El panorama era fantasmagórico: la gente se movía en la oscuridad a través de los escombros de la que había sido una metrópolis internacional. En los primeros días de mayo de 1945, Berlín parecía una ciudad fantasma. Bajo el cielo azul primaveral, el Ejército Rojo avanzaba cada vez más. Hacía tiempo ya que el sueño de la victoria final de Adolfo Hitler había terminado.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Un par de semanas antes, el Führer había mostrado algo de sentido de la realidad al considerar la posibilidad de una derrota: “No capitularemos nunca. Podemos hundirnos. Pero nos llevaremos un mundo con nosotros”, amenazó a finales de diciembre de 1944, cuando fracasó la última ofensiva alemana en la región de las Ardenas. La caída del imperio hitleriano se veía venir desde hacía tiempo, incluso desde antes de la derrota de Stalingrado en 1943, opina Herfried Münkler, politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín. Poco después de la entrada alemana en Polonia, el 1 de setiembre de 1939, el régimen había caído en su lógica de violencia. “A partir del otoño de 1940 solo puede hablarse de una huida hacia nuevas guerras”, escribe Münkler. La élite nazi había recurrido a su único reducto de poder: la guerra. En el verano de 1944 la caída era inminente: los Aliados habían asegurado posiciones en tierra firme europea tras su desembarco en Normandía; en el este, el Ejército Rojo rompía el frente de 700 kilómetros del Grupo de Ejércitos Centro alemán con la “Operación Bagratión”, mientras en el sur los Aliados entraban en Roma. Con el fallido golpe contra el famoso cuartel de Hitler conocido como la “guarida del lobo” el 20 de julio, éste perdio el aura de invulnerabilidad, lo que supuso un punto de inflexión, asegura el historiador británico Ian Kershaw. Entonces, los nazis reaccionaron con más terror: los escépticos y los “derrotistas” fueron preseguidos sin piedad y el NSDAP ocupó cada vez más puestos públicos. Con el “Volkssturm” ('fuerzas de asalto del pueblo'), la sociedad fue militarizada hasta el último reducto. Los alemanes no aceptaron, sin embargo, la exigencia de una capitulación incondicional de los Aliados. El ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebels, azuzó el miedo a una “guerra de aniquilamiento” contra Alemania. Así, la negativa de una capitulación se convirtió en la justificación de la lucha hasta el final, escribe Kershaw. En el invierno de 1944/45, sólo una minoría seguía apoyando fanáticamente a Hitler. Pero los generales seguían obedeciendo y nunca tuvo lugar un levantamiento. “Sálvese quien pueda” se convirtió en la premisa más seguida y en enero de 1945 Hitler se atrincheró en Berlín e intentó con todas sus fuerzas dar la vuelta a la situación. Antes de morir solo salió una vez de su búnker. A diez kilómetros del que fuera ese búnker se encuentra el Museo Germano-Ruso de Berlín Karlshorst, en cuya entrada cuelga un placa que dice en caracteres cirílicos “1941-1945: Gloria a la Gran Victoria”. En el jardín del museo se ven tanques rusos y un lanzacohetes. En aquel antiguo casino de los oficiales alemanes, el mariscal Wilhelm Keitel y el resto de altos dirigentes de la “Wehrmacht” estamparon sus firmas en el documento de rendición en la noche del 8 al 9 de mayo de 1945, haciendo que las armas callaran en Europa. En aquella misma sala revestida de madera siguen ondeando hoy las banderas de las potencias vencedoras sobre una mesa de conferencias. Cuatro días antes, la primera capitulación fue firmada en la colina Timelo, en Wendisch Evern, en Baja Sajonia, pero era solo válida para las tropas alemanas en el norte de Alemania, Dinamarca, Noruega y el norte de Holanda. Por eso, el comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses, Dwight D. Eisenhower, insistió en una capitulación total del Ejército alemán. El penúltimo episodio tuvo lugar en una escuela de Reims, donde el general alemán Alfred Jodl se entregó el 7 de mayo en el Cuartel Central de las Fuerzas de Expedición aliadas. Pero Stalin desconfiaba de los estadounidenses y temía un doble juego de Occidente, por lo que exigió una repetición de la ceremonia en Berlín. Teniendo en cuenta las enormes pérdidas soviéticas y los millones de muertos civiles en su país, el líder soviético no estaba dispuesto a dejar a Estados Unidos el protagonismo oficial del final de la guerra. Así que Keitel, en nombre de la Wehrmacht y el Ejército de Tierra, Friedeburg en nombre de la Marina y el general Hans-Jürgen Stumpff, en nombre de las Fuerzas Aéreas, sellaron la derrota incondicional definitiva frente a los soviéticos. Estadounidenses, franceses, británicos y rusos celebraron su triunfo con vodka y whisky toda la noche en Karlshorst, donde se levanta hoy el museo. “Dios les bendiga a todos”, decía la mañana siguiente en Londres el primer ministro británico Winston Churchill: “Esta es su victoria”, le gritaba a una multitud que celebraba en Londres.
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En este video grabado a color dos meses después de la caída del Nazismo, se exhibe la ciudad de Berlín en ruinas, pero viva tras los bombardeos. (Berlin Channel en YouTube)
Pocas veces ocurre que un país sea capaz y además esté dispuesto a llevar una guerra hasta la destrucción total, escribe Kershaw en su obra “Das Ende” (El fin). Pero también es poco frecuente que las élites de un país sean incapaces o no estén dispuestas a hacer caer a un líder que los está llevando de forma evidente a la destrucción.
Setenta años después, niños de una clase juegan con sus smartphones en el mismo lugar donde Adolfo Hitler se quitó la vida el 30 de abril de 1945 y donde también se suicidó su esposa Eva Braun. Un grupo de turistas se inclinan sobre una placa que dice “Mito y testimonio histórico del búnker del Führer”. Pero es necesario un gran esfuerzo de imaginación: la fortaleza de hormigón de Hitler ha dejado lugar a un aparcamiento, césped y un edificio de la arquitectura de placas típica en la extinta Alemania Oriental.
Fuente: DPA