Se trataba de volver al pasado, de deshacer más de 100 años de historia.
A inicios de diciembre las portadas de medios de comunicación de todo el mundo informaban de una noticia bastante inusual: las autoridades de Alemania habían detenido a unas 25 personas sospechosas de preparar un golpe de Estado en ese país, con planes que incluían la toma armada del Bundestag (Parlamento).
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La mayor parte de los detenidos eran simpatizantes de un movimiento de ultraderecha conocido como Reichsbürger (Ciudadanos del Reich), que no reconoce la existencia de la República Federal de Alemania y que tenían intenciones de derrocarla para instaurar en el país un nuevo régimen inspirado en el llamado Imperio alemán o Segundo Reich, que se constituyó en 1871 y desapareció en 1918, tras la derrota sufrida por ese país en la I Guerra Mundial.
La existencia del Reichsbürger era conocida desde hace años, pero más que de preocupación era motivo de burlas en el país, debido a que sus miembros eran considerados como chiflados por comportamientos como no querer pagar impuestos al gobierno federal, emitir documentos de identidad o carnés de conducir propios (sin ninguna validez legal) e imprimir su propia moneda.
Sin embargo, la opinión pública se sorprendió al descubrir que entre sus filas no había solamente personas que se ubicaban en los márgenes de la sociedad, sino también médicos, cantantes de ópera, chefs, un aristócrata poco conocido, una juez que fue miembro del Bundestag y un excomandante militar que fue fundador del Mando de Fuerzas Especiales de Alemania y que estuvo al frente de batallones de tanques de infantería de ese país entre 1998 y 2000.
Además, el grupo tenía almacenadas armas y explosivos.
Ahora, las autoridades no tienen dudas sobre la seriedad de los planes que tenían para revertir el orden constitucional.
Pero, ¿qué fue el Segundo Reich y por qué puede inspirar nostalgia en estas personas, al punto de estar dispuestos a llegar a estos extremos para reinstaurarlo?
El Segundo Reich o Imperio alemán nació en 1871, luego de tres breves y exitosas guerras libradas en el lapso de siete años contra Dinamarca, Austria y Francia.
Se considera que fue fruto del genio del entonces primer ministro de Prusia, Otto von Bismarck, quien lideró al resto de estados alemanes para crear un Estado nación unificado, del cual se convirtió en canciller y cuyo primer emperador fue el rey de Prusia Wilhelm I.
“39 estados alemanes se unieron por primera vez en un nuevo tipo de sistema altamente federalizado, dominado por el reino de Prusia. Era una monarquía semiconstitucional que tenía a su cabeza al káiser o emperador alemán”, explica James Retallack, profesor de historia de Europa y de Alemania en la Universidad de Toronto, a BBC Mundo.
Políticamente era un régimen híbrido que combinaba elementos democráticos con rasgos más autoritarios.
“Tenia un Reichstag (Parlamento) electo democráticamente, por medio del voto de los varones mayores de 25 años. Pero también tenía muchas características no democráticas en el sentido de que el gobierno no estaba formado de acuerdo con la voluntad de la gente, sino que era designado directamente por el emperador y era más o menos independiente del Parlamento”, apunta Retallack.
En términos económicos, aunque hubo momentos de auge y de depresión, durante el Segundo Reich se registró un proceso importante de crecimiento y se formaron grandes y poderosas corporaciones.
La industrialización del país aumentó de forma acelerada.
Mientras en 1870 Alemania producía la mitad del acero que se hacía en Reino Unido, para 1914 la producción germana duplicaba la británica.
De igual modo, entre 1895 y 1907 se duplicó el número de trabajadores alemanes que trabajaban en la fabricación de máquinas.
Para 1913, 63% de las exportaciones germanas eran bienes terminados y Alemania dominaba todos los principales mercados de Europa continental, con excepción de Francia.
Así, antes del estallido de la I Guerra Mundial, Alemania ya era la segunda potencia industrial del mundo, solo superada por Estados Unidos.
“La economía alemana había superado a la británica antes de la I Guerra Mundial. Durante el Segundo Reich hubo muchos progresos económicos, tecnológicos y científicos. Los científicos alemanes estaban obteniendo un número desproporcionado de premios Nobel”, señala Retallack.
Desde el punto de vista social, el Segundo Reich vio surgir por iniciativa de Bismarck las primeras políticas propias de un Estado de bienestar con seguros contra accidentes, pagos por enfermedad y pensiones por vejez. Posteriormente, su sucesor como canciller, Leo von Caprivi, prohibió el trabajo en domingo, así como el trabajo infantil.
Imbuido en el espíritu militarista prusiano, el Imperio alemán se dotó también de un poderoso ejército y se embarcó en el desarrollo de una gran Armada, con capacidad de disputarle el control de los mares al Imperio británico.
Pero estos notables avances no siempre eran impulsados por las mejores intenciones.
La Constitución había sido ideada con miras a convertir al canciller y al emperador en las figuras más poderosas y, de hecho, el voto universal se estableció porqueBismarck pensaba que la población rural siempre favorecería a las fuerzas conservadoras a las que pertenecía.
“Bismarck sabía que no podía construir un nuevo Estado-nación sin el pueblo, por lo que de mala gana estableció un parlamento (el Reichstag) que sería elegido directamente por sufragio universal masculino”, escribió la historiadora anglo-alemana Katja Hoyer, autora del libro Blood and Iron: The Rise and Fall of the German Empire 1871-1918, para un artículo de BBC History Extra en 2021.
