Dividido, crispado, polarizado: esos son algunos de los adjetivos que se escuchan en Chile para describir el clima político en la antesala del 11 de septiembre, cuando el país marcará los 50 años del golpe militar que derrocó a Salvador Allende en 1973.
Las tensiones han sido evidentes en todos los ámbitos de la sociedad, desde el gobierno - donde el Ministerio de Cultura, a cargo de las conmemoraciones, ha tenido tres titulares, y el asesor presidencial para estas materias debió renunciar en julio-, al Congreso, que tuvo en agosto una álgida sesión en que la derecha y la ultraderecha apoyaron la declaración parlamentaria que hace cinco décadas, pocos días antes de su derrocamiento y muerte, acusó a Allende de quebrar el orden constitucional.
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Mientras hacían pública su adhesión, representantes de la izquierda y el oficialismo dejaron la sala o mostraron fotos de personas desaparecidas en dictadura, y pidieron “justicia, verdad, no a la impunidad”.
Las redes sociales también reflejan el gran abismo que separa a quienes justifican el golpe liderado por Augusto Pinochet de sus detractores y de las miles de víctimas que dejó.
A días de la conmemoración, los partidos todavía no lograban consensuar una declaración conjunta. Y ni siquiera la pasada semana en la presentación del Plan Nacional para la búsqueda de personas desaparecidas se logró reunir a los liderazgos de todo el espectro político.
¿Qué está pasando en Chile a 50 años del golpe?
“Lamentablemente esta conmemoración no está siendo aprovechada como un momento propicio para reflexionar sobre nuestra historia reciente, nuestros dolores, aprendizajes, lecciones, recomendaciones y propuestas para el futuro”, plantea en entrevista con BBC Mundo Hugo Rojas, Doctor en Sociología de la Universidad de Oxford y profesor de Derechos Humanos de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago.
Rojas colaboró en 2004 con la “Comisión Valech”, creada por el expresidente Ricardo Lagos para identificar a las personas detenidas y torturadas por agentes o personas a servicio del Estado bajo el régimen militar, y contribuyó en materias de probidad en el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010).
Es autor del libro “Past Human Rights Violations and the Question of Indifference: The Case of Chile” (2022) descrito por la editorial británica Palgrave MacMillan Cham como “el primer análisis científico sobre la indiferencia ante las violaciones sistemáticas y masivas de los derechos humanos en una sociedad polarizada”.
¿Cómo ha visto los días previos a la conmemoración de los 50 años?
Yo pensé que este podría haber sido un momento para mirarnos como sociedad y reconocer las tragedias, las heridas profundas que tenemos en Chile y tratar de comprenderlas.
Pero como esas verdades, esas heridas, no son conocidas por toda la sociedad, no ha sido posible ni un aprendizaje en estas materias, ni la construcción de un consenso.
Creo que lo más grave es que en la sociedad chilena no hay una cultura de los derechos humanos.
Yo estudié en mi tesis doctoral una encuesta nacional y concluí que en el país sólo el 38% de las personas adultas tiene un compromiso con los derechos humanos y la justicia transicional (que es como las Naciones Unidas describen los procesos y mecanismos para abordar las consecuencias de un pasado de abusos a gran escala).
Hay un 28% que, en cambio, es hostil a estos conceptos, y luego tenemos otros dos grupos muy interesantes.
Un 16% que es claramente indiferente: no quiere saber, le perturba hablar, no quiere preguntar. Y otro 18% que es ambivalente: presta atención a algunas cosas, le interesa que sus hijos reciban educación en el colegio sobre lo que pasó en dictadura, por ejemplo, pero no está de acuerdo en financiar una ley de sitios de memoria.
Son personas con contradicciones.
¿Qué consecuencias tiene eso?
Explica por qué nos hemos demorado tanto en Chile en saldar cuentas con el pasado, y en el proceso de justicia transicional.
Si tenemos importantes logros (en verdad, reparación, memoria, justicia y garantías de no repetición), es porque han sido activados por un grupo de la población que le da importancia. Aunque también quedan varios desafíos importantes.
Y entre ese grupo, los más comprometidos son las víctimas y sus familiares, que han contado con la colaboración de algunas personas más sensibles o algunos dirigentes políticos que han puesto sus demandas en el debate público.
Lo que quiero transmitir es que hay sectores en nuestra sociedad que están incómodos con la conmemoración de los 50 años, que les ha problematizado mucho abrir una conversación, porque estiman que hay demasiadas personas que se podrían quejar, reclamar y considerarlo inapropiado.
