¿Qué sucede con un arma después de un tiroteo?
En el Reino Unido, pueden acabar escondidas o pasar de mano en mano, ya sea por préstamo, alquiler o intercambio.
Esta es la historia de una de ellas: el “Arma Número 6”, como le llama la policía, que le asigna un número a cada arma de fuego que identifica para poder rastrear su uso.
Es una pistola semiautomática CZ 75, fabricada en República Checa, que ha protagonizado múltiples tiroteos y todavía no ha podido ser aprehendida. Estos casos no guardan relación entre ellos y muchos aún no han sido resueltos.
Ya ha pasado una década desde que la Número 6 fue usada por última vez, pero un documental de la BBC ha rastreado su recorrido. Fue realizado durante dos años por los cineastas Zac Beattie, Georgina Cammalleri y James Newton con la ayuda del Servicio Nacional de Inteligencia Balística (NABIS por sus siglas en inglés), cuyos expertos quedaron asombrados de que esta arma haya sido “usada en más tiroteos y asesinatos que cualquier otra”, según Beattie.
El punto de partida está en la ciudad de Birmingham la noche del 23 de febrero del 2003, cuando una llamada anónima alertó a la policía de una balacera a las tres de la mañana fuera de una discoteca.
Los agentes encontraron los casquillos de dos balas, pero nadie quiso colaborar con la investigación.
“Del año 2000 en adelante, comenzamos a ver una escalada de homicidios relacionados con armas”, dice Andy Hough, quien era el detective inspector jefe de la policía de la región de West Midlands cuando la Número 6 apareció por primera vez. “Y la comunidad no nos hablaba porque tenía miedo”.
Sin testigos, imágenes de seguridad ni más pistas que los casquillos, Hough afirma que solo quien apretó el gatillo sabe qué pasó y por qué.
La Número 6 ha sido empleada por gente que aún no ha sido identificada o que está cumpliendo cadena perpetua por haberla utilizado para matar. Ninguno le ha dicho nunca a la policía dónde puede hallarla.
Pero, en realidad, el origen de todas las armas ilegales que hay en Gran Bretaña es uno solo: la pequeña localidad escocesa de Dunblane.
El crimen que lo cambió todo
El 13 de marzo de 1996, Thomas Hamilton entró en la Escuela Primaria de Dunblane y abrió fuego en una clase de educación física.
En solo tres minutos, mató a una profesora y a 16 alumnos. La mayoría apenas tenía 5 o 6 años. Luego usó una de sus cuatro armas para suicidarse.
La masacre de Dunblane, el peor tiroteo en Reino Unido, lo cambió todo.
Menos de dos años después, el país decretó la prohibición de armas cortas para uso privado.
Reino Unido tiene una de las leyes de control de armas más restrictivas del mundo. Hay que pasar por un proceso muy estricto para obtener un permiso de venta o porte de armas.
Entonces, ¿de qué forma armas como la Número 6 llegan a las calles? Helen Poole, una experta de la Universidad de Northampton, las enumera a continuación.
Una de ellas consiste en robárselas a vendedores o propietarios legales. Los primeros, según Poole, venden “armas antiguas desactivadas a aficionados de la historia”; es decir, aparatos modificados para que ya no se pueda disparar con ellos.
Pero cuando estas caen en las manos equivocadas, pueden acabar reactivadas con facilidad.
Según las últimas estadísticas, más de 586.000 personas en Inglaterra y Gales poseen un arma o un certificado para disparar. Se calcula que cada año alrededor de 600 armas son robadas a gente que las compró legalmente. Inevitablemente, la mayoría acaba en el mercado negro.
Otra de las maneras de obtener armas ilegalmente es a través de los grandes cargamentos que vienen del extranjero.
Poole asegura que dentro de estos botines suele haber armas desactivadas que “provienen de regiones donde hubo conflictos, incluyendo algunos países de los Balcanes Occidentales”. Muchas son reactivadas.
Estas suelen ser armas de uso militar y son importadas por grandes organizaciones criminales.
La última forma de hacerse con un arma sin tener licencia consiste en comprar las partes por separado en Internet -a menudo, aunque no siempre, en la Internet profunda- para luego construir una propia.
Armas “comunitarias”
Poole trabajó con ADN y huellas dactilares en una época en la que había un gran problema con los “automóviles comunitarios” que se usaban para cometer crímenes.
