El 3 de abril de 1922, Iósif Stalin, quien se convertiría en uno de los hombres más poderosos del mundo, adorado y detestado por millones de personas, fue nombrado secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Aunque el cargo era puramente administrativo y disciplinario, Stalin lo transformó en el de líder del partido y posteriormente líder de la Unión Soviética.
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Pero antes de llegar a la cima, una conversación telefónica con la esposa de Vladimir Lenin puso en grave peligro todo lo que anhelaba.
Detalles de ese episodio así como de la trayectoria de Stalin de la pobreza extrema al poder absoluto fueron revelados con la apertura de los archivos tras el colapso de la URSS en 1991.
¿Cómo llegó Josef Vissarionovich Dzhugashvili a convertirse en Stalin, y qué amargó su relación con su camarada Lenin?
Soso, como lo llamaba su madre Keke, era un georgiano del sur del Imperio ruso cuya infancia transcurrió bajo la sombra de la violencia de su padre, un zapatero alcohólico, quien lo golpeaba con tal saña que a los 7 años lo hirió gravemente.
Su codo izquierdo nunca se recuperó, afectó la movilidad de su mano y su brazo era más corto y marchito.
Sin embargo, un poderoso patrón lo salvó de la miseria: Jakob Egnatashvili, un rico comerciante que se rumoreaba era su verdadero padre, lo protegió a él y a su madre, e hizo posible que se cumpliera el sueño de Keke de que su hijo se convirtiera en un hombre de Dios.
Soso era un niño excepcional que había aprendido a leer y a escribir mucho antes que otros niños.
A los 14 años, se ganó una beca para el Seminario Ortodoxo en Tiflis, y se embarcó en el camino de la pobreza al sacerdocio, pero el viaje resultó duro.
La disciplina que imponían sus sacerdotes era muy severa, e incluía palizas y confinamiento solitario.
Pero el seminario era también un lugar en el que las mentes más brillantes de Georgia podían intercambiar y debatir nuevas ideas radicales, como las de Karl Marx, publicadas recientemente en Rusia.
Soso, de 20 años, quedó fascinado por la predicción de Marx de que una guerra de clases acabaría el zarismo, un orden que, para él, había que eliminar pues provocaba la opresión política y la explotación económica.
Le dio la espalda a una carrera en el sacerdocio. Había encontrado una vocación superior.
La conversión a una nueva fe exigía una nueva identidad.
Soso estaba muerto.
Se llamó Koba, en honor a un héroe georgiano al estilo Robin Hood, y asumió la misión de difundir el nuevo evangelio entre los trabajadores urbanos.
En el puerto de Batumi, en el Mar Negro, organizaron una gran manifestación que terminó en un motín, en el que 15 murieron y muchos más resultaron heridos.
Koba se manchó de sangre, obtuvo su primer antecedente penal y en julio de 1903 fue condenado a tres años de exilio en Siberia.
Si el seminario de Tiflis había sido una escuela para revolucionarios, Siberia fue su universidad.
Allá conoció a un grupo de activistas de línea dura, muchos de los cuales se convertirían en líderes en la Revolución Rusa, que se la pasaban leyendo, custodiados solamente por un genderme local.
Habría podido escapar pero se enamoró de una chica local, Yekaterina Svanidze, o Kató, hermosa, religiosa y sin ningún interés por la política.
Aunque aceptó casarse por la iglesia, el revolucionario nunca fue el buen marido convencional que su esposa quería.
En 1905, Nicolás II casi fue derrocado.
Estallaron huelgas en todas las principales ciudades. Los campesinos comenzaron a alzarse contra sus terratenientes.
Los jóvenes que habían leído a Marx de repente se convirtieron en grandes figuras políticas.
El levantamiento fallido creó nuevos héroes para Koba.
Poco después de casarse con Kató se fue a Finlandia con documentos falsos para reunirse con Lenin.
Al verlo, se sorprendió.
“Esperaba ver el águila de nuestro partido, un gran hombre, no solo políticamente sino también físicamente.
“Me había formado una imagen de Lenin como un gigante, majestuoso e imponente.
“¡Cuál fue mi decepción cuando vi al hombre de aspecto más ordinario, distinguido de los mortales comunes por nada, literalmente nada!”.
En Koba, Lenin encontró exactamente lo que necesitaba.
Lenin vivía en un mundo de intelectuales burgueses exiliados, que discutían en cafeterías el materialismo dialéctico.
Requería de organizadores duros y enérgicos en Rusia, hombres que harían cualquier cosa por la causa, y eso era Koba.
Lo llamó “mi maravilloso georgiano” y quedó impresionado por ese “operador clandestino despiadado” que organizaba huelgas y protestas, dirigía una guerra de guerrillas y hasta atracaba bancos para ayudar a financiar la causa.
Ese mismo año se enteró de que Kató había dado a luz a un niño: Yákov.