Estas son las dificultades habituales de quienes tratamos de trabajar en la justicia transicional en Chile. A veces logramos convencer, pero la mayor parte del tiempo fracasamos.
Ha mencionado también que falta conocimiento sobre lo ocurrido
Yo veo que los procesos de socialización sobre lo que ocurrió en la dictadura, han fracasado.
Porque tienes que invitar a la gente a que conozca algo que es doloroso. Y las personas, por un mecanismo de autodefensa y protección, rehuyen a esta información que puede ser perturbadora.
La habilidad está en encontrar los mecanismos para comunicar estos temas. Creo también que tenemos que ser más creativos, y ese es un desafío para el cine, la literatura, para el periodismo, porque también hay que lograr que estos temas ingresen a la cultura popular.
Cuando hablas desde la rabia, desde la denuncia, no consigues el objetivo esperado. Hay que encontrar formas de hablarle al indiferente, al ambivalente, sin que cambie de canal.
Y también hablarle a los nostálgicos de la dictadura, y sobre todo a sus hijos, hijas, nietos. Eso lo logró Alemania con éxito.
¿Qué destacaría del trabajo que se hizo en Alemania?
En Alemania, tras la guerra, se instaló la necesidad de reflexionar sobre el sentido de la culpa, que lo que había ocurrido no era sólo obra de los nazis, sino que había algo que abarcaba a toda la sociedad. Que si bien una cosa eran los criminales, otra cosa era la sociedad: ¿qué nos pasó?
Esa es una reflexión que en Chile no hemos tenido: qué nos pasó, por qué como sociedad fracasamos con el quiebre de nuestra democracia, por años no vivimos bajo un estado de Derecho y no reconocimos los derechos humanos. Esa es una reflexión potente.
Cuando reconoces la culpa, tienes que esclarecer qué pasó, que se conozca la verdad. Que esa verdad esté presente.
En Alemania hay más de 70 mil placas de bronce en las veredas que representan “la piedra con la que me tropiezo”, y están instaladas afuera de los lugares donde una persona fue detenida o ejecutada.
Esas cosas en Chile no las tenemos. Hay muy pocas excepciones.
Habrá quienes se preguntarán por qué asumir la culpa de hechos donde no participaron, por hechos ocurridos cuando ni siquiera habían nacido.
Para Alemania es un asunto público. Y se ve como un tema intergeneracional. Para nosotros en Chile este es un asunto privado, privado de la víctima y privado del perpetrador.
Esa es una gran diferencia. Porque cuando asumes el tema como asunto público, tienes que estudiarlo en los colegios, tienes que analizarlo en serio, tienes que ver qué pasó; en el caso de Alemania, ver los orígenes del antisemitismo.
Aquí en Chile no hay transmisión de reflexión cultural en los colegios. Y además, lidiamos con tabúes.
¿Cuánto pesa la falta de información sobre lo ocurrido?
Esa podría haber sido una conversación de este año. ¿Qué incentivo tiene la gente para romper los pactos de silencio? Ninguna.
En Sudáfrica les dijeron, “perfecto, te vamos a amnistiar si vas y declaras en público, a cara descubierta, y muestras arrepentimiento, y explicas los hechos, explicas tu participación, si pides perdón a las víctimas y a los pueblos de Sudáfrica, nosotros te vamos a perdonar a ti, y no te vamos a meter preso”.
Ellos optaron por esa vía, porque querían que se supiera la verdad y que la gente que cometió los crímenes pidiera perdón.
Nosotros optamos porque estos asuntos se quedaran en tribunales. Y allí están los jueces, que además necesitan más recursos para resolver estas 2.040 causas de derechos humanos pendientes... O si no, la solución chilena sería una de impunidad biológica, porque van a morir los acusados, los procesados, y las víctimas y sus familiares más directos también morirán.
En Chile sería bueno discutir legal y políticamente qué incentivos se pueden ofrecer para que las personas entreguen la información que conocen.
¿Qué ha sido distinto en esta conmemoración de los 50 años en relación a los aniversarios anteriores?
Ha sido distinto.
Cuando fueron los 30 años, en 2003, el presidente Ricardo Lagos dio un discurso llamado “No hay mañana sin ayer”, donde planteó una hoja de ruta con metas concretas: anuncia la creación de una comisión sobre prisión política y tortura, porque reconoce que por los primeros 13 años de la transición el tema de las víctimas de la tortura no había sido abordado por el Estado. No era sencillo. Pinochet estaba siendo investigado por el juez (Juan) Guzmán.
El escenario cambió en 2013, cuando gobernaba el presidente Sebastián Piñera, para los 40 años. Pero aunque quizás la forma de reflexionar del Estado fue débil, sí fue muy activa en la sociedad civil.