“De la misma manera, posiblemente haya armas que no sean comercializadas sino que sean armas comunitarias. Así, cuando alguien de esa comunidad la necesite sabrá que deberá acudir al último que la utilizó”, explica.
Cuando un arma se dispara, deja dos marcas únicas en el casquillo.
Gracias a ellas, los investigadores determinaron que, en los siguientes dos años, la Número 6 se había usado en siete tiroteos que no dejaron víctimas mortales, pero que todavía constituyen casos sin resolver.
La novena balacera protagonizada por la Número 6 sí llegó a esclarecerse.
Su víctima fue Ishfaq Ahmed, el portero de una discoteca del centro de Birmingham que se llamaba Premonitions (“Premoniciones”).
La fría noche de invierno del 20 de noviembre del 2004, antes de ir al trabajo, se despidió de su pareja, Penny, y de su hija de 18 meses, Aneesah, con un beso, como siempre hacía.
Parecía una noche de sábado normal, con gente bebiendo, bailando y divirtiéndose.
Hasta las tres y media de la madrugada, cuando aparecieron hombres vinculados a la pandilla Johnson Crew (en español: el grupo de Johnson), que estaba metiéndose a la fuerza en locales de ocio de la zona. Ahmed forcejeó con ellos, tratando de hacer su trabajo e impedirles que entraran sin pagar.
Parecía que los Johnnies se estaban yendo cuando se dieron la vuelta y dispararon. Ahmed, que estaba de espaldas, recibió tres balas de dos armas cortas de calibre 9mm. Una de ellas: la Número 6.
A Ahmed le causó la muerte una que entró por el hombro, le atravesó el pecho y le destrozó la arteria principal del abdomen.
Tenía 24 años. Al año siguiente, en diciembre de 2005, seis hombres fueron condenados a cadena perpetua por este homicidio. Deberán permanecer tras las rejas al menos 30 años.
Pero la policía no pudo encontrar la Número 6.
La ejecución
Ocho meses después, el 23 de julio del 2005, se volvió a tener noticias de la Número 6.
Estaba en manos de un londinense: Kemar Whittaker, un vendedor de drogas de 23 años.
Whittaker buscaba en Birmingham a Andrew Huntley, un padre de 31 años. Lo encontró en la cola para entrar a una discoteca y, de inmediato, empezó a perseguirlo.
Huntley intentó escapar. Muerto de miedo, se arrodilló sobre el suelo bajo uno de los arcos que sostienen las vías de tren, levantó las manos como si se estuviera rindiendo y pidió piedad.
Whittaker le disparó en la cabeza dos veces, asesinándolo a sangre fría.
Según un testigo, las últimas palabras de Huntley fueron: “Somos hermanos. No tenemos por qué vivir así”.
Los jueces calificaron la escena de “ejecución”.
Whittaker recibió la misma condena que los asesinos de Ahmed.
Tras este caso, el rastro de la Número 6 se perdió durante cuatro años.
Andy Hough cree saber por qué: “Cuando un arma se usa en un asesinato, se vuelve un arma 'caliente'. Es decir, que nadie la quiere. Si te encuentran con un arma así, vas a tener que responder muchas preguntas difíciles”.
“Así que el dueño intentará deshacerse de ella lo más rápido posible. A veces las entierran en jardines o cementerios, otras son pasadas a gente de fuera de su círculo”.
Pero la Número 6 volvería una vez más a las calles.
Asesinato en la oficina de correos
El tiroteo número 11 ocurrió cuatro años después del asesinato de Huntley.
Esta vez, en las manos de un conocido criminal: Anselm Ribera, quien atracó una oficina de correos en el tranquilo pueblo de Fairfield, a 45 minutos en auto del centro de Birmingham.
“Solíamos abrir a las 7 de la mañana para tener un cuarto de hora para hacer el papeleo y eso”, dice Ken Hodson-Walker, que vivía en el piso de arriba del negocio junto a su esposa y sus dos hijos.
Mientras Ken abría el local, su mujer, Judy, le dijo que subiría a ordenar algunas cosas.
“Hasta hoy, recuerdo con amargura que no miré por la ventana, porque los hubiera visto saliendo del auto”.
Se refiere al grupo de ladrones armados que, solo una hora después, entraría a la fuerza en su pequeño negocio, los retendría a punta de pistola y sumergiría a su familia en la tragedia.
