En los 17 barrios que fueron arrasados por la avalancha en Mocoa (Colombia), y que dejó casi 300 personas muertas, hay un ambiente de soledad, tristeza y nostalgia. Por encima de las piedras y el barro, ahora convertido en polvo por el sol que ha hecho, las mascotas deambulan sin rumbo, buscando lo que algún día fue su hogar y lo que quedó de sus amos.
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Dicen los que aún se arriesgan a caminar por la zona que estos animales pasan la noche acostados en tablas, colchonetas viejas o simplemente sobre las rocas, siendo su triste aullido lo que se escucha al paso de la quebrada Taruca.
Es por eso que la capitán de la Policía de Carabineros, Catalina Riascos, jefe del departamento de guías caninos del Putumayo, sintió como propio el drama de estos animales y decidió intervenir.
“Esa madrugada de la tragedia atendimos cientos de personas, salvamos muchas vidas y recuperamos muchos cuerpos, pero después que llegaron más organismos a apoyar nos dimos cuenta que estas mascotas también tenían su noble corazón partido y comenzamos a ayudar”, cuenta.
Apoyada por 12 de sus hombres, comenzó a recuperar a los animales que deambulaban por las calles de la devastada ciudad. Crearon un hogar de paso improvisado en el parqueadero de la Policía de Mocoa, detrás del Coliseo Olímpico.
“La avalancha se llevó familias enteras, los barrios fueron acabados y estos animales, sin quien los cuidara, hacían rondas por donde estaban sus casas. Algunos por el hambre terminaban solitarios por las calles, buscando comida. Como Policías Carabineros, y en general como servidores de la patria, sentíamos el vacío de estos nobles seres, algunos heridos, otros deshidratados, y los comenzamos a ayudar”, relata la Capitán.
Más de 100 animales, entre perros y gatos, han sido atendidos en este hogar de paso improvisado, al que han llegado a apoyar veterinarios de los centros educativos del Putumayo, además de voluntarios de Nariño y el Huila.
Han instalado carpas para la atención veterinaria. Se cuenta con algunos medicamentos básicos para preservar la vida de las mascotas y alimento que han donado algunas fundaciones animalistas.
“Vimos que estaban heridos, habían tragado barro, algunos con raspaduras, otros con fracturas y otros con depresión. Tratamos de atenderlos con la urgencia vital que esto requiere y es así como hemos salvado a muchos de la muerte”, dice.
Cuando un animal es encontrado y llevado al hogar de paso, como en cualquier sala de urgencias, es revisado rápidamente por los médicos que están de turno. Luego se le hace una historia clínica, se le colocan medicamentos, se alimentan y se les monitorea constantemente.
“Para ellos no hay alegría más grande que encontrarse de nuevo con sus amos. Algunos ya saben que aquí tenemos varias mascotas y cuando los encuentran es un momento de mucha felicidad: el animal siente como si volviera a vivir y nos hace sentir orgullosos de nuestra labor”, comenta la Capitán.
Por su parte, Ángela Patricia González, médica universitaria de la Universidad de la Amazonía, convocó a varios de sus compañeros para prestar sus servicios por la pasión que los une: salvar las vidas de los que no tienen voz.
“Nos hemos distribuido el trabajo entre voluntarios, Policía y comunidad para buscar los animales que aún quedan por las calles. Hay unos que no sabemos si están vivos o si están muertos por la gravedad de su patología, pero los hemos podido recuperar, verlos sanos nos da mucha alegría”, dice la doctora González.
Mientras tanto, Valentina Cardona Carvajal, de 19 años, oriunda de Pasto y perteneciente a la Asociación Animalista de Nariño, también ayuda a los animales víctimas de la tragedia de Mocoa. “Es una pasión que nos mueve y por ella viajaría a cualquier lugar del mundo a ayudar”, dice.
Nuevas organizaciones animalistas de todo el país han llegado a la capital del Putumayo a rescatar animales, como es el caso de Naricitas Húmedas, Fundación Arca y Colonia Holly, entre otras.
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—Los animales son protagonistas—
En el hogar improvisado permanece Roco, un perro Pastor Alemán, de aproximadamente 12 años, que se ha convertido en un héroe para el municipio. El canino, en medio de la avalancha rescató a varias personas y las llevaba hacia las orillas para que fueran auxiliadas, después regresaba por más e incluso sirvió de guía para otros perros que nadaban contra la furia de las aguas.
El Tiempo también conoció la historia de Lassie, una perrita criolla color dorado que vagaba desde la mañana del sábado 1 de abril por el barrio San Miguel, comiendo lo que encontraba.
A pesar del llamado de sus vecinos para salir de la zona, Lassie no quiso irse y permanecía acostada en la cama de su dueño, de quien aún se desconoce el paradero, pero que la perrita, de aproximadamente un año, esperaba que regresara.
Fue en la tarde de este miércoles, cuatro días después de la avalancha, que José Darío, un voluntario oriundo de Villavicencio decidió recorrer la zona devastada, allí encontró a Lassie, que, sin pensarlo dos veces, se le montó encima y le lamió la cara.
“Fue como una conexión, yo estaba buscando hacer otro rescate y ella estaba buscando afecto. Nos entendimos perfectamente y ahora espero que sea dada de alta para poder adoptarla”, cuenta.
A su vez, en el albergue del ITP, donde hay más de 1.700 personas, las familias sienten alegría de poder encontrarse con vida y a su vez tener sanos a sus mascotas.
Después de un baño y quitándole el barro alrededor de los ojos, Elver Molina, un hombre de 32 años, recuerda como encontró a Luna, su perrita.
“En el momento de la tragedia salí con mi familia corriendo en medio de la oscuridad, mi perrita se quedó atrás y, desde un segundo piso, en la casa de un vecino, vi como el agua se llevó mi casa. Pensé que la había perdido, pero dos días después la encontré debajo de unas tablas escondida, aún con miedo y esperándome”, relata. Muñeca es otro símbolo de supervivencia, pues simplemente con el olfato logró ubicar a sus amos en este albergue.
“Un vecino que duerme en la misma carpa de nosotros regresó a nuestro barrio, donde no quedaba nada por la avalancha. Ahí sintió que una perrita lo olía mucho hasta que decidió pegársele a él y, aunque no la conocía, decidió traerla al albergue. Mi vecino llegó diciendo 'mirá que una perrita lleva horas caminando conmigo' y cuando la vimos era mi Muñeca, por el olfato nos encontró y ahora vive feliz a nuestro lado”, cuenta Jenny Paz, su dueña.
En el albergue del ITP y en los otros albergues de Mocoa, también hace presencia la Policía de Carabineros y las asociaciones animalistas quienes le brindan servicio médico a los animales y los vacunan contra enfermedades que pueden surgir debido al hacinamiento.
Fuente: Mario Baos/El Tiempo, GDA
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