En el valle de Joux, en el oeste de Suiza, la labor tradicional de la relojería está floreciendo. No es sólo porque las principales empresas de relojeros tienen sus talleres en la cadena montañosa del Jura, al norte de los Alpes suizos, sino porque también han nacido artesanos independientes altamente calificados.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
El reloj más complejo fabricado en el mundo se dio a conocer en Ginebra en setiembre pasado, antes de ser vendido a un misterioso comprador en Nueva York.
El comprador pagó cerca de US$9 millones por un reloj que cuenta con 57 características especiales y 2.826 piezas.
El reloj marca las campanadas del Big Ben, las fases de la luna y el calendario hebreo, pero no se puede usar en la muñeca porque pesa 900 gramos y es del tamaño de una hamburguesa.
“A veces la gente dice que es estúpido crear un reloj mecánico con tantas complicaciones”, dice Vicente Jatton, director del Museo Espace Horloger del valle de Joux.
“Pero cuando usted crea una pieza así usted innova para el futuro. Invierte en algo que tal vez puede producir más adelante para un gran público”.
En el interior, en un taller lleno de máquinas antiguas y herramientas de los cientos que él mismo ha fabricado, Philippe Dufour porta una lupa pegada al ojo derecho mientras urga su último reloj.
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Los ingresos de venta de los relojes suizos en los grandes mercados internacionales se han duplicado desde el año 2000. (Foto: Getty Images)
Cuando termina, va a calentarlo, según dice, para lograr ese “bonito color azul acero”.
El taller es lo suficientemente tranquilo para escuchar el tic-tac de un reloj de pulso.
“¿Hizo usted este reloj?”, le pregunto. “Ajá”, responde afirmativamente.
De hecho, no sólo se inventó este reloj, conocido como el Grande Sonnerie (gran sonador, en español), sino que además hace casi todas sus piezas.
Cada reloj toma nueve meses para hacer. “Al igual que un ser humano”, dice.
Tan pronto como termina uno de ellos, lo vende, dice.
Ha hecho nueve, la mayoría ha sido comprado por varios cientos de miles de dólares cada uno por coleccionistas en Japón y Singapur, dice sin especificar la cantidad exacta.
Todavía tiene el primer Grande Sonnerie que hizo, una versión de bolsillo. Se enrolla para arriba y los diminutos engranajes giran detrás de su caja de cristal. Las campanas suenan tan claro como un reloj de mesa.
La nieve, ideal para los relojeros
La relojería despegó en Suiza en el siglo XVI cuando Juan Calvino prohibió la joyería así que los orfebres tuvieron que crear un nuevo oficio.
Al mismo tiempo, los protestantes que huían de la persecución en Francia trajeron sus habilidades de relojería a Ginebra y juntos forjaron la reputación de Suiza como centro de excelencia.
Pero la industria se radicó en este valle en particular a causa de la nieve.
“Estamos a unos mil metros de altura. En invierno, todo cerraba por cuenta de la nieve y la gente se quedaba atascada en ese valle. ¿Y qué tenían para hacer? ¿Ordeñar una o dos vacas?”, dice Dufour.
“En invierno no hay nada más que hacer… Así que poco a poco se organizaron. En casi todas las granjas había un taller y todo el mundo trabajaba: desde los niños hasta los abuelos”.
El resultado es que hoy en día casi todos los grandes nombres de los relojes suizos están aquí. Breguet, Longines, Audemars Piguet, Patek Philippe, Jaeger-LeCoultre, Blancpain, Vacheron Constantin.
Así como los relojeros independientes, como Philippe Dufour, que fabrica algunos de los relojes más valiosos del mundo.
Suiza produce el 3% de los relojes del mundo, pero su 3% vale US$24.300 millones, casi el mismo valor del 97% restante.
La industria ofrece una gran cantidad de puestos de trabajo.
El valle de Joux tiene una pequeña población, de 6.500 personas en total. Pero gracias a las multitudes de franceses que cruzan la frontera todos los días para trabajar en Suiza, 4.500 personas trabajan aquí haciendo relojes.
En la centenaria Escuela Técnica de Relojería del valle de Joux, que produce 50 nuevos relojeros suizos al año, el director Fabien Graber me dice que hay dos candidatos para cada lugar.
“La precisión”, dice Fabrice. “El orden, la limpieza y la tranquilidad. Es un trabajo muy tranquilo. Es un mundo perfecto”.
“Principalmente por la historia”, dice su amigo Stéphane. “En el valle había un montón de relojeros expertos por lo que este es el mejor lugar para aprender relojería”.
“¿Y te gusta el hecho de que se trate de una tradición suiza?”, le pregunto a Stéphane. Sí y está orgulloso de ello también.
Pero Fabrice y Stéphane tienen suerte todavía hay una industria relojera suiza.
En la década de 1970 y 1980 casi se hundió. “La crisis del cuarzo”, como se le llamaba, redujo la industria relojera suiza de de 90.000 a 28.000 empleos, debido a la competencia de los relojes japoneses de baterías, de los que los suizos mismos fueron pioneros.
El eslogan publicitario amenazante de la marca japonesa Seiko era: “Algún día todo los relojes se harán de esta manera” y muchos creyeron que era el fin de los relojes mecánicos.
Pero no fue así.
Gracias a la invención de la marca Swatch para el público más económico y el retorno de los relojes mecánicos para el público más sofisticado, la industria relojera suiza ya recuperó 50.000 puestos de trabajo.
Los ingresos de venta de los relojes suizos en grandes mercados como Hong Kong, EE.UU., China, Singapur, Alemania, Francia y Reino Unido casi se han duplicado desde el año 2000.
Poco importa al parecer que nadie necesite un reloj porque todos tenemos ahora el tiempo en nuestros celulares.
De vuelta en su taller Philippe Dufour ventila su reloj, sosteniendo el mecanismo sobre su oreja.
“Hay un montón de cosas que no necesitamos. Pero eso –dice sonriendo mientras escucha el rápido tic-tac del aparato– no se puede reemplazar.”