“Entraron”, recuerda Ken. “Uno de ellos tenía un mazo grande. El otro tenía un arma, que yo no pensaba realmente que fuera verdadera”.
“Había una chica joven: ella los vio entrar y empezó a dar alaridos”.
Los gritos de la clienta se oyeron por toda la casa, incluso en las habitaciones familiares. Judy y su hijo mayor, Craig, de 29 años, corrieron de inmediato al pasillo.
Sabían que algo terrible pasaba abajo.
A eso de las 8:20 de la mañana, Judy entró en la tienda, seguida de cerca por Craig, que solo vestía calzoncillos.
Al darse cuenta de que se trataba de un robo, Craig cogió el hombro de su madre y la empujó hacia atrás, fuera de peligro. Luego recogió su bate de críquet.
Se desató una pelea. Craig intentó golpear a los ladrones con el bate mientras su madre se resguardaba detrás de una estantería y su padre trataba de pelear con los atacantes desde atrás.
Luego se oyó un disparo.
Ken recuerda todos los detalles vívidos de lo que pasó a continuación. “Craig recibió un disparo. Dijo: 'Me dieron'. Oí el bate caer al suelo, así que di la vuelta y lo recogí”.
“El (ladrón) del medio cogió al que disparó y lo llevó hasta una esquina, luego me dispararon en la pierna. Dolía mucho. Me dio justo en el hueso de la rodilla.
“Obviamente, ellos querían hacerme más daño, así que cogieron todas estas estanterías de metal y me las tiraron encima. Luego se pusieron a saltar sobre ellas, conmigo atrapado debajo. Lo hicieron unas cuantas veces”.
Después se fueron.
La tienda quedó hecha un desastre. Los productos que Ken y Judy normalmente ordenaban meticulosamente quedaron desparramados por el suelo.
Temiendo que su hijo estuviese gravemente herido, Ken se quitó de encima las estanterías, consiguió levantar medio cuerpo y se arrastró con los brazos, y con la pierna sangrando abundantemente, por el suelo hasta Craig.
Lo vio en medio de un gran charco de sangre.
Ken arrastró su cuerpo, que cada vez se debilitaba más, hasta llegar a su hijo y lo tocó con suavidad, lleno de esperanzas de que estuviera vivo.
Sintió un escalofrío.
“Supe que estaba muerto”.
A Craig le dispararon en el pecho. La bala había perforado uno de sus pulmones y el corazón, matándolo casi instantáneamente.
Al final del año, tres hombres fueron juzgados por su asesinato: Christopher Morrissey, de 32 años, Declan Morrissey, de 34, y Anselm Ribera, también de 34, que además fueron acusados de haber intentado matar a Ken.
Los hermanos Morrissey compartieron un mazo mientras que, según se dijo, Ribera entró en el local blandiendo una pistola. Los tres fueron descritos por el juez como “criminales parásitos” y, 10 semanas después, fueron condenados por asesinato y tentativa de asesinato.
Fueron sentenciados a cadena perpetua, con un mínimo de 34 años cada uno.
La historia de un asesino
“Tenía 19 años cuando conocí a Anselm”, cuenta su antigua pareja, Alison Cope. “Tenía 18 años”.
En esa época era “callado, tímido e inseguro” a diferencia del asesino en el que luego se convirtió.
Le parecía un joven cariñoso y de buen corazón.
“Yo simplemente estaba feliz de tener a esta persona en mi vida”.
Empezaron a vivir juntos “rápidamente” y solo unos pocos meses después, Alison, que tenía 21 años, se enteró de que estaba embarazada. Era mediados de los 90.
“Durante ese embarazo, Anselm fue arrestado y acusado de robo. Lo enviaron a prisión solo unas pocas semanas”, recuerda Alison.
Pero pese a que su sentencia fue corta, él cambió.
“Recuerdo que salió de la cárcel con más conocimiento sobre crímenes del que tenía cuando entró”.
El 10 de agosto de 1995, Joshua Ribera nació.
Los primeros meses de vida de Josh fueron felices. A la joven familia le encantaba conversar, jugar y pasar tiempo juntos.
Pero pronto, las cosas empezaron a cambiar.
Cuando Josh todavía era pequeño, Anselm fue arrestado por otro robo, lo que se convirtió en un punto de no retorno para la relación.
“Le dije: 'Escucha, esto no es lo que en realidad quiero de una relación. Te necesito'. Pero, en ese momento, la necesidad de Anselm de vivir ese tipo de vida era mucho más grande que el estar conmigo”.
