Pese a que debía mantener el secreto, una madrugada de 1942, en el Casino Crockford de Londres, Elvira de la Fuente -o Elvira Chaudoir- les contó a unos amigos que había conseguido un trabajo bien pagado, que le estaban enseñando un código del servicio secreto británico y que pronto la enviarían a Francia en una misión.
El libro “Los secretos de Elvira”, del escritor peruano Hugo Coya, cuenta que un agente encargado de vigilarla registró la “infidencia” en su expediente, pues “la información podía llegar a los alemanes”, enemigos de los británicos en la Segunda Guerra Mundial.
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El servicio secreto al que se refería De la Fuente, nada menos que el MI6, la amonestó “severamente” por la imprudencia y la interrogó sobre los amigos a los que les había contado su labor. Por fortuna, no tenían vínculos con los nazis.
De la Fuente prometió ser más reservada a partir de entonces. Lo cumplió y continuó siendo, no solo espía para los británicos, sino agente doble infiltrada entre las filas alemanas durante casi tres años más, hasta mayo de 1945, poco antes del final del conflicto.
La inicial dificultad para guardar secretos no era la única “debilidad” que la convertía en una informante improbable. Mientras que el imaginario popular retrataba a los agentes como personas reservadas y de bajo perfil, De la Fuente iba a fiestas, bebía mucho, derrochaba dinero en apuestas, era popular y bisexual, lo que resultaba escandaloso en la época.
Es decir, su vida llamaba la atención y daba de qué hablar.
¿Cómo una peruana con esta llamativa personalidad ayudó a los Aliados derrotaran a los nazis?
La historia de De la Fuente era casi desconocida hasta 1995, cuando dio una entrevista periodística. Una década después Reino Unido desclasificó los archivos de su expediente.
Estos documentos, que BBC Mundo revisó, son un recuento detallado de todas las cartas y telegramas que De la Fuente enviaba y recibía como espía, de los gastos relacionados con su trabajo, de los pagos que recibía de los alemanes, de los debates sobre la información que debía darles o no, de las personas con las que mantenía algún contacto, de sus familiares, e incluso de sus mudanzas de domicilio.
Pero desde antes de introducirse en ese mundo, De la Fuente llevó una vida que ya resultaba bastante agitada. Su nacimiento está registrado en dos lugares: en Lima, en 1912; y en París, en 1911.
Pese a esta ambigüedad, “con toda seguridad era peruana, está registrada en el consulado de Perú en París”, le dice a BBC Mundo Hugo Coya, autor de “Los secretos de Elvira”.
“La única duda es el lugar exacto donde nació. No hay discusión sobre su nacionalidad”.
Además, aunque De la Fuente creció y estudió en París, su educación “tuvo muchos vínculos con Perú”, cuenta Coya.
Fue hija de Edmundo de la Fuente, un diplomático peruano y acaudalado importador de guano (abono producido con excremento de aves), y mantenía comunicación con la familia de este que vivía en Arequipa, ciudad al sur de Lima.
Su madre, Dolores Martínez, provenía de una familia de origen español y cubano dueña de un imperio de tabaco.
Desde niña, De la Fuente era coqueta y se preocupaba por andar siempre bien vestida. Se graduó en Ciencias Políticas, era agnóstica y, desde la escuela, solía cuestionar las ideas y costumbres de la época, como el mandato de que las mujeres debían casarse y ser madres.
De hecho, rechazó a varios pretendientes, y prefería “refugiarse en las amigas, la lectura y la música”, cuenta Coya, quien tuvo acceso a los diarios de la peruana para escribir su libro. Además, ya de adulta, se pasaba las noches en bares y cabarets.
Hasta que en 1931, pareció ceder a la idea de enamorarse, cuando conoció en una boda en París al belga Jean Chaudoir, heredero de una familia dedicada a la compra y venta de oro. En 1934 se casó con él y después de una luna de miel en Perú, se mudaron a Bruselas.
Pero el tedio se fue instalando en la vida de De la Fuente y tras infidelidades de ambas partes, el matrimonio se rompió después de cuatro años.
La joven volvió a París y luego se instaló en Cannes, en el sur de Francia, donde se dedicó a ir a fiestas y a derrochar su dinero en casinos. Hasta que el inicio de la Segunda Guerra Mundial la obligó a cambiar de rumbo.
Ante la ocupación alemana de Francia, De la Fuente huyó a Londres en septiembre de 1939 e intentó llevar la misma vida de fiestas y apuestas que disfrutaba en Cannes, según cuenta Coya.
