Detrás de la crisis de seguridad que atraviesa Bogotá y de los macabros homicidios y embolsados que se han venido presentando desde marzo de este año, hay una modalidad de asesinato específica que ha prendido las alarmas entre los cuerpos de investigación criminal de la Fiscalía.
Tan solo entre enero y junio de 2022 se han reportado seis casos de personas que aparecieron muertas con patrones similares, no solo en la forma en la que fueron ultimados, sino, además, en la localización donde se encontraron sus cuerpos.
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La particularidad: todos habían sido inyectados con una combinación de fármacos que son utilizados para el tratamiento de la epilepsia y del sistema nervioso central y otros que son usados para dopar o incluso practicar eutanasias en animales, como perros y gatos.
Los hallazgos de este año se suman a tres homicidios con este mismo patrón que las autoridades ya habían detectado en 2021; no obstante, en ese momento no se habló de una conducta similar entre los móviles de los hechos.
Teorías alternas sobre los crímenes en Bogotá
Aunque la información recopilada por los investigadores aún es incipiente y la investigación no ha arrojado datos concretos, lo cierto es que ya hay dos hipótesis que son analizadas por los investigadores: la primera de ellas es que las víctimas pudieron haber sido asesinadas en medio de un ajuste de cuentas por el consumo, la venta o la distribución de estupefacientes en la que su victimario usó esas sustancias para acabar con sus vidas y así cobrar una deuda de honor o la mala realización de un negocio.
La segunda, que preocupa aún más, se trataría de la posibilidad de un asesino en serie que usa las venopulsiones (inyección en las venas) para asesinar a sus víctimas. La teoría que estudian los investigadores podría dar pistas de que un hombre estaría inyectando a otros sujetos con un coctel de fármacos para causar la muerte.
Una fuente enterada de la investigación le contó a EL TIEMPO que “se contempla la posibilidad de un asesino en serie, aunque es muy prematuro para asegurarlo, porque las marcas que quedan en los cuerpos, luego de las venopulsiones, nos dan pistas de un perfeccionamiento de la técnica. Es decir, cuando hallamos el primer cadáver la equimosis o ‘morado’ alrededor del pinchazo era de gran tamaño y era evidente el maltrato generado. Sin embargo, conforme fueron apareciendo los cuerpos la técnica era cada vez más limpia, tanto que en último ya no se veía el lugar de la inyección”.
Otra de las particularidades es que todos los cuerpos tienen una correlación en la ubicación geográfica donde fueron encontrados o, por lo menos, donde fueron abandonados.
De los seis casos de este año, uno fue reportado en el río Fucha, en San Cristóbal; otro en esa misma localidad; tres más en la antigua vía al Llano, en Usme; un cuarto en el páramo El Verjón, saliendo por Santa Fe hacia los cerros, y, finalmente, otro en la vereda Quiba, en Ciudad Bolívar.
Patrones similares
Pero, ¿cuál es la particularidad de estas zonas? Para el experto en seguridad de la Universidad Nacional, Juan Sebastián Jiménez, esta situación se podría explicar porque el corredor que comprende las localidades de San Cristóbal, Usme y Ciudad Bolívar “ha sido históricamente un cinturón de máxima importancia para las economías ilegales que se mueven en torno al microtráfico y donde se disputan grandes estructuras criminales el control”.
Sin embargo, explicó Jiménez, que por la clase de medicamentos que se estarían usando para causar la muerte también podría tratarse de una nueva modalidad de suicidio asistido, que se da en el marco de ese mismo escenario de guerra por las drogas que se ubica en los cerros de Bogotá.
Para el investigador de los casos, hay más patrones que dan luces sobre lo que podría estar sucediendo en esas zonas de la ciudad. “Los cuerpos hallados durante este periodo de tiempo coinciden en que son jóvenes que oscilan entre los 20 y los 38 años, todos eran reconocidos como consumidores habituales de sustancias, con procesos de rehabilitación inconclusos y con dinámicas familiares complejas”, señaló.
Sin embargo, advirtió que aunque en la ciudad ya se habían presentado algunos casos de suicidio con uso de sustancias, no se tiene un registro de homicidios con esta modalidad de venopulsiones con tantos patrones similares, como el modo de la muerte, el periodo de tiempo y el lugar donde se habría cometido el crimen.
En esa línea, Paula Andrea Amaya, psicóloga forense y perfiladora criminal de la Universidad Manuela Beltrán, señaló que las dinámicas criminales en Bogotá se han venido trasformado. “El modus operandi cambió desde hace unos cinco años. Estamos encontrando que el uso de ácidos, fármacos y elementos de venta libre son priorizados por los agresores porque estos no dejan un elemento material probatorio en la escena y porque son de bajo costo. Son altamente usados porque evitan que se pueda perseguir el rastro del crimen”, señaló la experta.
Amaya agregó que esta modalidad delictiva, que estaría creciendo en la ciudad, tiene como finalidad la inmovilización inmediata de la víctima y es usada en secuestros y desapariciones. “El modo es muy claro y es evidente la forma en la que los criminales están accediendo a las víctimas. El reto es que se cree una política criminal en pro de los sujetos que son propensos a este tipo de agresión”.
Los medicamentos
Si se administra el medicamento directamente por la vena, el efecto va a ser muy rápido porque inmediatamente llega al cerebro y la persona va a sentir un ahogo.
Pero más allá de la forma de los homicidios, Ángela Caro Rojas, directora del programa de Química Farmacéutica de la Universidad Javeriana y miembro de la junta directiva de la International Society of Pharmacovigilance, explicó que los barbitúricos tienen un efecto inmediato sobre el sistema nervioso central y una aplicación de una dosis podría generar una depresión respiratoria. “La persona no puede respirar y puede fallecer”, advierte.
Por otro lado, respecto al fármaco anticonvulsivante, Caro dice que tiene una “ventana terapéutica estrecha”, es decir que la dosis efectiva en un paciente está muy cerca de la dosis que puede ser tóxica. “Cualquier incremento puede generar un daño muy serio como el coma y la muerte. Si se está utilizando este medicamento para hacer daño, es un problema serio”.
Ahora bien, para los investigadores de los casos, el uso de estas sustancias podría deberse a los efectos que provocan en el cuerpo y tendría una relación con el tiempo que demora en causar daño, luego de ser inyectado, que podría ser muy rápido o muy lento, generando periodos de agonía.
”Si se administra el medicamento directamente por la vena, el efecto va a ser muy rápido porque inmediatamente llega al cerebro y la persona va a sentir un ahogo; si le están causando la muerte, pues va a sufrir. Sin embargo, el efecto es tan fuerte que podría ser relativamente rápido”, anotó Caro.
Por otro lado, los expertos no descartan que si el fármaco es suministrado en un músculo, el efecto es más lento y esto podría alargar el sufrimiento porque la víctima sentirá ahogo prolongado hasta llegar a la muerte. “Es una cuestión salvaje. Esto es usado en Estados Unidos para los condenados a muerte, pero ahí se induce primero el sueño para que no sientan el efecto y luego fallezcan”, finalizó Caro.
Y si bien las investigaciones apuntan a posibles asesinatos seriales o a ajustes de cuentas, lo cierto es que los investigadores siguen buscando pistas que les permitan establecer hipótesis más concluyentes.
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