José Vicente Rojas desapareció hace 31 años a manos de las Farc, y su esposa, Olga Esperanza Rojas, acumuló fuerzas para buscarlo a él y a otras víctimas de las Fuerzas Militares, a través de una fundación.
Ella sabe muy bien qué grupo armado fue el que armó un retén de tres días entre Carepa y Mutatá (Antioquia), en el que desapareció su esposo, el sargento José Vicente Rojas.
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Mientras ve una foto de él colgada en la pared de su casa cuenta que lo está esperando porque se deben 100 besos que él le prometió el último día que se vieron. La idea de Rojas era dárselos cuando volviera de la misión que le encomendaron como miembro del Ejército. Sin embargo, el 2 de noviembre de 1992, los frentes 5.º y 34 de las entonces Farc se lo llevaron.
Desde entonces, ella se reconoce como una buscadora de su esposo que en el camino aprendió a compartir su duelo con las otras parejas de integrantes de la Fuerza Pública que fueron secuestrados y posteriormente desaparecidos a lo largo y ancho del país.
El cuarto principal de la casa de este matrimonio con tres hijos refleja el sentir de la familia: hay fotos de condecoraciones militares e insignias de él, así como cuadros con imágenes de los talleres y audiencias de la Jurisdicción Especial para la Paz en las que ella ha participado en búsqueda de una verdad que no la deja dormir tranquila porque, recalca, está a medias.
Lo que sabe fue porque se lo contaron amigos de su esposo desde el día 3 de noviembre del 91. No olvida que esa vez estaba en su casa de Carepa cuando llegó un militar a preguntar por el sargento Rojas. Olga salió y se encontró con un coronel de apellido Pinilla que le dijo que la esperanza de ellos era que Rojas se hubiera bajado del bus en el que viajaba antes de que lo cogiera el retén guerrillero.
No hubo más detalles, hasta que ella se animó a ir a poner la denuncia hasta Apartadó, pero el procurador que la atendió —resalta— le tiró los papeles al piso diciéndole que si no lo iba a buscar el Ejército con todo su poderío, mucho menos él.
Ese día quise quitarme la vida, la verdad que yo escuché la voz de Dios, me dijo: ‘¿y sus hijos?’. Me fui a ver a mi hijo que ya tenía 9 meses.
“Ese día quise quitarme la vida, la verdad que yo escuché la voz de Dios, me dijo: ‘¿y sus hijos?’. Me fui a ver a mi hijo que ya tenía 9 meses, empezaba a caminar con su camiseta azul y pantaloncillos, y ahí es cuando empieza esa parte de que Dios me dio la oportunidad de encontrarme con la persona que estaba haciendo el canje”, cuenta.
Olga le preguntó a ese reinsertado de la guerrilla si quería atestiguar ante las autoridades, pero ese hombre nunca volvió a aparecerse por el pueblo en el que corrieron muchas versiones sobre la desaparición forzada del sargento José Vicente Rojas, y que los entonces miembros de las Farc no le han entregado del todo.
La búsqueda llegó a Bogotá
El tono de indignación 31 años después no se le ha ido cuando habla. Olga Esperanza, quien vive en Bogotá y hace parte de la Fundación Funvides, dice que los compañeros de su esposo esperaron hasta el último momento para contarle a ella que lo habían desaparecido.
Más averiguó por su lado, cuando lavando ropa en Carepa se dio cuenta de que el hombre por el que harían un canje era un reinsertado de la guerrilla al que las Farc querían volver a tener en sus filas —quién sabe si para un consejo de guerra—.
Las Fuerzas Militares no pudieron ocultar el hecho, y días después empezaron junto a Olga la búsqueda de José Vicente con carteles regados por distintas partes del Urabá, región en la que si se ponía un cartel por cada muerto que había al día, no sería raro haber llenado varias paredes.
Esa vez fue cuando Olga Esperanza volvió a sentir que no estaba sola, y que a los compañeros de su esposo también les dolió la partida, pues cuenta que todos eran una familia. Pero ella no quedó contenta con eso y tiempo después viajó a Bogotá en búsqueda de que algún medio de comunicación la ayudara a difundir la noticia de que a su esposo se lo llevaron las Farc en un retén.