Hubo series importantes de televisión sobre el tema, empezaron a aparecer publicaciones, investigaciones periodísticas, se habían dictado más sentencias, había más material.
Yo pensé que en 2023 continuaríamos en esa tendencia. Ya teníamos el Museo de la Memoria, el Instituto Nacional de Derechos Humanos, pero ahora nos encontramos congelados. Estamos caminando de puntillas.
¿Qué quiere decir?
Creo que fuimos noqueados por el estallido (social de 2019), y todavía estamos tratando de entender qué pasó. Esa explosión, esa rebelión fue traumática para muchos sectores de la sociedad…
Luego la pandemia nos congeló. Y después comienza un proceso constituyente que no ha resultado.
Fracasamos en un primer intento y no estoy optimista sobre el segundo, porque hoy las encuestas muestran que la mayoría de la población estaría en este momento rechazando una propuesta de nueva Constitución que todavía no conocemos.
Creo que la sociedad chilena está desorientada, no tenemos un norte claro. ¿Cuál es el proyecto país, cuáles son las normas básicas que nos congregan?
Estamos noqueados. Nos está costando ponernos de pie. Quedamos mareados. Y eso coincide con la conmemoración de los 50 años. Una sociedad mareada prefiere no hablar de esto porque no está preparada.
¿Cree que ha sido una especie de “tormenta perfecta”?
Más que tormenta perfecta, estamos en un remolino con corrientes diversas que dejan perpleja a la ciudadanía.
¿Cómo ve la figura de Pinochet a 50 años? Una encuesta CERC MORI indica que la cifra de quienes creen que hubo una razón para el golpe de Estado pasó del 36% en 2003 a 16% en 2013, y de nuevo al 36% en 2023
Creo que la figura de Pinochet es cada vez más rechazada, porque se ha ido conociendo más de lo que hizo. En realidad, los sectores pinochetistas son cada vez más reducidos.
El apoyo a su figura no es mayoritario y se ha ido reduciendo con los años de la transición. Partió con 44% de apoyo en el plebiscito de 1988, y esa cifra fue disminuyendo.
Otra cosa es que, en una sensación de desamparo, de estar frente a un torbellino, se diga que se necesita una figura fuerte, autoritaria, que ponga orden. Eso podría estar creciendo y la figura de alguien con poder se puede estar volviendo más atractiva.
No se puede hacer renacer a Pinochet, pero podría ser que se buscara a alguien con un perfil similar. Eso me tiene preocupado.
¿En definitiva, hay más división ante los 50 años o es la división de siempre?
Seguimos divididos entre quienes asignan importancia a los derechos humanos, los que prefieren no conversar, y aquellos que lamentablemente justifican lo que pasó en dictadura.
¿Todos los años de transición no han logrado cambiar eso?
No, y la sociedad chilena se sigue segmentando. No es una sociedad inclusiva. Está llena de barreras invisibles donde no hay conversaciones entre quienes piensan diferente.
No se nos enseña desde el colegio a dialogar con respeto y tolerancia en espacios de diferencia. Entonces los similares se congregan en colegios, universidades, empresas y los espacios donde se valore la diversidad y la diferencia se están reduciendo.
¿Alguna señal de esperanza?
Creo que la esperanza podría partir si se logra un acuerdo transversal de redactar una Constitución que le haga sentido a la mayoría de los ciudadanos.
Espero que se logre un marco normativo en el que la sociedad chilena esté de acuerdo. Que un grupo no se la imponga a otro.
El gobierno acaba de lanzar el Plan Nacional de Búsqueda de víctimas de desaparición forzada bajo el régimen de Pinochet. ¿Cómo cree que impactará en el ambiente de la conmemoración?
Este anuncio era muy importante. Y una de las cosas valiosas es que fue un trabajo participativo con las asociaciones de familiares. Los familiares han podido opinar, se hicieron reuniones en todo el país para fortalecer el plan.
La búsqueda es imprescindible para una sociedad. Todos debiéramos apoyar a encontrar los restos. Todos los sectores.
¿Cree que esto será parte del legado del presidente Boric?
Sí, y es muy importante. Va a ser parte de su legado, pero la potencia del plan dependerá de la voluntad de todos los sectores para contribuir a que sea fructífero.
Este trabajo requiere liderazgo político para invitar a la sociedad civil a ser parte, porque todos vamos a tener que mirarnos al espejo y preguntarnos: “¿Cómo estoy contribuyendo a encontrar estos restos que no han sido habidos?”.
Aplaudo que esto haya sido anunciado.
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