Un nuevo partido ultraderechista que le hizo competencia, traiciones familiares y su afinidad con el presidente ruso, Vladimir Putin. Marine Le Pen ha sorteado toda clase de obstáculos y ha logrado, por segunda vez consecutiva, pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Francia como la abanderada de los ciudadanos que no llegan a fin de mes.
Le Pen (Neuilly-sur-Seine, 1968) se puede dar por satisfecha porque prácticamente ya ha conseguido desvincular su apellido del legado de su padre, Jean-Marie, un furibundo político antiinmigración y fundador del Frente Nacional (FN) que dio la campanada en 2002 cuando se clasificó para la segunda vuelta.
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Marine lleva una década buscando suavizar de forma progresiva la imagen de su partido.
Cambió el nombre de su partido, del Frente Nacional a Agrupación Nacional; abdicó de su proyecto de abandonar el euro tras abultada la derrota ante Emmanuel Macron en 2017 y se dedicó a hablar de las estrecheces económicas de los franceses de a pie, antes que de los extranjeros. Una apuesta con resultados.
Según las encuestas, los franceses juzgan que la candidata de la Agrupación Nacional “conoce mejor las preocupaciones de los franceses” que el presidente saliente, Emmanuel Macron, a quien los sondeos dan como vencedor -por escaso margen- de la primera vuelta de los comicios celebrada hoy.
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Control del precio de la energía, aumento de los salarios, reducir los impuestos de las pymes. Le Pen ha hecho suyas estas causas, alargando su popularidad, más allá de sus bastiones electorales en el noreste y el sureste del país.
Con respecto a su histórica seña de identidad, la inmigración, mantiene su radicalidad con la restricción de subsidios a los extranjeros como el del desempleo, además de la prohibición del velo islámico.
“NO TEMO LAS TRAICIONES”
Le Pen ha sorteado varias trabas en los últimos meses. Las dificultades económicas de su partido -tiene que reembolsar un alto préstamo en un banco ruso que ahora pasó a manos de uno húngaro- se unieron a la división del campo ultraderechista con la irrupción del tertuliano Éric Zemmour, quien atrajo a importantes figuras del entorno de Le Pen, entre ellas su sobrina, Marion Marechal, nieta de Jean-Marie Le Pen y diputada del Frente Nacional entre 2012-2017.
“Siempre que me he caído, me he levantado (...) No temo ni emboscadas ni traiciones”, resumía Le Pen en un acto de campaña.
Otro obstáculo superado fue la guerra de Ucrania. Mientras Zemmour se hundía en los sondeos por sus antiguas declaraciones admirativas hacia Putin, ella resistió bien, a pesar de que muchos recordasen la foto en la que el presidente ruso la recibía, sonriente, en el Kremlin antes de los comicios de 2017.
Para desligarse de la imagen de complacencia con el mandatario ruso, Le Pen respaldó que Francia abriese los brazos a todos lo ucranianos que huían de su país.
Marine Le Pen, la pequeña de las tres hijas de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne, se crió en el oeste de París, en un medio burgués y católico.
Traumatizada por el atentado contra su padre en 1976 -una explosión de la que salieron ilesos ella y su familia-, asegura que entró en política por casualidad.
Tras ejercer la abogacía entre 1992 y 1998, ayudó a que su padre llegase a la segunda vuelta de 2002 -dejando en la cuneta al socialista Lionel Jospin- y midiéndose a Jacques Chirac. Desde entonces, Le Pen encadenó cargos públicos y tomó las riendas del FN en 2011.
Durante su mandato, expulsó en 2015 a su propio padre por no retractarse de unas declaraciones que relativizaban las cámaras de gas nazis, aunque años más tarde se reconciliaron. También se deshizo de su brazo derecho de 2017, Florian Philippot, propulsor del fallido proyecto de abandonar el euro.
Madre de tres hijos y separada, ha recordado en algunos mítines su mala conciencia por no haber estado tanto tiempo con ellos como le hubiese gustado. También ha hecho famoso en las redes su amor por los gatos, con los que se fotografía a menudo.
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