Tocó varias puertas y en todas la respuesta fue negativa, excepto en EL TIEMPO y Caracol. Al hablar del periódico dice que no recuerda qué periodista fue el que la atendió en la puerta, pero que su historia salió en una página completa con la foto de su hija, que para ese momento tenía 7 años, y de su hijo, cinco años menor que ella.
Con la publicación, su caso empezó a coger vuelo, hasta el día en el que el quinto frente de las Farc la retuvo en El Tres, en Antioquia. En ese sitio, “militar que pasaba militar al que le hacían de todo. Vi cómo masacraron a un suboficial, lo desmembraron, le quitaron sus uñas, lo quemaron en vida”, detalla Olga, quien salió amenazada de muerte.
Fue cuando decidió vivir en Bogotá, ciudad en la que ingresó a la Escuela Superior de Guerra para trabajar en la Brigada 15 en servicios generales y cafetería, hasta 2012, cuando la trasladaron a la Escuela de Misiones Internacionales.
La versión de ‘Karina’
En mayo de hace muchos años, Olga cuenta que se vio cara a cara con alias Karina, quien manejaba el frente 34. En presencia de los hijos, la exguerrillera le dijo que no estaba en el momento del secuestro de su esposo. Ahí fue cuando otro guerrillero agachó su cabeza y contó que a José Vicente sí se lo llevaron ellos, y que esa historia se la sabe alias Carmenza.
A día de hoy, el caso está en manos de la JEP, a la cual Olga Esperanza critica porque ha sido, a su consideración, permisiva con los guerrilleros que saben de su esposo. Incluso no solo de él, desde Funvides han enviado a la JEP nueve informes en los que hablan de 6.400 desaparecidos durante el conflicto de la Armada, Fuerza Aérea, Policía y Ejército. Mil de ellos son por desaparición forzada.
No muere el recuerdo
Olga Esperanza y José Vicente no alcanzaron a compartir todo el tiempo que quisieron. Pero durante los meses que pasaron juntos —aunque por lo general se querían a la distancia debido al trabajo— fueron una pareja de novios en la que él, al ser un uniformado de un grupo especial, era trasladado a los lugares donde se desarrollaba la guerra más fuerte contra grupos ilegales.
“Estaban los telegramas que decían ‘hola, mi amor, estoy en el Cesar, estoy en Putumayo’”. Así mantuvieron un amor por mucho tiempo, del que recuerda —en medio de risas— que se comunicaban por terceras personas. Fulano le decía a Sutano que José Vicente le mandaba saludos a Olga Esperanza.
Las visitas eran de vez en cuando, y el día que tuvo la posibilidad de viajar al Urabá a visitarlo, ella se puso brava porque cuando aterrizó, José Vicente recibió una llamada en la que un superior le pedía presentarse inmediatamente al batallón, dejando a su esposa con una vecina hasta que volvió a coger un vuelo a Bogotá. Pero no todo era Ejército. José Vicente también era un amante de la fotografía que de vez en cuando conseguía plata vendiendo fotos a sus conocidos, con los que compartía en fiestas.
De hecho, la última vez que se vieron fue poco después de la celebración de Halloween, cuando él les dijo a sus hijas, antes de tomar un vuelo a Carepa, que cuidaran mucho a su mamá, quien jugaba a las penitencias con su pareja y como castigo tenían que cargarse con cariño o pagarse con 100 besos, que también son 100 recuerdos si se retoman todos los momentos jugando al ajedrez, comunicándose por telegrama, hablando de los hijos, tomando fotos, bailando y soñando a ser alcaldes.
De todos esos instantes a Olga no se le escapa que el compromiso que tiene de buscar a su esposo se lo pegó él mismo, cuando una vez le dio paludismo y le pidió que nunca lo dejara solo. Esa frase, desde su cuarto lleno de insignias y fotos en audiencias, es la que ella les transmite a los integrantes de las Farc que desaparecieron a José Vicente Rojas, sargento del Ejército desaparecido forzosamente en Carepa, el 2 de noviembre de 1992.
Carlos López
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