Una semana antes de las pasadas elecciones europeas, el ministro del Interior y vicepresidente italiano, Matteo Salvini, encomendaba la suerte del Viejo Continente a seis de sus santos patrones, y confiaba en que el “corazón inmaculado de la Virgen María” le diese la victoria en Italia. Miles de personas escuchaban en Milán el discurso del líder ultraderechista, que se había rodeado de una decena de partidos europeos afines.
Aplaudieron el mensaje religioso, pero celebraron aún más el ataque de Salvini al papa Francisco, a quien criticó por su política de puertas abiertas hacia los refugiados. La inmigración es el elemento central de la batalla entre Francisco y el vicepresidente italiano, el máximo representante de la derecha populista en Europa. Pero detrás de este tema hay un choque mayor entre dos visiones geopolíticas antagónicas: la sociedad abierta y periférica que plantea el pontífice, y el cierre de fronteras del soberanismo.
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No era la primera vez que Salvini recurría a los símbolos religiosos para apelar a un voto cristiano que no comulga con Jorge Mario Bergoglio. Hace un año, en la campaña para las elecciones nacionales en Italia, juró que sería “fiel al pueblo” con un rosario en la mano. Y antes incluso, en el 2016, cuando todavía no tenía ningún poder desde la oposición y solo era un aspirante a convertirse en el nuevo Donald Trump de la política europea, acudió a un acto de su partido con una camiseta en la que se leía: “Mi Papa es Benedicto”.
Precisamente en Estados Unidos está el epicentro de la oposición eclesiástica a Francisco, conformada en torno a un sector ultraconservador de la Iglesia muy conectado con el poder político. Ambos grupos se retroalimentan en esa visión reaccionaria ante la globalización. En la asimilación del personaje Trump, Salvini ha contado hasta ahora con los consejos de Steve Bannon, ex asesor del inquilino de la Casa Blanca, que siempre ha tenido buena acogida en Italia.
La estrategia, por tanto, no es original. Aunque el vicepresidente italiano, muy hábil para descifrar el sentir del electorado, ha sabido adaptarla a sus circunstancias. En Italia, el sentimiento religioso sigue siendo muy importante, y según una encuesta realizada recientemente por el Instituto Demos, Salvini ya es el político más votado en su país por los cristianos practicantes.
–Una devoción repentina–Divorciado y con dos hijos de parejas distintas, al líder ultraderechista no se le conocía hasta hace poco especial devoción, pero su apuesta política carece de una ideología fuerte. Por tanto, la defensa de los valores cristianos contra el islam que viene del otro lado de la frontera puede ser un elemento aglutinador, que lo acerca también a otros líderes ultraderechistas del centro y el este de Europa. Esta línea preocupa especialmente en el Vaticano, porque abre una brecha entre los fieles y pone a una parte de ellos contra el Papa.
–La respuesta vaticana–Desde la Plaza de San Pedro también han cambiado su modus operandi. Si a los primeros brotes de cristianismo sobrevenido de Salvini replicaron con reproches sobre la utilización política de los símbolos religiosos, ahora la respuesta es más contundente. Siempre siguiendo la delicada diplomacia vaticana, pero con mensajes muy evidentes. El último lo ofreció el propio Francisco, en el vuelo de vuelta de su viaje a Rumanía, en el que le preguntaron si sería conveniente reunirse con el ministro del Interior italiano. El papa argentino ofreció una larga respuesta, en la que empezó diciendo que no se metía en la política italiana porque no la entendía, y terminó afirmando que ante todo los políticos “no pueden propagar odio y miedo”.
Hace meses, el pontífice se dejó fotografiar con un cartel donde se leía: “Abramos los puertos”, un lema muy popular en Italia, ante la política de cierre de fronteras de su Gobierno. A continuación, Bergoglio recibió a una familia de gitanos –un colectivo siempre acosado por Salvini–, que el día anterior había sufrido amenazas de muerte de grupos ultraderechistas que se oponían a su realojo en un edificio de Roma.
Y, más recientemente, se produjo otro capítulo de esta guerra abierta después de que el limosnero del Vaticano, el cardenal Konrad Krajewski, acudiera a un edificio ocupado de la capital italiana para devolver la electricidad a unas 400 personas que viven allí y a las que les habían cortado la luz. El ministro afirmó que se trataba de un acto ilegal y que esperaba que la Santa Sede se hiciera cargo de todas las facturas.
Francisco no se pronunció, pero es de sobra conocido que este cardenal polaco es la extensión a la que el Papa no puede llegar en la labor caritativa. Salvini y Bergoglio no se han encontrado nunca, pero su oposición está a los ojos de todos.
ENTREVISTA
“Usa los símbolos religiosos como instrumento”Lorenzo Castellani Profesor de Historia en la universidad italiana Luiss
—¿Cómo valora este acercamiento de Salvini al mundo católico más conservador?Salvini está intentando transformar un partido que tenía una fuerte implantación en el norte de Italia, basado en la economía y en la autonomía de estos territorios, en otro de carácter nacional, cuya principal característica sería su aspecto antiestablishment. Por eso busca añadir esta rama ideológica, que no está tan ligada a la religiosidad de su electorado, sino a dar una respuesta a lo políticamente correcto. En los últimos años hemos visto manifestaciones a favor de los derechos homosexuales o de la adopción por parte de estas parejas, comandadas por el mundo progresista. Y Salvini responde a esto utilizando símbolos religiosos, no como ideología sino como instrumento de contestación.
—A escala europea, ¿puede ser una forma de arrastrar a otros partidos ultraderechistas del continente?Salvo en Francia, puede funcionar como vínculo en todos los países mediterráneos, mostrándose como valedor de las raíces cristianas de Europa. Y también con los partidos del este de Europa, que siguen esta corriente también defendida por Vladimir Putin, que ataca el islam y lo vincula al terrorismo.
—En Estados Unidos se escuchan los mismos mensajes.Allí es más real porque hay una implicación de sectores religiosos en política más fuerte que en Italia.