“La extrema derecha avanza”. Esta frase se repite mucho en toda Europa en estos momentos. “Esto parece la Europa de los años 30″.
Así que tal vez no sorprenda que los 350 millones de personas que viven en la Unión Europea y que están llamados a las urnas este fin de semana, estén haciendo que muchos eurócratas en Bruselas se muerdan las uñas.
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¿Son exagerados los temores y los titulares de los medios?
Se prevé que los millennials y los votantes primerizos de la Generación Z sean el rango de edad que más se inclinen por votar partidos de derechas.
Las cifras recopiladas recientemente por el periódico Financial Times sugieren que alrededor de un tercio de los jóvenes votantes franceses y holandeses menores de 25 años, y el 22% de los jóvenes votantes alemanes, se inclinan por la extrema derecha de su país.
Se trata de un aumento significativo desde las últimas elecciones al Parlamento Europeo en 2019.
Es probable que los partidos de extrema derecha obtengan hasta una cuarta parte del total de escaños y, si logran una gran victoria, el panorama empezará a quedar más claro. Pero el impacto que esto podría tener en la vida y la formulación de políticas en la UE tiene más matices.
Y eso se debe a que la misma derecha nacionalista tiene su propio espectro: diferentes políticos de derecha nacionalista en diferentes países mantienen posiciones diferentes. Algunos han bajado el tono de la antigua retórica de extrema derecha para tratar de ampliar su atractivo para los votantes.
Entonces, ¿qué podría cambiar en Europa si el Parlamento Europeo gira hacia la derecha?
La UE ha alimentado durante mucho tiempo una enorme ambición: estar por delante del resto del mundo en lo que respecta al medio ambiente. Pero los votantes europeos están cada vez más preocupados por el coste de una transición energética.
Tomemos como ejemplo las recientes protestas masivas de los agricultores. Tractores de toda la UE se agolparon en Bruselas y en el Parlamento Europeo, paralizándolos. Los manifestantes dijeron que las leyes y la burocracia ambientales nacionales de la UE los estaban dejando fuera del negocio.
Los partidos de derecha nacionalista en Francia, Países Bajos y Polonia se subieron a este tren, viendo una oportunidad para presentar su afirmación de ser representantes de la “gente común” contra las “élites desconectadas” nacionales y de la Unión Europea.
¿El resultado? La UE revocó o rescindió varias normas ambientales clave, incluidas regulaciones más estrictas sobre el uso de pesticidas.
A los ambientalistas les preocupa que la UE haya evitado especificar cuál debería ser la contribución de los agricultores al objetivo de reducir el 90% de las emisiones para 2040.
Creen que un giro hacia la derecha en el Parlamento Europeo podría significar una mayor dilución o un retraso interminable de los objetivos verdes.
La mayoría de los votantes europeos dicen que no quieren abandonar la UE, aunque tienen muchas quejas sobre cómo funciona.
En cambio, los partidos nacionalistas de derecha prometen una UE diferente: más poder para los estados nacionales y menos “interferencia de Bruselas” en la vida cotidiana.
Si su voz se hace más fuerte en el Parlamento Europeo, a la Comisión Europea podría resultarle más difícil asumir más competencias de los gobiernos nacionales, como las políticas de salud.
Se podría pensar que esto sería obvio y que un giro a la derecha en el Parlamento europeo conduciría a una legislación de la UE más estricta en materia de migración.
Tomemos como ejemplo al líder de extrema derecha en los Países Bajos, Geert Wilders. Su partido PVV se convirtió este otoño en el grupo más grande del parlamento holandés después de las elecciones nacionales.
Ha prometido poner en marcha “la ley de migración más dura de todos los tiempos” y las encuestas a boca de urna sugieren que al PVV le irá bien en estas elecciones.
Pero vale la pena tener en cuenta que la política de migración y asilo de la UE ya lleva mucho tiempo siendo apodada la “Fortaleza”.
Uno de los principales objetivos es mantener a la gente fuera. Ha habido una avalancha de acuerdos económicos con países no pertenecientes a la UE como Túnez, Marruecos, Libia y Turquía para acabar con los traficantes de personas que envían inmigrantes económicos o solicitantes de asilo.
Sin embargo, lo que podría cambiar un grupo más grande de extrema derecha en el Parlamento Europeo son las llamadas políticas de solidaridad.
Se supone que cada país de la UE debe aceptar una cuota de solicitantes de asilo o al menos pagar contribuciones significativas para ayudar a otros miembros de la UE como Italia y Grecia, donde la mayoría de los inmigrantes llegan en barcos de traficantes de personas.
Pero los eurodiputados de derecha nacionalista pueden negarse a cooperar, como ya hemos visto con los gobiernos nacionalistas populistas en Hungría y, hasta hace poco, en Polonia.
La invasión rusa a Ucrania ha llevado a los líderes de toda la UE a hablar sobre cómo hacer que su “vecindad” sea más segura.
No sólo gastando más en defensa sino acelerando el proceso -o al menos mostrando un entusiasmo más concreto- para que los países vecinos se unan a la UE.