“Así que lo dejé”.
Cuando Josh tenía unos 7 años, Anselm fue arrestado y acusado de robo armado. Después de un juicio, fue sentenciado.
Alison sabía que era una sentencia larga, pero no fue hasta dos años después que se enteró del tipo de crimen.
No había imaginado que su antigua pareja, de quien una vez estuvo tan enamorada, pudiera ser capaz de algo tan serio y violento como un robo armado.
“Me dijeron que fue un robo en un almacén. Así que incluso entonces no me daba cuenta de que estaba recorriendo un camino tan serio”, relata.
Liberado en el 2007, Anselm comenzó a pasar tiempo con dos delincuentes de poca monta: los hermanos Morrissey. Los tres conspiraron para atracar la pequeña oficina de correos de una familia de Fairfield, que acabó en el asesinato a sangre fría de Craig Hodson-Walker.
Las consecuencias de este crimen también fueron sentidas por la familia de Anselm.
A Josh Ribera, que apenas tenía 13 años en ese entonces, le costaba aceptar que su padre pudiese ser un asesino.
Alison recuerda cuando su madre la llamó para contarle que Anselm había sido arrestado y acusado de asesinar a un joven en Fairfield.
De inmediato, pensó en Josh. Estaba muy preocupada sobre cómo recibiría esta noticia y le entró pánico al pensar que pudiera enterarse viendo los periódicos.
Salió a buscarlo, para poder decírselo con delicadeza.
Cuando lo encontró, estaba patinando sobre hielo. Lo llevó a casa, pero cuando le dijo que su padre había vuelto a ser arrestado, él se puso a la defensiva.
“¿Por qué motivo?”, preguntó, restándole importancia, como si no le preocupara.
Pero sí le molestaba.
“Cuando dije la palabra 'asesinato', Josh destrozó la sala. Lo rompió todo. Estaba llorando, estaba enfadado”.
Ahí fue cuando empezó la “pesadilla” de Alison.
“Estaba desolado”, cuenta. “Su padre era 'la escoria de la tierra', como se le llamaba en un periódico. Su padre había destruido la vida de un hombre joven”.
Josh empezó una “época difícil y, simplemente, se metía en problemas una y otra vez”.
Tuvieron que pasar algunos años para que las cosas mejoraran. A los 16, descubrió su pasión por la música y empezó a producir rap y grime, un tipo de música electrónica, bajo el nombre artístico de “Depzman”.
Tuvo mucho éxito y a los 18 años ya hacía giras por Reino Unido y actuaciones en Europa. Destacaba por cantar sobre temas positivos, como su amor por su madre o sobre cuánto extrañaba a su padre.
Incluso se dijo que sería la próxima estrella del grime.
El 20 de setiembre del 2013, asistió a un concierto en el sur de Birmingham en honor a un amigo que había muerto apuñalado un año antes.
Alison recuerda que las últimas palabras que le dijo fueron: “Te quiero, mamá”. Después, le dio un abrazo y un beso: “Nos vemos después”.
Pero, en aquel concierto, Josh recibió una puñalada mortal en el pecho. Falleció esa madrugada en el hospital Solihull.
Alison se dedica ahora a preservar el recuerdo de su hijo y a dar charlas en colegios para evitar que otros niños tomen el camino que eligió el asesino de Josh.
Máximo daño
“El 9mm parabellum (el cartucho que usan pistolas como el Arma Número 6) fue diseñado principalmente para uso militar”, explica Gareth Cooper, examinador de material balístico de la policía de West Midlands.
“Tiene una punta redondeada, más que nada diseñada para incrementar el índice al que la energía se vuelca sobre el objetivo, causando un mayor daño en los tejidos.
“Pero, efectivamente, todas las balas de pistola tienen como objetivo causar un efecto hemorrágico. Es una cuestión de romper la mayor cantidad de tejido corporal -de preferencia, tejido corporal fundamental- posible”.
En otras palabras: la Número 6 es una peligrosamáquina de matar.
“Un arma como esta en las calles es algo preocupante para nosotros”.
Esta arma ha arruinado vidas y ha destrozado familias, tanto de las víctimas como de aquellos que apretaron el gatillo.
Todos estos tiroteos brutales estaban conectados de alguna manera por esta arma corta.
La Número 6 nunca fue recuperada.