Martín Gómez*, de 41 años, vive a apenas cinco cuadras y media de Puerta 8, la villa miseria -o barrio pobre- en la zona oeste del Gran Buenos Aires donde se cree que se vendió la cocaína adulterada que ha causado al menos 23 muertes y más de 80 hospitalizaciones.
El miércoles su padre, Alfonso, lo halló tirado en la cama, inconsciente, y lo llevó al hospital, donde le salvaron la vida.
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En conversación con BBC Mundo, el hombre contó que ahora su hijo está “re bien” y ya está de nuevo en su casa.
“Pero cuando lo vi ayer estaba tirado en una cama, muerto. Lo zamareaba, lo sopapeaba y no reaccionaba, estaba muerto”, recuerda.
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Los investigadores creen que el alcaloide podría haber estado mezclado con algún tipo de veneno o “fraccionado” con alguna otra sustancia.
El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, hizo un llamado para que cualquier consumidor que haya comprado cocaína en las últimas 24 horas, se deshaga de ella.
A la entrada de los cuatro hospitales a donde fueron trasladadas inicialmente las víctimas, se veían familias llorando y abrazándose afuera, mientras esperaban información sobre sus familiares.
Según le dijeron a la BBC asesores del gobierno provincial, se cree que “el número de víctimas podría ser mayor”.
La pesadilla de la familia de Martín comenzó el miércoles por la mañana, cuando Santiago, el pequeño hijo del hombre, de solo 4 años, llamó desesperado a su madre, para avisarle que su padre no salía de la cama.
“Papá no se despierta”, le dijo.
“Ella se levantaba a las 4:30 de la mañana para ir a trabajar y Santiago quedaba a cargo de su padre, quien lo despertaba y le preparaba el desayuno”, contó el abuelo.
Pero el miércoles, eso no ocurrió.
“Santiago lloraba y decía: 'Le pego cachetazos a papá y no se despierta'”, cuenta Alfonso. “Me dolía el alma, pobrecito mi nietito. ¿Sabés lo que es pasar por eso?”.
La madre le pidió que llame a su hermano más grande, quien tampoco pudo hacer reaccionar a su padre.
“Le dijo a su mamá que estaba mal, que le salía baba de la boca y no se despertaba”.
Ella lo llamó a Alfonso, que vive cerca.
“Agarré la bicicleta y me fui corriendo”, recuerda.
Cuando vio a su hijo tirado en la cama pensó que estaba muerto.
“Estaba viajando ya para el cielo”, asegura.
“Vino mi hija, lo sentamos, le dimos unos tortazos y se despabiló un poco. Lo tuve que llevar yo al hospital. Es alto, mide casi 2 metros, ¿sabés lo que pesa ese cuerpo muerto?”.
“Con la ayuda de mi hija y un amigo lo subimos al auto de ella y lo llevamos al hospital Bocalandro. Ahí le hicieron un lavaje y qué se yo cuánto. Le pusieron suero, le hicieron de todo y gracias a Dios zafó”.
“Gracias a Dios pude salvar a mi hijo”, dice aliviado.
Alfonso asegura que su hijo “se fumaba un porrito de vez en cuando”, pero no era común que consumiera cocaína.
“El miércoles llegó a las 3 de la mañana de trabajar y se juntó con unos amigos en Puerta 8. Con ellos tomó la cocaína que estaba envenenada”.
“De los otros que habían estado consumiendo todo el día, unos cuantos murieron”, afirma.
Su hijo, en cambio, fue dado de alta a la medianoche, después de siete horas de internación.
“Menos mal que tomó poco”, comenta el padre.
Dos amigos de su hijo de Puerta 8 que también habían recibido el alta médica fallecieron unas horas más tarde, asegura. “Uno se descompensó al llegar y otro se puso a fumar un porro y también se descompensó y murió”.
Alfonso no cree que los operativos contra el narcotráfico que se originaron debido a la aparición de la cocaína adulterada y el alto número de víctimas cambie nada.
“Agarran a perejiles”, afirma, asegurando que la comisaría de su barrio “arregla con los narcos”.
Asegura que ahora estará más pendiente de su hijo, ya que teme que pueda volver a caer en las drogas: “Quiero ver cómo anda y en qué anda. Lo tengo que vigilar bien”, dice.
“Es buena persona, pero no me gusta que tome merca”.
*Los nombres de los protagonistas han sido cambiados por pedido de ellos, para proteger su privacidad y seguridad.
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