Los vecinos de De la Fuente se quejaban de las reuniones en su apartamento y de la presencia de gente borracha de madrugada. La joven propiciaba las habladurías, sobre con quién o quiénes se había ido a la cama. Pero ella solo quería pasarla bien. De hecho, les decía a sus amigos: “¿Por qué no disfrutar de la vida si la muerte nos acecha a cada paso?”, explica el escritor peruano.
Sin embargo, cada vez le era más difícil mantener ese ritmo de vida. Debido a la guerra, sus padres no le podían enviar dinero, así que cada vez se endeudaba más y más. Para 1942, se quejaba de que no encontraba trabajo por el hecho de ser peruana, pero tampoco lo buscaba realmente.
Coya relata en su libro que una noche en el Club Hamilton en Londres, un oficial de la Real Fuerza Aérea oyó sus lamentos e informó a la inteligencia militar británica “sobre una mujer de un país neutral, que formaba parte de los más altos círculos sociales británicos y que pasaba aparentemente por algunas estrecheces económicas”, cuenta Coya en su libro.
Un hombre identificado como “Masefield” la contactó y la invitó a cenar al Hotel Connaught, para ofrecerle un trabajo que le permitiría mantener el nivel de vida que a ella le gustaba.
“Masefield” era el subdirector del MI6, el Servicio de Inteligencia Secreto británico, su nombre era Claude Edward Marjoribanks Dansey, y le dijo a De la Fuente que ella tenía algo valioso en la época: un pasaporte peruano.
Como Perú era entonces un país neutral en la guerra, De la Fuente podía moverse por Europa con ese documento.
Sin embargo, algunos oficiales del MI6 se oponían a reclutarla. “Aducían que incorporar a una persona con ese estilo de vida acarreaba peligros: podía ser víctima de un chantaje o caer en una emboscada sexual”, escribe Coya.
Pero “justamente ese era el valor de De la Fuente, que nadie creería que era una espía”, le dice Coya a BBC Mundo.
Tras analizar las ventajas y desventajas, le encargaron una primera misión. Para prepararla, le enseñaron a escribir cartas con tinta invisible y la entrenaron para responder a interrogatorios o detectar cuando alguien estuviera mintiendo.
El MI6 le dio el pseudónimo de “Cyril” y la mandaron a Francia con el objetivo de infiltrarse en el servicio de espionaje nazi. De la Fuente tenía una buena excusa para ir a ese país: su padre, Edmundo de la Fuente, era encargado de negocios de la embajada de Perú, que en ese momento funcionaba en Vichy, en el centro del país.
De la Fuente pasó unos días en Vichy, con sus padres, en el hotel Les Ambassadeurs, y luego fue a Cannes. El servicio secreto británico le ordenó hospedarse en el hotel Martínez —que debido a las deudas del dueño, había quedado para libre uso de los nazis— y dedicarse a la vida social que siempre había mantenido.
Pero transcurrieron varias semanas sin que lograra que el enemigo la reclutara. Hasta que una noche, en un bar, el dueño del hotel le presentó a “Bibi”, que en realidad se llamaba Helmut Bliel y que, según supo De la Fuente, era agente de Hermann Goering, comandante de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi.
“Bibi” la invitó a cenar varias veces y fueron ganando confianza. En un encuentro, el alemán le dijo que tenía unos “amigos” que buscaban a alguien que les enviara información de periódicos económicos de Gran Bretaña, cuenta la misma De la Fuente en una carta desclasificada de los Archivos Nacionales de Reino Unido.
La joven se ofreció para hacer el trabajo, pero apenas empezó, los “amigos” cambiaron la naturaleza de la información que le pedirían. Ya no le harían preguntas económicas, sino centradas en temas más bélicos.
De la Fuente cuestionó a “Bibi” sobre el giro del encargo, pero aceptó hacerlo finalmente, con la salvedad de que no enviaría información sobre “convoyes” o que pudiera herir a alguien, cuenta en su carta.
Los alemanes le dieron el pseudónimo de Dorette y le ordenaron comunicarse con ellos a través de cartas escritas con tinta invisible y enviadas a un hotel en Mónaco o a un banco de Lisboa.
De la Fuente lo había logrado, así que, en octubre de 1942, los británicos aceptaron que formara parte de la Doble Cruz o Comité XX, “el proyecto más ambicioso y secreto del espionaje británico hasta ese momento”, escribe Coya.
La inteligencia británica creó al equipo de agentes de la Doble Cruz para que le dieran información falsa a la Abwehr y a otras agencias de inteligencia alemanas.