El primer canciller de Alemania, sin embargo, no previó los cambios demográficos que experimentaría su país, cuya población -cada vez más urbana y asalariada- tendería a favorecer con el tiempo al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por sus siglas en alemán) y al Partido del Centro, a los que el mandatario consideraba como “enemigos del Imperio”.
Fue precisamente para intentar frenar a estas fuerzas de centro y de izquierda por lo que Bismarck decidió crear en Alemania las primeras políticas propias de un Estado de bienestar social.
“Por supuesto, ninguno [ni Bismarck ni Caprivi] hizo estas políticas debido a un reformismo benevolente”, escribió Hoyer.
“Cambios sísmicos en la percepción de cómo funcionaba la política habían llevado a una situación en la que las élites ya no podían ignorar la voluntad del pueblo”, agregó.
James Retallack señala que Bismarck hizo frente al reto político de la izquierda con una política de “zanahoria y garrote”, en la que las políticas de protección social eran la zanahoria, mientras que las leyes antisocialistas eran el garrote.
“De alguna manera, el garrote era más pesado y más importante. La ley antisocialista estuvo en vigor 12 años (1878-1890) y sus medidas eran draconianas, llevaron al partido socialdemócrata a operar en las sombras, mientras sus líderes eran hostigados y muchas asociaciones y sindicatos fueron disueltos. Hubo publicaciones prohibidas y, en algunas localidades, era casi una ley marcial. Así, la clase trabajadora y el movimiento socialdemócrata sufrieron más bajo la ley antisocialista de lo que ganaron con la legislación de Estado de bienestar”, apunta el experto.
En cuanto a las políticas económicas, aunque llevaron a un crecimiento y a un aumento de la riqueza del país, estaban orientadas a favorecer los intereses de la aristocracia, de los terratenientes y de los grandes empresarios.
En el campo diplomático y militar, con la salida del poder de Bismarck -ocurrida en 1890 tras el ascenso del nuevo y ambicioso káiser Wilhelm II-, Alemania cometió una serie de errores que la fueron dejando aislada en el escenario internacional.
Durante su mandato, Bismarck tejió una serie de acuerdos que buscaban mantener un equilibrio y evitar un posible acercamiento entre Francia y Rusia, cuya alianza consideraba como una amenaza.
Sin embargo, en las décadas posteriores, el Segundo Reich no solamente descuidó esos delicados equilibrios sino que se embarcó en una serie de acciones desafiantes del status quo -incluyendo la construcción de una poderosa Armada para rivalizar con Reino Unido-.
Con estas políticas terminó favoreciendo una alianza entre Rusia y Francia, al mismo tiempo que contribuyó a que se les sumara el Imperio británico, lo que dejaba a Alemania en clara desventaja, con el Imperio austro-húngaro como único aliado de peso.
Además, los intentos de la Alemania imperial de convertirse en un actor global le ganaron el rechazo del resto de potencias establecidas que, con frecuencia, consideraban que los germanos se estaban entrometiendo en sus áreas de influencia especialmente en Asia y África.
El Segundo Reich llegó a su final con la derrota alemana en la I Guerra Mundial, pero su desaparición no es únicamente atribuible al fracaso militar.
“El país combatió en una guerra total en la que cada elemento de la sociedad -de todas las clases- resultó afectado de una u otra forma: bien por las muertes en el campo de batalla o por el hambre extrema”, señala Retallack.
“Esto era principalmente el resultado de la derrota militar, pero también por la insatisfacción ante un Estado que era incapaz de alimentar a su población o de tratarla de forma justa. Por lo que entre 1916 y 1918 se produjeron una serie de huelgas que inicialmente eran para reclamar mejores salarios y alimentos, pero que luego terminaron exigiendo un sistema de gobierno más democrático. Así, el 9 de noviembre de 1918 estalló la revolución y el káiser Wilhelm II fue forzado a abdicar”, agrega.
Pero, ¿por qué entonces hay alemanes que sienten nostalgia por el Segundo Reich?
Katja Hoyer considera que el principal atractivo de este período para quienes lo añoran es el hecho de que se trató de una época dominada por una suerte de valores conservadores.
“La gente mira esa época casi como si se tratara de los 'buenos viejos tiempos', antes de todas las cosas que salieron mal para Alemania durante el siglo XX. Creo que para ellos, el atractivo está en la forma más tradicional de gobernar el país. Imaginan que si Alemania tuviera nuevamente un káiser, regresaría a tener una suerte de valores más tradicionales. Así que es una forma de rechazar los valores modernos presentes en la forma como Alemania ha cambiado recientemente”, señala.
Retallack, por su parte, considera que el sentimiento de nostalgia dependería un poco de la clase social a la que pertenezcas.
“Muchos miembros de la clase trabajadora, que constituyen el 60% o 70% de la población, probablemente no mirarían con mucha nostalgia el período del Imperio alemán”, afirma.
“Para los miembros de la clase media y de la clase alta, hay un cierto sentimiento sobre la llamada “belle epoque”, nombre francés con el que a veces se hace referencia al periodo previo a 1914. Pero eso ocurre porque se mira en retrospectiva con unos lentes de color rosa”, concluye.
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