Logró llegar a casa, pero no celebrar. Debilitada por el nacimiento, Kató había sucumbido a la tuberculosis.
“Todo sentimiento cálido por la gente murió con ella”, dijo. “Ella derritió mi corazón pedregoso”.
Yákov no vio a su padre por casi 20 años.
Lo abandonó al cuidado de sus tías y volvió a su vida revolucionaria.
Semanas después, estaba otra vez en la cárcel.
Un compañero de prisión, Simeon Verishchak, recordó:
“Nada lo perturbaba.
“Mientras hacían ejecuciones y los demás se conmocionaban, él dormía profundamente o estudiaba esperanto en silencio”.
Habiendo demostrado su utilidad para la causa fue recompensado con un puesto en el Comité Central del partido.
Viajó a San Petersburgo bajo un nuevo nombre: a partir de ahora sería Stalin, el hombre de acero.
Tras la fachada del esplendor imperial de San Petersburgo existía un submundo de grupos revolucionarios asesinos dedicado a derrocar a los zares, en el que Staliin entró rápidamente.
Encontró un hogar con una familia de confianza de radicales, los Alliluyev, cuyo apartamento era una casa de seguridad para los subversivos.
Pero en 1913 fue atrapado por la Ojrana -la policía secreta zarista- y enviado a un campamento remoto más allá del Círculo Polar Ártico donde pasó cuatro años miserables.
“En este lugar abandonado, la naturaleza se reduce a la fealdad”, le escribió a los Alliluyev.
Durante su exilio, estalló la Primera Guerra Mundial y Rusia movilizó millones de tropas contra Alemania.
Stalin, con su brazo dañado, no era apto para el servicio militar, así que escapó de las derrotas catastróficas y las duras condiciones que comenzaron a socavar el régimen zarista.
En febrero de 1917, el zar fue derrocado.
La noticia lo tomó totalmente por sorpresa.
Partió con destino a San Petersburgo, lleno de esperanzas de poder y la creación de su paraíso socialista perfecto.
Pero ese poder estaba en manos de un gobierno provisional.
Los bolcheviques formaban parte de la oposición.
Stalin estaba muy dispuesto a seguir a Lenin, el héroe de la revolución. Pero detestaba a León Trotski, cuya brillantez lo eclipsó con creces en esos primeros años.
Él era bueno en la edición de periódicos y en la organización de la revolución dentro del Comité Central, un rol poco glorioso pero práctico.
Además, era el factótum secreto de Lenin. Y era útil, pues era menos conocido por la policía que el famoso Trotski.
Stalin se convirtió en el comisario del pueblo del gobierno de Lenin y más tarde se unió al círculo interno del poder: el Politburó.
Eligió como secretaria a Nadezhda, una de las hijas de los Alliluyevs, quien tenía 16 años y compartía su pasión revolucionaria.
Cuando los alemanes invasores obligaron al nuevo gobierno a mudarse a Moscú, ella se fue con él.
El gobierno de Lenin estaba en problemas.
Tras haber firmado una paz humillante con Alemania en 1918, enfrentaba nuevos enemigos.
Las fuerzas leales al zar se estaban concentrando en partes del antiguo imperio.
Lenin defendió su revolución sin piedad, pero había una enorme resistencia a los bolcheviques incluso de la clase obrera.
No iba a ser una revolución fácil. Iba a haber una guerra civil.
Y esa guerra utilizaría los talentos de Stalin, quien partió hacia el sur en trenes blindados con destacamentos de Guardias Rojos.
Stalin se convirtió en el comisario del pueblo del gobierno de Lenin y más tarde se unió al círculo interno del poder: el Politburó.
Eligió como secretaria a Nadezhda, una de las hijas de los Alliluyevs, quien tenía 16 años y compartía su pasión revolucionaria.
Cuando los alemanes invasores obligaron al nuevo gobierno a mudarse a Moscú, ella se fue con él.
El gobierno de Lenin estaba en problemas.
Tras haber firmado una paz humillante con Alemania en 1918, enfrentaba nuevos enemigos.
Las fuerzas leales al zar se estaban concentrando en partes del antiguo imperio.
Lenin defendió su revolución sin piedad, pero había una enorme resistencia a los bolcheviques incluso de la clase obrera.
No iba a ser una revolución fácil. Iba a haber una guerra civil.
Y esa guerra utilizaría los talentos de Stalin, quien partió hacia el sur en trenes blindados con destacamentos de Guardias Rojos.
En el curso de esa expedición Nadezhda se convirtió en su pareja.
Su matrimonio fue solemnizado en un baño de sangre.
Ningún exceso de violencia era demasiado para Stalin en su afán por asegurar la supervivencia de su revolución.
Tenía un poder absoluto y aprendió a usarlo.
La guerra civil dejó el país en ruinas y Lenin se había agotado manteniendo unida la revolución.
Como líder del partido, estaba agobiado por una enorme carga de trabajo.
Dependía cada vez más de Stalin y le creó un puesto de trabajo, Secretario General del Partido Bolchevique.
