El caballero echa el brazo hacia atrás, preparado para atacar.
Va vestido con la armadura típica del siglo XIV, con traje de cota de malla, túnica con cinturón y un casco tipo cubo. De pie sobre un pequeño claro cubierto de hierba sostiene un escudo que, inexplicablemente, tiene su propia cara. También empuña un garrote que roza la parte inferior de la línea de un texto religioso, todo en la página amarillenta del libro medieval en el que está dibujado.
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Pero, incluso en las páginas de los tomos antiguos, los caballeros deben enfrentarse a peligros mortales.
En el caso de este caballero que nos ocupa, su oponente es una bestia particularmente escurridiza, un enemigo que a menudo aparece escabulléndose en los márgenes de los libros o enfrentándose a los nobles en combates mortales. A veces, estas criaturas parecen revolotear y atacan a los caballeros en el aire. Otra veces, hay más de una.
El caracol gigante y guerrero es un fenómeno exclusivamente medieval. Y, a día de hoy, el motivo por el que se dibujaban y qué representaban sigue siendo un misterio.
“Esto ha creado una gran perplejidad entre los historiadores del arte y los bibliógrafos, que se preguntan qué significan”, afirma Kenneth Clarke, profesor titular de literatura medieval en la Universidad de York (Reino Unido).
La marginalia son las pequeñas obras de arte e ilustraciones que se encuentran en los márgenes de las páginas de los libros.
En la Edad Media, los manuscritos ya terminados que eran más exclusivos podían rematarse con una filigrana adicional: intrincados bordes hecho de follaje rizado, criaturas fantásticas y otros dibujos variados.
A veces se añadían de modo inmediato, otras se hacían décadas después, pero no eran una tarea casual. A menudo se pintaban con pigmentos preciosos, como lapislázuli, o se realzaban con oro.
“Eran libros muy, muy, muy caros, con un número muy reducido de lectores”, dice Clarke.
Los adornos se encuentran en una gran variedad de obras religiosas, como salterios, que son libros para los cantos; los horarium o libros de horas que contenían rezos y salmos; los breviarios para las oraciones diarias; los pontificales, para los rituales realizados por los obispos y los decretales, que eran libros donde se recopilaban cartas o decisiones papales.
Podían ser dibujos raros, traviesos, grotescos e incluso groseros, con nalgas al descubierto, penes, afecciones médicas y un número sorprendentemente elevado de conejos sedientos de sangre adornando las páginas de textos devocionales por lo demás sobrios.
A menudo, la marginalia parece tener poca relación con el texto al que acompaña.
Pero durante un breve periodo a finales del siglo XIII, los iluminadores -los que decoraban los libros-de toda Europa adoptaron una nueva obsesión: los caracoles luchadores.
Para un estudio exhaustivo de estos gasterópodos beligerantes, la historiadora del arte Lilian Randall contó 70 ejemplos en 29 libros diferentes, la mayoría de los cuales se imprimieron entre 1290 y 1310.
Las ilustraciones se encuentran en toda Europa, pero sobre todo en Francia, donde había una próspera industria de producción de manuscritos en aquella época, sostiene Clarke.
Los escenarios específicos en los que se encontraban los caracoles guerreros variaban, pero en líneas generales seguían el mismo formato de un caracol asaltante enfrentado a un caballero.
A menudo, los moluscos tienen sus antenas -técnicamente llamados tentáculos superiores o pedúnculo ocular-, apuntando agresivamente hacia delante, como si fueran espadas.
En una de las ilustraciones, un caracol lucha contra una mujer desnuda. En otras no aparecen como moluscos normales, sino como un híbrido entre caracol y hombre que sirve de montura para otro animal: un conejo, por supuesto.
Con el tiempo, el meme de los caracoles guerreros empezó a extenderse a otros lugares del mundo medieval, como las catedrales, donde se esculpían en las fachadas o, como ocurre en un caso, ocultos tras una especie de asiento plegable.
“La lucha entre el caracol y el caballero es un ejemplo del mundo al revés, un fenómeno más amplio que produjo muchas imágenes medievales diferentes”, explica Marian Bleeke, profesora de arte medieval en la Universidad de Chicago.
“La idea básica es el vuelco de las jerarquías existentes o esperadas. Se supone que es sorprendente e incluso divertido; creo que hoy lo entendemos de modo implícito”, afirma.
Sin embargo, sigue sin estar claro si estos dibujos tenían significados simbólicos más profundos, más allá de este giro de estatus.
“El caballero debería ser valiente y fuerte, capaz de derrotar a todos los enemigos, pero aquí se acobarda de miedo ante un caracol o incluso es derrotado. En lo que no estamos de acuerdo es en qué hacer e interpretar a partir de ese punto”, sostiene Bleeke.
Se han propuesto muchas interpretaciones, incluida la idea de que las peleas de caracoles representan la lucha entre las clases alta y baja o que escenifican la resurrección.
Una idea muy extendida es que los caballeros que se enfrentan a los caracoles encarnan la cobardía y que su incorporación a los textos religiosos puede haber sido una sátira.
Como señala Lilian Randall, en muchas escenas de caracoles aparece un caballero arrodillado rezando ante su viscoso atacante o soltando la espada y en otras aparece una mujer suplicando al gallardo luchador que no se enfrente a un enemigo tan mortífero.
Partiendo del tema del caballero sin agallas, Randall sugiere que el motivo del caracol podría haber sido una crítica política en la que los caballeros representaban a los lombardos, un pueblo germánico que estableció el llamado reino lombardo en la actual Italia hasta finales del siglo VIII.
“A los lombardos se les mostró como un grupo que recaudaba impuestos, pero que también se dedicaba a la usura”, explica Clarke.
En la Francia medieval -donde se hicieron la mayoría de los dibujos de caracoles-, los lombardos fueron difamados de diversas maneras, por ejemplo sugiriendo que eran antihigiénicos y cobardes.
Randall señala que en el siglo XII este gentilicio se convirtió en sinónimo de comportamiento poco caballeroso en general. En una leyenda popular, un campesino lombardo se encontró con un caracol fuertemente acorazado al que los dioses animaron a enfrentar mientras su mujer le suplicaba que no fuera tan imprudente.
Clarke se muestra escéptico ante esta idea, teniendo en cuenta lo comunes que son las guerras de caracoles en los libros medievales.
Bleeke explica que hoy en día los historiadores son menos propensos a pensar que las ilustraciones hechas en los márgenes tengan significados tan simples.
“No creo que las imágenes funcionen así. Me gustaría fijarme en cómo se representaba el caracol, qué aspecto tenía y dónde estaba situado para así poder pensar en el significado que se le daba en cada caso concreto”.
Pero tanto si Randall tiene razón como si no, Bleeke cree que pueden enseñarnos algo importante sobre cómo se veía la masculinidad en el mundo medieval.
“El caballero valiente y fuerte es una versión ideal o idealizada de la masculinidad y la lucha de caracoles la socava”, afirma Bleeke.
“Para mí, estas imágenes nos muestran que el género nunca ha sido tan estable o seguro como algunos quieren creer. Siempre ha sido un lugar de contestación”.
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