Su parlamento tiene el mayor número de diputadas de Europa, el permiso parental es equitativo y uno de los más generosos del mundo y las empresas deben, por ley, certificar que pagan lo mismo a hombres y mujeres.
Islandia es, por muchos motivos, el país con menor brecha de género del mundo, según la lista que elabora el Foro Económico Mundial (también conocido como el Foro de Davos).
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Desde hace 14 años, Islandia ocupa el primer puesto en este ránking, que mide el nivel de igualdad del que disfrutan hombres y mujeres. Según los datos de 2023, el país nórdico ha logrado cerrar su brecha de género en un 91,2%.
¿Cómo ha logrado este pequeño país de apenas 370.000 habitantes alcanzar esas cotas de igualdad?
El éxito se debe a una combinación de circunstancias específicas del país -como la existencia de un movimiento feminista de largo arraigo y una presencia tradicional de la mujer en el mercado laboral-, pero también a una voluntad política para sacar adelante leyes que impulsen la igualdad, explica a BBC Mundo Thorgerdur Jennýjardóttir Einarsdóttir, profesora de Estudios de Género en la Universidad de Islandia.
El país nórdico fue uno de los más gravemente afectados por la crisis financiera de 2008, en gran parte por la mala gestión y por la corrupción de algunos de sus gestores.
Pero su momento más bajo también supuso un punto de inflexión: “fue una oportunidad para las mujeres, ya que el discurso entonces fue que los hombres habían gobernado el país y las empresas y lo habían llevado a la ruina, y que ahora era el turno de las mujeres”, señala la experta islandesa.
Una serie de nuevas medidas para promover el papel de las mujeres en puestos de responsabilidad surgieron de aquella crisis, y una mayor presencia femenina en las instituciones ha repercutido en mejoras en la igualdad.
Islandia ha comprendido que la desigualdad de género es algo endémico arraigado en la sociedad, por lo que ha adoptado un enfoque sistemático, explica a BBC Mundo Aleisha Ebrahimi, profesora asociada de la Facultad de Derecho del University College de Londres (UCL) especializada en igualdad de género.
¿Qué lecciones pueden extraer de su modelo otros países para reducir su brecha de género?
Durante más de la mitad de los últimos 50 años, los islandeses han tenido a una mujer al frente de la jefatura del Estado.
La primera de ellas fue Vigdis Finnbogadottir, que ganó las elecciones en 1980, tan solo cinco años después de la legendaria huelga de mujeres del 24 de octubre de 1975. Aquel día, el 90% de las islandesas paralizaron bancos, fábricas, escuelas y tiendas para manifestarse por la igualdad de género.
En aquella fecha solo había tres mujeres diputadas, el 5% del Parlamento, una cifra muy baja en comparación el resto de sus vecinos nórdicos, que siempre han estado a la cabeza del movimiento feminista. Hoy, sin embargo, las islandesas ocupan el 47,6% de los escaños, la mayor porcentaje en un país europeo.
Según Aleisha Ebrahimi, esto se debe a una combinación de factores. Por una parte, “tener un liderazgo femenino es muy importante para la representación y porque muestra a las niñas y mujeres que es un papel al que pueden aspirar y que existen caminos para llegar allí”.
Además, tras la crisis financiera de 2008, “hubo un movimiento para incorporar a más mujeres en la esfera política, para rectificar lo que se había hecho mal pero buscando una solución progresista para salir adelante”, opina Ebrahimi.
Islandia no tiene cuotas legales de representación femenina en el parlamento, pero la mayoría de los partidos políticos sí que se acogen a una cuota voluntaria del 40% e incluso el 50% de sus representantes sean mujeres lo que, a lo largo de los años ha tenido un reflejo en el parlamento.
“Los partidos saben que si no lo hacen van a parecer anticuados y no van a atraer a los votantes”, explica Jennýjardóttir Einarsdóttir.
Pero lo que más ha fomentado esa participación política, según la profesora de la Universidad de Islandia, es el vigor de su movimiento feminista, que se remonta a principios del siglo XX y que se ha nutrido de las estrechas relaciones en una comunidad tan pequeña, argumenta la experta islandesa.
La Asociación de Derechos de las Mujeres Islandesas se fundó en 1907 y aún sigue en funcionamiento. Un año después, las primeras concejalas fueron elegidas en el ayuntamiento de Reikiavik, la capital del país.
Islandia se convirtió en 2018 en el primer país del mundo donde, por ley, las empresas públicas y privadas debían demostrar que ofrecen los mismos salarios a hombres y mujeres en empleos de la misma categoría.
La ley requiere que tanto compañías como instituciones con 25 o más empleados obtengan un “certificado de igualdad salarial” que demuestre que pagan lo mismo a sus empleados en roles similares.
