interés en las consecuencias legales y políticas del atentado.
“Sentí realmente lo que vivió Lockerbie, se trataba de cuidar a las personas que perdieron sus vidas trágicamente”, expone. “Y así queremos ser recordados”.
El padre Keegans, que ahora está jubilado, se unió a la campaña Justicia para Megrahi después de conocerlo a él y a su familia.
El grupo, creado por el doctor Jim Swire, el padre de una de las víctimas británicas del atentado, apoya la apelación.
“No puedo permanecer en silencio cuando estoy realmente convencido de que este hombre fue condenado injustamente”, indica el padre Keegans.
“Lockerbie es una historia inacabada desde el punto de vista legal”.
“Pero para los que vivimos de cerca lo que pasó, la historia de Lockerbie nunca llegará a su fin. Lockerbie vive con nosotros, somos parte de Lockerbie y Lockerbie es parte de nosotros”.
“Todos los matices de Lockerbie los llevamos dentro. El horror, la tragedia, la tristeza, el dolor, el apoyo y el amor que se demostró. Todo eso lo llevamos dentro”.
Hoy Lockerbie es un pueblo hermoso con buenas perspectivas.
Está al lado de la autopista que une Glasgow y Carlisle, y es un centro comercial para las granjas de alrededor.
Con 4.000 habitantes, nunca fue una aldea remota y aislada, pero tampoco esperaba ser el escenario del terrorismo global y de una tragedia tan horrible.
Ha cambiado mucho en tres décadas. Ahora hay nuevas fábricas y urbanizaciones que contribuyen a un ligero aumento de la población.
Ahí donde destruyeron familias, sesgaron vidas y derrumbaron casas hay monumentos de recuerdo, pero también vida nueva.
En Sherwood Crescent, el epicentro de la devastación, las casas se reconstruyeron junto a un modesto monumento en homenaje a las víctimas.
En el oeste del pueblo se encuentra el cementerio Dryfesdale, donde un centro de visitantes cuenta la historia del vuelo 103 de Pan Am y el Lockerbie Air Disaster Memorial recuerda en silencio a los 270 muertos.
El otro memorial es la beca que cada año brinda a dos estudiantes de la Academia Lockerbie la oportunidad de estudiar en la Universidad de Siracusa.
El lema de la universidad es “Mira hacia atrás, actúa hacia adelante”. Podría hablar por todo el pueblo y por todos aquellos cuyas vidas se vieron afectadas por los asesinatos.
Marjory McQueen dice que la beca demuestra que de una terrible tragedia puede salir algo bueno.
“Estoy muy orgullosa de decir que vivo en Lockerbie, y de que el pueblo reaccionara como lo hizo”, asegura.
“Cuando sucede algo como esto, es una tragedia horrible. Es terrible. Pero creo que, en cierto modo, si esperas lo suficiente sale algo bueno”.
“Y a cualquiera que venga a Lockerbie, me complace decirle que será bien recibido y le acompañaremos. Lockerbie nunca olvidará a sus familiares ni cómo murieron las víctimas aquí”.
Josephine Donaldson se comporta como la mayoría de gente de Lockerbie: está orgullosa de cómo se unieron, pero se muestra reacia a la hora de destacar su papel.
Dos veces al año visita el memorial en un pequeño acto de recuerdo para Nicole y Amy Elizabeth, dos chicas a las que nunca conoció pero a las que aún se refiere como “mis chicas”.
“Siempre pongo flores para su cumpleaños el 21 de diciembre. Nunca se lo dije a nadie, nunca firmé la tarjeta, solo pongo 'JD'”.
“Sentí que tenía que hacerlo. Tengo un hijo, y si eso hubiera sucedido en Estados Unidos y nunca lo hubiera podido traer a casa, habría esperado que alguien hubiera hecho lo mismo”.