Además de De la Fuente lo integraban otros cuatro espías, de distintos perfiles, que no sabían de la existencia del resto, para evitar que alguno revelara información de los otros en caso de que fuera descubierto, detalla Coya a BBC Mundo.
De la Fuente entró “con la condición de que no la dejaran sola ni le perdieran el rastro en ningún momento”, escribe el autor, debido a su perfil atípico y a la infidencia que había cometido al inicio de su trabajo.
Pero luego “cambió de actitud y se tomó muy en serio lo que estaba haciendo, se dio cuenta de la importancia de su papel, cumplió estrictamente las órdenes que le daban, lo que permitió que su colaboración se volviera valiosa”, explica Coya a BBC Mundo.
La peruana obtuvo un trabajo de fachada en la BBC y recibió el pseudónimo “Bronx”, por un coctel que preparaba un barman de un hotel en Londres.
Una vez en la Doble Cruz, De la Fuente cumplió varias misiones importantes, según explica Coya. En una de ellas, hizo creer a la Abwehr que los británicos contaban con armas químicas y que por lo tanto, podían tomar represalias si los Alemania lanzaba un ataque químico o con agentes nerviosos contra Londres.
Un oficial del servicio secreto británico “creía que su reporte había ayudado a disuadir a los alemanes de lanzar un ataque de gas, posiblemente salvando muchas vidas y demostrando que ‘podemos en algunas instancias influir o tal vez cambiar las intenciones operativas del enemigo’”, detalla el libro “Doble Cruz: la verdadera historia de los espías del Día D”, del británico Ben Macintyre, autor de varios trabajos sobre la Segunda Guerra Mundial.
Más adelante, la que probablemente fue la misión más importante de De la Fuente contribuyó al fin del conflicto.
Los alemanes confiaban en De la Fuente, pues a diferencia de otros espías, enviaba chismes supuestamente obtenidos de la alta sociedad británica mezclados con información militar y manejaba bien el tono de persona común pero bien informada, escribe Coya en su libro.
Hacia febrero de 1944, los nazis sabían que los Aliados planeaban desembarcar en Francia, pero no sabían dónde exactamente. Así que le pidieron a De la Fuente que indagara dónde ocurriría y cuándo, y que mandara la información a través de un telegrama a un banco de Lisboa donde existía una cuenta a la que su exesposo le mandaba una supuesta pensión.
El código acordado con los alemanes era que en el telegrama De la Fuente debía pedir dinero para ir al dentista. La cantidad que necesitara indicaría el lugar donde desembarcarían los enemigos.
El 27 de mayo de 1944, De la Fuente envió un mensaje pidiendo 50 libras, así que los nazis entendieron que los Aliados desembarcarían en el Golfo de Vizcaya, en el suroeste de Francia. Toda una división de tanques alemanes (la Décimo Primera División Panzer) se quedó ahí, lejos de Normandía, que está en el noroeste.
Un oficial del servicio británico dijo que “el movimiento de una división Panzer hacia la zona de Burdeos (golfo de Vizcaya) podía, hasta cierto punto, atribuirse al telegrama de Bronx”.
El Día D o Desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, marcó el inicio de la derrota del Eje.
Los demás agentes de la Doble Cruz también enviaron información falsa sobre el desembarco, lo que evitó —junto con otras operaciones de los Aliados— que los nazis contara con fuerzas suficientes para defenderse en Normandía.
“Nunca se sabrá la medida exacta en que cada estratagema contribuyó al resultado final; sin embargo, todas juntas provocaron que ese día, los alemanes desviaran de Normandía hasta 19 divisiones, lo que desprotegió el lugar lo suficiente para los Aliados”, escribe Coya.
Cuando acabó la guerra, De la Fuente se retiró con un único pago de 197 libras. Se quedó en Londres por un tiempo, luego se estableció en el sur de Francia y vivió una apacible vida con Carmen, su nueva pareja.
“Siguió siendo una mujer alegre, divertida, aunque sentía que no había sido debidamente reconocida por su trabajo, pues arriesgó su vida para ayudar a cambiar el rumbo de la Segunda Guerra Mundial”, le dice Coya a BBC Mundo.
A través de una única entrevista periodística que dio en 1995, el MI5 se enteró de que pasaba estrecheces económicas y le envió US$5.000 en agradecimiento por su labor. Pero murió apenas un mes después.
Pero más allá de que la recompensa hubiera resultado insuficiente, De la Fuente siempre recordó la aventura —recoge Macintyre en su libro— “como el periodo más maravilloso e intenso de mi vida”.
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