Me refiero a Ucrania, Georgia y las naciones de los Balcanes occidentales como Kosovo y Serbia. Esta última preocupa mucho a los europeos debido a su cercanía a Moscú.
Pero la derecha nacionalista en general no está muy interesada en ese tema. Temen los costes de la ampliación. Una UE más grande, con más países más pobres en ella, probablemente necesitaría un presupuesto mayor, con contribuciones más cuantiosas de estados miembros comparativamente más ricos.
También significaría que los miembros del bloque que han recibido considerables subsidios de la UE, como Rumania, Polonia y también los agricultores franceses (que siguen siendo el mayor beneficiario individual de la Política Agrícola Común de la UE), probablemente dejarían de beneficiarse.
No es difícil imaginar qué les pasaría si la enorme Ucrania agrícola, en gran parte rural y a la que se apodada el granero de Europa- se uniera a la UE, por ejemplo.
La seguridad y la defensa tienden a ser vistas como caballos de batalla de la derecha, pero en estos días de conflicto, la mayoría en la UE está de acuerdo en que el gasto en defensa es una prioridad. Su convicción se ha visto reforzada por la perspectiva de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca como presidente de Estados Unidos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, los europeos han buscado que Estados Unidos los respalde en términos de seguridad. Basta mirar lo fundamental que ha sido Washington a la hora de proporcionar ayuda a Ucrania.
Pero Trump ha sido claro en que si gana la presidencia en las elecciones estadounidenses de noviembre, Europa no debería dar nada por sentado.
Los líderes de la UE están convencidos de que necesitan estar mejor preparados.
Ucrania es un claro ejemplo de por qué generalizar sobre la extrema derecha como si fuera un movimiento uniforme puede resultar muy engañoso.
Es cierto que los partidos de extrema derecha diseminados por toda la UE dicen que tienen la intención de cambiar el bloque desde adentro.
Si ganan más eurodiputados esta semana y si logran formar parte de más gobiernos nacionales, eso les dará una voz más grande en el Parlamento Europeo, en las reuniones clave de ministros de la UE y en las cumbres de líderes de la UE.
Pero también es cierto que el impacto que tienen en la UE depende de cuán unidos estén esos partidos políticos. Ucrania es un ejemplo de que están profundamente divididos.
Las tensiones dentro del gobierno de Italia resumen este panorama. Matteo Salvini y su partido de extrema derecha Lega están en un gobierno de coalición con la primera ministra nacionalista de derecha, Giorgia Meloni, del grupo Hermanos de Italia.
Meloni es una atlantista declarada que ha prometido ayuda militar y económica continua a Kiev. Salvini, por otro lado, es más típico de los nacionalistas de derechas duras en Europa: algo escéptico respecto a Estados Unidos, más cercano a Moscú, como el partido Agrupación Nacional de Marine Le Pen.
En el pasado, a Matteo Salvini le gustaba publicar en las redes sociales fotos de sus visitas a Rusia, incluida una que lo muestra posando frente al Kremlin, con una camiseta adornada con la imagen de Vladimir Putin.
Otro obstáculo para la coordinación de los partidos europeos de extrema derecha es el liderazgo. La derecha nacionalista tiende a favorecer a líderes nacionales carismáticos y francos, proclamando “Italia primero” o “Hacer que España vuelva a ser grande” o “Francia para los franceses”, según el país de donde provengan.
La italiana Georgia Meloni no querrá que la francesa Marine Le Pen le diga por qué luchar en Bruselas. Sería poco probable que Le Pen aceptara que el húngaro Victor Orban le cortara las alas, y así sucesivamente.
Parte del problema aquí es la terminología. ¿Quiénes son la derecha dura? ¿Qué tan de centro-derecha debe estar su grupo político para ser etiquetado como “extrema derecha”?
Los partidarios del nacionalismo de derecha se quejan de que los principales medios de comunicación y los políticos tradicionales se apresuran a utilizar el término.
La italiana Giorgia Meloni es un ejemplo destacado de una ex figura de “extrema derecha” que ha tratado de suavizar sus posiciones para atraer a un espectro más amplio de votantes.
Si antes elogiaba abiertamente al ex dictador fascista italiano Benito Mussolini, ahora cita como inspiración a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher.
Marine Le Pen ha intentado borrar la reputación de racismo y antisemitismo entre sus seguidores. Y antes de las elecciones generales holandesas del año pasado, Geert Wilders abandonó la actitud extrema antiislámica con la que lo asociaban los críticos, para ganar a lo grande.
Lo que enturbia aún más las definiciones políticas es que los políticos de centroderecha en toda Europa han comenzado cada vez más a imitar la retórica de la “extrema derecha” en temas candentes como la migración o la ley y el orden. Al hacerlo, esperan retener a votantes que podrían ser atacados por la extrema derecha.
Este fue el caso del primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, por ejemplo, y también del presidente de Francia, Emmanuel Macron.
Su reciente ley de inmigración sólo fue aprobada en el parlamento francés con el apoyo de la extrema derecha. Los medios franceses debatieron si Marine Le Pen había “ganado”, tal como espera hacerlo en las elecciones parlamentarias europeas de esta semana.
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