El mismo Stalin escribió la descripción de su propio cargo, que lo convertiría en el hombre más poderoso del partido.
En mayo de 1922, Lenin sufrió el primero de una serie de derrames cerebrales.
Como su asistente, Stalin se convirtió de repente en un hombre aún más importante, y empezó a usar su poder para expulsar de miembros del partido y del gobierno y reemplazarlos con otros que le serían fieles.
Muro
Lenin recuperó parte de su fuerza por unos meses, y le empezó a preocupar que ya no iba a ser capaz de controlar al cada vez más poderoso Stalin.
En octubre, cuando tuvieron un desacuerdo sobre comercio exterior, Stalin convenció al Comité Central del Partido de que aceptara su designio en vez del de Lenin, y sólo la intervención de Trostki logró que la decisión se rectificara.
A medida que Lenin se debilitaba durante el invierno de 1922, sus temores aumentaban.
En diciembre, Stalin persuadió al Comité Central de hacerlo responsable de la atención médica de Lenin, logrando el dominio sobre el hombre a quien solía servir.
Construyó un muro invisible alrededor de Lenin, controlando su contacto con los demás.
Lenin recuperó parte de su fuerza por unos meses, y le empezó a preocupar que ya no iba a ser capaz de controlar al cada vez más poderoso Stalin.
En octubre, cuando tuvieron un desacuerdo sobre comercio exterior, Stalin convenció al Comité Central del Partido de que aceptara su designio en vez del de Lenin, y sólo la intervención de Trostki logró que la decisión se rectificara.
A medida que Lenin se debilitaba durante el invierno de 1922, sus temores aumentaban.
En diciembre, Stalin persuadió al Comité Central de hacerlo responsable de la atención médica de Lenin, logrando el dominio sobre el hombre a quien solía servir.
Construyó un muro invisible alrededor de Lenin, controlando su contacto con los demás.
Un día se enteró de que Lenin le había dictado un memorándum a su devota esposa y secretaria, Nadia Krúpskaya, para su archienemigo Trotski.
Furioso ante la posibilidad de que, uniendo fuerzas en su contra, Lenin y Trotski pudieran acabar con su carrera política, llamó a Krúpskaya por teléfono.
En la conversación, el hombre que supuestamente era una gran máquina política, perdió los estribos.
Le reclamó groseramente que hubiera permitido que su esposo escribiera cartas y la insultó con insinuaciones y palabras soeces.
Cuando Krúpskaya le relató la conversación a Lenin, éste decidió que Stalin definitivamente no era el hombre que debía sucederlo como líder.
Sabiéndose al borde de la muerte, estaba en el proceso de dictar su “última voluntad y testamento al partido”, que ya decía:
“Habiéndose convertido en Secretario General, el camarada Stalin ha concentrado un poder inmensurable en sus manos y no estoy seguro de que siempre sabrá cómo usarlo (...)”.
Tras enterarse de que ultrajó a su esposa, añadió una condena devastadora:
“Stalin es demasiado irrespetuoso y ese defecto (...) es intolerable en el cargo de Secretario General.
“Invito a los camaradas a considerar la manera de removerlo del puesto y nombrar a alguien mejor en todos los aspectos, es decir, alguien más tolerante, más leal, más correcto, más considerado con sus camaradas, menos caprichoso, etc.”.
El testamento fue sellado en un sobre y entregado a Krúpskaya para ser abierto después de la muerte de Lenin.
Gracias a uno de sus secretarios, Stalin supo que Lenin quería acabar con él y que lo ocurrido iba a ser discutido en el siguiente Congreso del Partido Comunista en 1923, con Trotsky actuando en nombre de Lenin.
Decidió ofrecerle a Trotski una concesión política a cambio de olvidarse del problema, éste se dejó seducir y Stalin fue indultado.
La oportunidad de detener su sombrío progreso se perdió para siempre.
Lenin murió el 21 de enero de 1924.
La condena plasmada en el testamento no salió a la luz.
Con el control de la maquinaria del partido, Stalin empezó a destruir a quienes se interponían entre él y el poder absoluto, empezando Trotski, el favorito del partido, cuya fama como orador carismático y líder del victorioso Ejército Rojo estaba a la par con la del propio Lenin.
Lenin había previsto el peligro de un Stalin todopoderoso.
Su protegido pasaría a eclipsar sus peores excesos.
Stalin se ganó el apoyo del partido elevando a Lenin a la condición de héroe y profeta.
El hombre que había tratado de destruirlo fue utilizado para justificar su visión del futuro.
Una visión que transformó la Unión Soviética de una economía feudal a una potencia industrial y militar, que desempeñó un papel crucial en la derrota de Hitler.
Pero construyó su imperio con un régimen de terror sin paragón, que destruyó decenas de millones de vidas.
* Este artículo está basado en parte del documental de BBC Horizon “Stalin: inside the terror”.
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