Islandia no es el único país del mundo que cuenta con una ley de igualdad salarial. Sin embrago, a diferencia de otras normativas, en este país nórdico, el peso de probar la igualdad o desigualdad no recae en el empleado, sino en la empresa.
No es el trabajador quien tiene que probar que es víctima de desigualdad, algo que puede llevar largos y costosos meses de procedimientos judiciales. En el caso islandés, es la empresa la que debe justificar que paga justa y equitativamente a sus empleados.
La legislación no solo está ayudando a cerrar la brecha de desigualdad salarial, que en 2021 se situó en Islandia en el 10,2%, sino que ha estimulado tanto dentro de las empresas como en el resto de la sociedad un debate sobre cómo se valoran los empleos, con qué criterios y si esos criterios siguen siendo relevantes en el actual mercado laboral, según la revista “Harvard Business Review”.
La ley islandesa establece además una cuota femenina del 40% para los consejos de administración de las empresas e instituciones, lo que ha impulsado la voz de las mujeres en los puestos de responsabilidad.
Pese a los avances, las islandesas no se conforman y siguen luchando por una igualdad total. Las cuotas, por ejemplo, no han logrado aún una mayor paridad entre los directores ejecutivos de las empresas, que siguen siendo mayoritariamente hombres, lamenta Jennýjardóttir Einarsdóttir.
Desde la mítica protesta de mujeres de 1975, las islandesas han vuelto a ir a la huelga en varias ocasiones, la última el pasado mes de octubre, a la que se sumó incluso la primera ministra del país, Katrín Jakobsdóttir.
Para muchas mujeres en el mundo, la brecha de la desigualdad crece exponencialmente cuando deciden tener hijos.
No solo se ven penalizadas en ocasiones en sus empleos por tomar la licencia de maternidad, sino que, al ser ellas las únicas -o las que durante más tiempo- se encargan de los niños en esa primera etapa de sus vidas, esto hace que acaben cargando con el peso de la crianza más adelante también.
Borrar los roles tradicionales de género que se quedan instalados en estos primeros meses en el imaginario familiar y social es muy difícil.
No todos los países ofrecen una baja de paternidad y, en algunos, esta licencia es opcional o puede transferirse a la madre. En ciertos casos, la licencia es compartida y puede distribuirse entre los progenitores de acuerdo con lo que la familia considere mejor.
En el año 2000, Islandia cambió su sistema de permiso parental para que padres y madres tuvieran bajas independientes que no pudieran ser transferidas, algo que Suecia ya había puesto en marcha en 1995.
Siguiendo el modelo de “úsalo o piérdelo”, los padres debían tomar el permiso o la familia lo perdería, lo que hizo que rápidamente, más del 80% de los hombres lo adoptaran en aquel momento.
¿Y qué ocurre cuando más papás están de permiso de paternidad? Que se ve a más padres empujando carritos por la calle u ocupándose solos de los hijos en parque. Es decir, se normaliza la figura del hombre como cuidador, lo que repercute en una mayor igualdad para las mujeres.
“Esta medida ha tenido un gran impacto, y los hombres son ahora más activos en la educación de los hijos”, señala la experta islandesa.
Según un estudio realizado por profesores de la Universidad de Islandia, la política puesta en marcha por el país hizo que el número de hombres que seguían cuidado de sus hijos de manera paritaria cuando estos cumplían los 3 años pasara del 40 al 75% en los años que siguieron a su implementación, lo que demuestra que, cuanto ante se implique el hombre en el cuidado de los hijos, mayor será la igualdad.
Actualmente, este permiso se ha ampliado en Islandia a seis meses para cada uno de los progenitores, en las que el Estado paga el 80% del salario, con seis semanas transferibles entre los padres.
Pero la “penalización por maternidad” no acaba cuando finaliza el permiso parental.
Sin un acceso a guarderías o a escuelas de educación infantil asequibles, la brecha de género se amplía, ya que habitualmente son las mujeres las que optan por dejar temporal o definitivamente sus trabajos para cuidar de los hijos pequeños.
Islandia, sin embargo, apostó por subvencionar la educación temprana, a la que destina el 1,7% de su PIB, más del doble que la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Esto significa que las familias islandesas destinan solo alrededor del 5% de sus ingresos a esta etapa de la vida de sus hijos, mientras que en países como EE.UU. los padres invierten de media un 19% de sus sueldos.
Para cuando los niños cumplen un año (y se acaba el permiso parental de los padres), más de la mitad de los pequeños están matriculados en una guardería o escuela de educación infantil, cifra que crece hasta el 80% cuando cumplen los dos años, según datos de la OCDE.
Por eso, la igualdad, señala Thorgerdur Jennýjardóttir Einarsdóttir, es algo por lo que hay que seguir peleando constantemente.
“Lo importante es comprender que no se trata solo de un asunto de mujeres, sino que está vinculado con el bienestar y la prosperidad del país”, explica.
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